La cueva de Melpémone se convierte en cine por una noche para ofrecer tres largomertajes
En la noche del sábado, La Cueva de Melpómene presentó tres cortometrajes de la productora alicantina Marichechu Productions. En ellos pudimos disfrutar de la evolución artística del director Alex Rey, que cuenta con su interprete fetiche en cada uno de ellos, el actor torrevejense Matías Antón (hijo). Una velada cinéfila íntima en la que director y actores nos hablaron del rodaje y de sus experiencias como equipo artístico. Una forma de ver y entender el cine en la que artistas y espectadores tienen la oportunidad de saber más, sobre cada uno de ellos. La sesión empezó con la reposición del cortometraje “El Último Bakala” una revisión sobre la ruta valenciana a través del tiempo. En la cinta aparecen personajes de concepto futurista y estilo sucio. Un ejercito de adolescentes amantes de la música clásica y portadores de cementerios de glóbulos blancos que delatan su pubertad. La película empieza en el momento en el que atrapan a Chimo Bayo, el último bakala de la historia. Tanto guión, cómo fotografía obedecen a un estilo surrealista y esperpéntico que en ciertos momentos recuerda a la “Acción Mutante” de Alex de la Iglesia. El segundo cortometraje/documental expone una problemática nacional que es un tabú social a pesar de los gravísimos daños que hace en las personas, se habla de alcohol, de cannabis, estupefacientes o estimuladores químicos cómo los peligros de las adicciones, pero ¿qué hay del café matutino y vespertino, de la siesta a las tres de la tarde, o de la adicción más peligrosa, el gazpacho? “Gazpacho, droga legal” es una película de culto. El humor absurdo desborda el metraje por minutos y todo se convierte en un continuo in crescendo de situaciones y diálogos sorprendentemente paradójicos. En ese efecto se encierra el humor de esta historia. De fotografía un tanto guerrillera, se comprende que haya algunas deficiencias cuando se trata de un equipo casero que no soporta la calidad estándar. Sin embargo, hay momentos en los que esa misma deficiencia hace del defecto, un efecto de escritura cinematográfica de corte kafkiano. Altamente recomendable, tanto por su comicidad, cómo por el desarrollo del planteamiento. La velada la cerró el cortometraje “Pop Corn”. El salto en la calidad fotográfica y la selección de los espacios escénicos son de una calidad deliciosa para los verdaderos aficionados al séptimo arte. A mi gusto personal los planos se suceden demasiado rápido en ese inicio desolador que presenta al único personaje que interpreta Matías Antón. Un hombre sin nombre, en una tierra sin nombre, tras un holocausto sin nombre. La ausencia de las presentaciones abren el camino a la fantasmagórica desertización del planeta. El silencio de una caja de música que suena en la soledad del personaje es el hilo conductor de una historia con matices que recuerdan al “Paris Texas” de Wim Wenders. Una entrañable visión a la vida del cine.
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