Contratiempos, rectificaciones, encauzamientos y satisfacciones
Antonio Sala Buades
Otra temporada más, la 2011-2012, ha concluido, como todas, con su álbum de alegrías y tristezas. Entre ambas nos han deparado un resultado final agridulce, si lo contrastamos con las aspiraciones iniciales y, también, con las complicaciones posteriores. La directiva presidida por Vicente Boix Mora, ya consolidada y afrontando su primer proyecto deportivo planificado, fijó el objetivo en la disputa de la promoción de ascenso. Para lo cual se reunió una plantilla con nombres sonoros —y cotizados— en la Tercera División valenciana, que al menos a priori garantizaban calidad y experiencia para afrontar el reto. El encargado de dirigirla iba a ser Rafael Muñoz, técnico procedente del Leganés que había trabajado en otros grupos distintos del sexto. Y decimos «iba a ser» porque no llegó a sentarse en el banquillo en ningún partido oficial: a falta de dos amistosos veraniegos de los siete programados, y por haber recibido una más interesante oferta profesional, el malagueño dejaría el club salinero. Lo sustituiría con urgencia José Manuel García Payá, uno de los nombres —de una lista que no acababa con él— conocidos en el fútbol de la comarca que se habían estudiado en su momento.
Todavía por completar la plantilla, dado que se fueron varios de los jugadores que había traído el anterior entrenador, Chema se incorporó sobre la marcha manteniendo el resto del cuerpo técnico: el preparador físico Ginés Martínez y el ayudante sanitario Pablo Gómez, hombres éstos que desempeñarían una destacada labor durante todo el año. Con la irregularidad comprensible por las circunstancias, con muchos jugadores yendo y viniendo pero sin un once definido —valga el dato de que el portero titular, fichado a última hora, no disputó un solo minuto de los amistosos— ni un esquema asimilado, terminaba la pretemporada y nos aprestábamos a emprender un largo camino de cuarenta y dos jornadas, entre ellas seis en miércoles: la Federación, ante la posibilidad de que varios clubes además del Benidorm desistieran de participar a causa de los graves problemas económicos por los que atravesaban, había llamado —a nuestro modesto entender, precipitadamente— al Llosa y al Acero, dejando así en veintidós el número de competidores que tomarían la salida. En fin, era lo que había.
Precisamente los porteños fueron los primeros rivales, en un encuentro que demostraría que esto no sería tan fácil como pudieron pensar algunos. En el último suspiro, Diego Meijide consiguió un 1-0 que servía como arranque de las ilusiones. Y desde luego, las albergaríamos en los siguientes compromisos: cuatro victorias y dos empates nos encaramaban al liderato (jornada 6), en lo que supondría nuestro techo. El Torrevieja se mostraba como un equipo práctico; tenía dificultades, sobre todo en casa y contra adversarios inferiores, pero con paciencia y oficio sacaba adelante sus partidos. La línea media se había compactado con la incorporación (antes de la jornada 3) de Prior, así que esperábamos que la maquinaria, una vez engrasada, funcionara a mayor ritmo. Sin embargo, no se daba ese ansiado salto. La primera derrota, en Novelda (1-0, jornada 8), constituyó un serio toque de atención, no tanto por el marcador como por la pobre impresión causada. El conjunto blanquiazul no desarrollaba sobre el campo su teórico potencial. De modo que, tras varios resultados negativos, y pese a que en el feudo del Levante B (2-2, jornada 11) se cuajó la mejor actuación como visitante sólo empañada por el gol postrero de los valencianos en un lance aciago, Chema sería destituido a la semana siguiente, luego de otro espeso y sufrido triunfo, contra el Crevillente (2-0).
El tercer y definitivo ocupante del banquillo sería Casimiro Torres, que volvía al club que ayudó a fundar allá en 1993. El entrenador torrevejense comenzaría su nueva trayectoria en la que siempre ha sido su casa con una victoria en Villarreal (0-2, jornada 13) lograda con cierta fortuna, y a continuación encadenaría otras dos más. Pero no sólo no desaparecía, sino que se agravaba el mal que aquejaba al equipo en el estadio Vicente García. El rocambolesco partido contra el Requena (3-1, jornada 13) se remontó y se ganó en los diez minutos finales, después de un constante asedio y de múltiples ocasiones falladas. Esta auténtica psicosis como local llegaría a sus últimos extremos en los choques contra el Alcira (0-1, jornada 18) y el Barrio del Cristo (0-0, jornada 23), perdido y empatado respectivamente tras estrellar varios balones en los postes en cada uno y desperdiciar de forma inverosímil sendas numerosas series de oportunidades. Achacando la penuria goleadora al terreno, y tratando de hallar un remedio, recordamos la anécdota del partido disputado sobre el césped artificial del Nelson Mandela contra el Ribarroja (2-0, jornada 20).
Y fuera de casa la situación no discurría mucho más desahogada. Al enorme golpe anímico de la derrota en Sagunto (2-1, jornada 17, en la que se incorporaba Víctor, otro «hijo pródigo»), encajada tras entrar con ventaja en el tiempo de prolongación, siguieron el bálsamo en Catarroja (0-1, jornada 19, primera derrota como local del que sería campeón del grupo) y la recaída en Mislata (1-1, jornada 21). El chorro de puntos perdidos denotaba algo que ya no se podía ocultar: los jugadores mostraban evidentes síntomas de ansiedad ante la incertidumbre económica que, un año más, acuciaba al club. De modo que había que ajustar la tesorería. A las bajas de Antón y Cristian Muñoz fueron sumándose las de Nico, Petu, Carrasco (máximos goleadores incluso al final del campeonato) y Prior, que dejaban al equipo con Córcoles, a punto de cumplir cuarenta años, como único delantero específico. La oscura derrota en Llosa (2-1, jornada 24) supuso un punto de inflexión. Lo que entonces no sabíamos era que, pese a la que se nos venía encima, también aquella tarde se había tocado fondo.
Asumido el viraje —sopesando y tirando de hemeroteca, menos brusco que en anteriores atolladeros—, había que acabar la temporada con decoro. Ya sabiendo a qué atenernos, y contando con el indiscutible compromiso de los que se habían quedado, el partido con el Eldense (3-1, jornada 25) fue el primero en casa al que se llegó con ventaja al descanso. El detalle no era baladí, pues el Torrevieja iba a suplir la supuesta pérdida de nivel con otras virtudes futbolísticas más productivas. Merced a una entrega admirable, iban sumándose unos puntos que, además de asegurar muy pronto la permanencia, permitían no descartar nada aún. El guardameta Cristian Méndez, tras su paso por la selección nacional de fútbol playa, cedería la titularidad a Manolo y dejaría asimismo el club. Después de dos resultados consecutivos en casa contra el Muro y el Levante B (1-2 y 1-1, jornadas 31 y 32) que parecían alejar la promoción, el último en marcharse fue Diego Meijide, el puntal más importante del equipo tanto en defensa como en ataque en las jugadas tácticas. A falta de sólo ocho encuentros, la diferencia con el cuarto puesto era de nueve puntos, y la primera plantilla quedaba compuesta por sólo catorce jugadores: Manolo como único portero, Vicente Boix, Jorge, Rafa, Cristian Vidal, Matías, Abel, Burguillos, Corella, Manu, Ramiro, Víctor, Juande y Córcoles.
Sin desmerecer entre el espíritu de unión y disciplina, los jugadores de los equipos base fueron integrando las listas de dieciséis convocados y echando una mano cuando se les requería. De los nombres que fueron añadiéndose a las alineaciones, Manu Amores cobró un protagonismo especial, y Sergio Manjón también dispuso de minutos. Poco a poco, con humildad y disciplina, asumiendo titularidad y participación futbolistas que hasta entonces casi no contaban, se acumulaban las victorias. Manolo, colosal en la portería, y sus compañeros llevarían al Torrevieja a rozar la proeza. Levantándose después de la cruel derrota de Castellón (1-0, jornada 37) en el último minuto, el memorable triunfo logrado en Alcira (0-2, jornada 39) reduciría la distancia con la promoción a sólo tres puntos. El inminente campeón Catarroja necesitaría llegar asimismo hasta el tiempo de prolongación de un encuentro épico para hacernos sucumbir (0-1, jornada 40). La afición, volcada con su equipo y disfrutando como en las mejores épocas, había visto muy cerca lo que tres meses antes era un sueño.
Hagamos unas sencillas operaciones aritméticas: con la plantilla «de gala» se obtuvieron 40 puntos en 24 jornadas (1’67 de promedio); con la «de emergencia», completada por jóvenes canteranos, cayeron 34 puntos en las 18 restantes (1’89 de promedio). Estos números resultarían aún más clarificadores si hubiéramos comparado los presupuestos en ambas etapas y un incontable como los aplausos del público. Las cosas, y menos en un deporte tan peculiar como éste, no siempre salen según las previsiones dinerarias; a la vista está. Después de las clásicas angustias, al final hemos gozado de unas semanas muy bonitas, en las que reapareció el fútbol de toda la vida, que parecía olvidado. Quizá signifique un punto de partida en unos tiempos duros, en que ningún ingreso puede darse por seguro. Queda así trazado el camino para un futuro que, Dios mediante y con el permiso de ustedes, trataremos de seguir relatándoles.
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