Rosa Muñoz
Días de feria, que invitan a la alegría, nos esperan ya. Todos queremos, por unos días, dejar de lado nuestras preocupaciones. Nada de penas, el propio concepto del tiempo debe adquirir un significado diferente. Todo puede esperar. Las premuras de cada uno por encontrar amor, trabajo, una nueva amistad, una vivienda más digna, recuperar el respeto del padre, aprobar los exámenes pendientes, superar una historia de desamor, iniciar los trámites de un divorcio… todo puede esperar en días de feria. Las mujeres nos engalanamos y elegimos una bonita flor con la esperanza de que algún mozo guapo nos saque a bailar. Algunas esperan a un hombre anónimo, sólo exigen una condición: que sea atractivo; bueno, dos: y que sepa bailar y, con suerte, seducirlas. Otras esperan a un hombre determinado, con nombre y apellidos, a su hombre. Y otras, más ilusas, esperan el milagro de encontrar al hombre de su vida. Ellos, ¿Quién sabe lo que quieren ellos? Admiro a esas novelistas que crean un personaje masculino y son capaces de transmitirnos tosas sus cualidades, debilidades y deseos. Sólo puedo decir que algunos soñarán con encontrar también a la mujer de su vida, aunque me atrevería a afirmar que la mayoría sólo quiere cambiar de hembra por unos días, rozar la gloria a través del baile, del contoneo de caderas y de miradas furtivas que olvidarán en cuanto se desmonte la última caseta. En los fuegos artificiales, todos miraremos hacia arriba, implorando un poco de luz en nuestras propias vidas. Unos disfrutarán al máximo y otros, lo intentarán. Cada corazón lamentará su indecisión, aquel paso que no se atreve a dar por miedo a perder lo que no sabe que ya hace mucho tiempo perdió, y posponen, una vez más, la búsqueda de su propia felicidad, como si esperaran el milagro que no ha ocurrido durante todo el año y si no se obra esta semana de feria, esperarán, pacientemente y con resignación, un año más. Aprender a bailar sevillanas es un arte que excede la maestría del baile en sí. Ahora comprendo por qué se alzan los brazos y se mueven a un ritmo frenético, quieren emular a la propia naturaleza, al movimiento de los árboles un día de viento, también se alzan en son de paz, y con sinceridad parecen decir “no tengo nada que ocultar, estoy aquí, íntegra para ti, si me quieres aceptar”.
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