Desde mucho tiempo antes de que los tres “chupinazos” iniciaran el rito de la suelta de los toros en la calle Maestro Vallejos a espaldas de la Iglesia, ya era un gentío el que se agolpaba mirando a los hipotéticos corrales, y cantando la típica canción que en esta ocasión en vez de a San Fermín, invocaban a la Inmaculada. De blanco impoluto, con pañuelo rojo y periódico en mano, era impresionante ver a vista de pájaro el gentío que con la suelta de las reses, de una envergadura colosal, echaba a correr por entre las plazas y calles de la ciudad, como alma que lleva el diablo. Los más atrevidos azuzaban a los toros, con el peligro de sufrir una cornada, o “topetazo”, como decimos por aquí. Que aunque de plástico, un ”arreón” de semejante mole deja su estela. Por unas horas las calles de Torevieja, se convirtieron en nuestra particular “Estafeta” con sus derrapes, como si se tratara de la mismísima curva de correos. El encierro al que asistieron entre las más de quinientas personas, se desarrolló sin incidencias, llegando a la plaza portátil, instalada en el Paseo de Vista Alegre, todos íntegros físicamente, salvo algunos resbalones y caídas, lógicas por el tumulto de la fiesta.
Como colofón a esta mañana sanferminera, se lidiaron seis toros, seis de la ganadería del “Plastic de Plastic”, por un número indeterminado de diestros que se lucieron con sus manoletinas y desplantes, dejando boquiabierto al personal.
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