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Apuesta en la Hostería del Laurel: de cómo don Juan Tenorio, a contracorriente, sigue vivo

01-11-14-donjuan-tenorio-124BUTTARELLI: (…)
Hoy entró por vez primera
en mi hostería y, pardiez,
si hay una segunda vez,
mejor mi lengua mordiera.

¿Será posible lo que acaban de leer nuestros perplejos ojos en el título precedente? O sea, que después de la claudicación patria ante la oleada de calabazas con rostro y zombis sin alma, de impelidas propuestas de trucos o tratos, de caras pintadas de blanco y cuerpos vestidos de negro, y de otros iconos importados de allende el océano y la tradición, ¿todavía queda un grupo de irreductibles que brindan parte de sus otoños al mito amoroso español, y por español todavía más políticamente incorrecto? Y no contentos con eso, ¿encima pretenden instigar a la gente para que acuda a presenciar su incalificable acto de rebeldía?

Pues parece que sí, que se confirma la noticia, y nos consta por fuentes fidedignas que tan pertinaz empeño va a volver a ver la luz de noviembre, esta vez desde una perspectiva harto audaz e innovadora: desvelando a los espectadores qué ocurrió exactamente, en la Hostería del Laurel, entre ambos protagonistas, don Juan Tenorio y don Luis Mejía, cuando pergeñaron su famosa apuesta, un año antes del comienzo de la acción de la (nunca olvidada) obra de José Zorrilla.

DON LUIS:
Pues es el caso, don Juan,
que, yendo hacia él derechos,
la fama demostrarán
no el discurso del gañán
sino los estrictos hechos.

Duros tiempos los que corren. Hoy las preferencias —especialmente las jóvenes, que son las que imperan— van por otros derroteros. Pero jamás hay que rendirse: mientras quede en España un romántico con ganas de dar algo de murga y llevar la contraria al paisanaje en general, habrá Tenorio. Porque su impronta va más allá del «mensaje» —algunos dirían «recado»— que transmite, tan discutido en la actualidad, y con toda la razón, pues humano es reconocerlo y lo cortés no quita lo valiente. Si Tirso de Molina, con un verso más difícil de digerir por el público —todo influye—, condenó eternamente a don Juan, el acierto de Zorrilla radicó en compadecerse de sus tremendos pecados abriéndole un Cielo que así vemos al alcance de cualquiera de nosotros, al fin y al cabo pecadores de poca monta y nula trascendencia. De ahí que la obra del escritor vallisoletano se mantenga, como rescoldo de lo que en una época fue, aun en núcleos pequeños y localizados —y tercos, claro que sí, y a mucha honra—, en el incierto ambiente del teatro nacional.

DON JUAN: (…)
No se conoce cabeza
cual la suya, tan templada,
ni a nadie con más braveza,
ni que muestre más destreza
con la pistola o la espada.

Tampoco habrá que dejar en saco roto la influencia de Don Juan Tenorio como señuelo para difundir la afición a las tablas. Cuántas personas que en su vida habrían pensado en acercarse a un teatro, no digamos en subirse a un escenario, habrán descubierto una vocación dormida. Igual que para la delirante La venganza de don Mendo —aprovechamos la ocasión para nombrar con rendida pleitesía a don Pedro Muñoz Seca—, entre otras, en muchas localidades se organizaban representaciones que servían de válvula de escape cuando escaseaban los medios de acercarse a unos estudios dramáticos adecuados. Aunque fuera por la inercia, gracias a estos montajes ocasionales se tenía la ocasión de disfrutar de los ensayos, de enfundarse el vestuario y de sentir esas incómodas pero sensatas mariposas que revolotean por el estómago en los minutos previos al alzamiento del telón. En definitiva, de desarrollar un apasionante proyecto común afrontando un reto de superación personal, al abrigo de aquellos entrañables teatros de pueblo. Y si la llama prendía, pues luego ya se tomaba el camino que condujera al estrellato ése.

AVELLANEDA:
Que yo de esta apuesta viera
la conclusión, no lo evita
nada en el mundo; aunque fuera
lo último en vida que hiciera,
seré puntual a la cita.

Por eso le debemos tanto a Don Juan Tenorio y por eso algunos pretendemos, erre que erre, convento que convento y quinta que quinta, perseverar en su recuerdo. Pero esta vez, cual si de una indiscreta exclusiva periodística se tratara, mostrando su parte oculta, tan celosamente reservada… hasta ahora. Sin tapujos, sin censura, sin miramientos, sin miedo al qué dirán, vamos a entrar como unos parroquianos más en la Hostería del Laurel para descubrir cómo trabaron conocimiento Tenorio y Mejía y cómo se cruzaron sus voluntades hasta desembocar en la apuesta de muertes impías y amores burlados de la que, al año justo, habrán de rendir cuentas en el mismo lugar. Se ha podido constatar, por las susodichas fuentes, que el atrevimiento no va a quedarse sólo en el fondo, sino que asimismo pasa a la forma: tan avanzado ya el siglo XXI, al autor de Apuesta en la Hostería del Laurel no se le ha ocurrido otra cosa que retomar la métrica clásica y conformar su texto con redondillas, ovillejos, quintillas, romances y décimas espinelas.

CENTELLAS:
Brindo por que en carnaval
nos acoja esta hostería
para saber del final
de la apuesta colosal
entre Tenorio y Mejía.

Qué le vamos a hacer si las vanguardias disponen otras costumbres para la última noche de octubre. Acojámoslas con cortesía y disfrutemos también con ellas, que cuando tantos se unen gozosos, algo de aceptable tendrán. Pero, qué diantres, guardemos un poquito de nuestros sentimientos para las que han formado parte de nuestras vidas y de las vidas de nuestros antepasados. Por este motivo, tras el furor que un año más han dejado los neorritos de marras, se va a dedicar una noche de noviembre a conservar la llama que ha mucho prendió y que, por justicia, nunca debiera apagarse. El acontecimiento, al margen de su repercusión, puede ser considerado como el auténtico estreno, luego de transcurrir 171 años —ahí es nada— de la publicación del drama romántico Don Juan Tenorio. Porque son conocidos sus siete actos (cuatro en la primera parte y tres en la segunda), pero aún se custodia en secreto el «acto cero», merced al cual tendrá sentido toda la trama posterior. Precisamente ese acto inicial es el que será puesto en escena, por fin, dentro de un breve periodo.

GASTÓN:
Gastón, señor, es mi nombre,
no sé quién me lo impusiera,
pues no conozco familia
de sangre ni parentela,
e ignoro mis apellidos
para mayor referencia.

Eso sí, antes de consumar la osadía y de que el mundo caiga en la cuenta, pidamos perdón por anticipado a don José Zorrilla y Moral. Suponemos que, allá donde se encuentre, se alegrará de saber que unos románticos como él se han embarcado en esta aventura de revelarse rebelándose —o rebelarse revelándose—, y por ende estamos seguros de que, como a su más famoso personaje, nos concederá su infinita indulgencia. No en balde, uno de los temas del romanticismo es el amor después de la muerte. Pues con Apuesta en la Hostería del Laurel se demuestra una vez más que el amor (a la obra) ha triunfado tanto tiempo después de la muerte (del autor), hasta el extremo de proclamar admiración por aquélla y argumentar la necesidad de que continúe entre nosotros, consagrándole horas, días y hasta semanas de entusiasmo colectivo. Porque no hay peor muerte que pasar de moda, afirmamos con absoluta rotundidad que el Tenorio nunca pasará de moda.

CIUTTI:
Es mi nombre Marcos Ciutti;
soy de familia modesta (…).
Con muchas incertidumbres,
pude ver la luz primera
en un poblacho mugriento,
pero no el que más, de Génova.

«Y la apuesta fue…». Pues ¿por qué no pudo haber sido así? Sevilla, 1544, postrimerías del reinado de Carlos I… La llama continúa encendida.

Apuesta en la Hostería del Laurel
De cómo Mejía retó a Tenorio,
dio éste dictamen aprobatorio
y ambos dos luego tomaron doncel

Drama en un acto basado en Don Juan Tenorio, de José Zorrilla

Grupo de actores de Ars Creatio
Texto: Antonio Sala Buades
Dirección: Eliseo Pérez Gracia

Estreno: sábado, 14 de noviembre de 2015,
en el centro cultural Virgen del Carmen (Torrevieja),
en dos representaciones: 19.00 y 21.00 horas.
Entrada libre hasta completar el aforo

 


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