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El “Origen Mariano de Torrevieja” según Antonio Quesada

Álbum, pinchando sobre la foto

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Con motivo de los actos organizados por la Asociación Hijos de la Inmaculada de Torrevieja para la celebración del 50º Aniversario de la Coronación Canónica de la Patrona de Torrevieja, el Salón Principal de la Sociedad Cultural Casino de Torrevieja, acogió anoche la Conferencia titulada, “El origen Mariano de la ciudad ”, impartida por José Antonio Quesada Hurtado. El acto estuvo presentado por el comunicador local, Francisco Reyes Prieto. Entre el numeroso público que se dio cita en esta privilegiada ocasión, se encontraban, el Arcipreste de Torrevieja y Párroco de la Inmaculada, Manuel Martínez Rocamora, el Vicario de la Parroquia, Pedro Payá, el Diputado Nacional, Joaquín Albaladejo, los concejales, Luis María Pizana, Carmen Gómez, Miguel Cano y Pilar Gómez Magán, así como la presidenta de los Hijos de la Inmaculada, Encarnita Brotons y el Presidente del Casino, Ramón Torregrosa. La belleza de las palabras pronunciadas por Antonio Quesada y el desarrollo de la conferencia, no se pueden transcribir en unas líneas que seguro devaluarían el trabajo realizado por el ponente, por lo que les ofrecemos el texto íntegro de la misma para que ustedes lo puedan disfrutarlo en toda su extensión.

Texto íntegro de la Conferencia “Origen Mariano de Torrevieja”

La razón que nos trae aquí esta noche es conocer un poco más cuál fue el origen mariano de nuestra ciudad.
En Torrevieja no tuvo lugar ningún suceso milagroso, ninguna aparición, aunque si existen historias relacionadas con el fervor popular en las que vemos el protagonismo de la Purísima (y que luego comentaré). No son hechos reconocidos como milagrosos por la Iglesia, pero sí son curiosos de leer y de conocer, pues muestran, como digo, signos de devoción de la sociedad de un pueblo.
Joaquín Montero en el libro que escribió con motivo del bicentenario de la Parroquia de la Inmaculada, dirá
“No nos imaginamos a Torrevieja venerando a un patrón o a la divina amargura de una Dolorosa porque no le pega”.
Luego relaciona poéticamente las características iconográficas, sobre todo los colores de la imagen de nuestra patrona, con las características de Torrevieja, es decir: mar azul como su manto, túnica blanca y oro como la sal, etc.
Como pueden observar, la relación que hace Joaquín está basada en lo que llamamos un fervor popular y, por supuesto, con todo su amor hacia su patrona, pero creo que para profundizar en nuestro origen mariano, debemos realizar un trabajo de análisis, con rigor y a través del cual podamos llegar a conclusiones válidas y fundamentadas, sobre todo en la sociedad que nos ha tocado vivir. No todo vale. Los devotos de María, los creyentes, no podemos vivir rodeados de una aureola mística, sin poner los pies en la tierra.
Por lo tanto, si no hubo suceso milagroso, ni aparición que de base al nacimiento de la devoción a La Inmaculada, pienso que, la mejor opción para comprender, o mejor dicho, para analizar y descubrir cuál fue ese origen mariano, debemos situarnos en el momento histórico, cultural, social, político y también, por qué no, el económico, que se vive en el siglo XVII. Quizá mi propuesta en esta noche puede servir para dar luz a lo que queremos conocer.
Mi propósito no va a ser solamente hacer un recorrido por los momentos más destacables en la historia de devoción en nuestro pueblo, sino en buscar el por qué la sociedad de aquel momento quiso que la advocación de la Inmaculada fuese su patrona.
El siglo XVII, momento en el que se desarrolla y comienza a formarse el pueblo de Torrevieja, es un siglo decisivo para España. Torrevieja nace en pleno Barroco, en el siglo de Oro, en una época realmente difícil para la sociedad y, al mismo tiempo, grandiosa para la cultura.
Debemos preguntarnos qué vio la sociedad en aquel momento en el Inmaculismo, en la devoción a la Virgen, para que llegara a convertirse en un asunto de Estado en la España de los siglos XV al XVIII.
La devoción a la Inmaculada en España viene de muchos años atrás. Ya en el siglo XIII el beato Ramon Llull fue un gran promotor de la devoción a la Inmaculada Concepción. En el XIV Jaime II ordenó la celebración de su fiesta en los reinos de la Corona Catalanoaragonesa. En 1310, el arzobispo de Santiago de Compostela, Rodrigo del Padrón, ya estaba intentando difundir la fiesta como preceptiva en toda España, sirvan estos ejemplos para ver como la devoción inmaculista se estaba extendiendo y afianzando en toda España, hasta llegar al 1760 donde las Cortes Españolas y Carlos III piden al Papa que nombrase a la Inmaculada como patrona de España y de todos sus reinos, cargo que ostenta desde 1761.
Si durante el Renacimiento España vivió un periodo de optimismo, que coincidió con el éxito de los gobernantes, a partir de la muerte de Felipe II (1598) se produce un cambio total. Se inicia la decadencia política, provocada por guerras constantes, la decadencia económica, la mísera vida de la mayor parte de la población, que engendraba enfermedades y epidemias, hechos que provocarán tensiones sociales que repercuten en una nueva “cosmovisión”, una nueva visión del mundo y de lo que rodea al hombre de esa sociedad, y que se caracterizará por la inestabilidad, la desilusión y el pesimismo, es la época de los pícaros, los sueños de grandeza, etc.
(libro Calvo Poyato: Así vivían en el siglo de Oro; Néstor Luján: La vida cotidiana en el siglo de oro).
Frente al optimismo y el equilibrio, así como el humanismo idealista anterior, la Reforma Protestante y la Contrarreforma Católica enfrentadas acercaron el concepto de muerte a la sociedad e infundieron una mayor inseguridad al hombre, que estaba acostumbrado a ser el centro de todo y ser una pieza fundamental en la época anterior neoplatonista, que consideraba al hombre como centro del universo.
El hombre deja de confiar en lo que tenía a su alrededor (instituciones, ciencia, principios éticos), favoreciendo una introspección (encerrarse a sí mismo) tanto de las personas como del país. España se aisló aún más por motivos políticos, tras cerrarse al exterior por la Contrarreforma y la Inquisición. Se revivió entonces la fuerza del espíritu religioso. No podemos entender esta época sin aceptar esa característica propia del hombre de este siglo de Oro: su religiosidad. Y que a la vez convive con una dualidad, es decir, una doble forma de ver el mundo: el pesimismo frente al interés por la vida fácil, goce de vivir y la tristeza del fin, mundo y Dios, sagrado y profano, culto y popular (como vemos en las obras literarias: Lope), lo material y lo trascendente, valores temporales y eternos, la belleza efímera (el tema tan usado del carpe diem, aprovecha el momento, vive la vida), el desengaño del hombre, etc.
Todo este pensamiento lleva a una sociedad sacralizada con un gran sentido de la trascendencia, donde la principal finalidad de la vida era lograr la salvación del alma y hasta las celebraciones profanas eran el complemento de la festividad religiosa. Una muestra evidente es la proporción de escultura religiosa realizada en España a lo largo de este siglo XVII, muy superior a la de carácter civil. La nobleza invierte en la realización de sepulcros y decoración de capillas funerarias, realización de esculturas y grandes retablos. Fue una época en la que se esculpieron maravillosas obras por Gregorio Fernández, Montañés y, cómo no, Alonso Cano, el cual establece el tipo español representativo de la Concepción, como podemos ver en esta imagen a la que se le rinde culto en la Catedral de Granada. En esta imagen, con esos enormes ojos rasgados, nariz fina y boca pequeño, con un rostro casi infantil, Alonso Cano quiere plasmar el ideal de belleza que busca más allá de lo espiritual. Las manos unidas, desplazadas hacia un lado rompe la simetría que caracterizaba a la escultura renacentista anterior. Vemos una imagen cercana, más real, más vitalista, íntima que permite su acercamiento, con una mirada expresiva, que parece adivinar lo que está pensando.
La Iglesia utilizará ese arte religioso con su iconografía novedosa, como medio de defensa ante los ataques doctrinales de la Reforma Protestante, adquiriendo un enorme desarrollo la devoción a la Virgen. El modelo iconográfico de la Inmaculada Concepción será un motivo repetido hasta la saciedad en iglesias, conventos y oratorios domésticos.
Visto esto, me atrevería a afirmar que en las imágenes de la Inmaculada se plasma un ideal de comportamiento social. Son representaciones iconográficas de una ética social que corresponde a una naturaleza humana ideal en su estado de primigenia pureza, es decir: la humanidad soñada por Dios. El voto inmaculista es en cierto modo un voto de confianza que se le da a la naturaleza humana. Un voto con el que, implícitamente, trataban los hombres de la época de aliviar la angustia provocada por el conocimiento de su inestabilidad y situación social.

Otros conceptos que debemos tener también en cuenta en esa difusión de la devoción a la Inmaculada, son los que para el hombre del siglo de Oro significaba la Pureza, Fiabilidad, Firmeza y la fidelidad. Para él, la culpa es infidelidad, y esta era ante todo la infidelidad religiosa de judaizantes e islamizantes.
El hombre debía ser en su existencia social “fiable” o al menos parecerlo, y una de las formas de parecerlo era su adhesión a ese principio de fiabilidad y fidelidad que representa la Inmaculada. Todos los ámbitos sociales pronunciaron su voto inmaculista: desde el Rey hasta gremios, abogados, médicos, etc.
Para ellos el Inmaculismo era esa aptitud de mantener lo pactado, la firmeza, la lealtad… que se traducía en términos de hidalguía y nobleza. La calidad noble del individuo sirve para identificar las cualidades de María: firmeza infalible y fiabilidad. Eran, en definitiva, conceptos que constituyen la esencia misma de esa ética caballeresca que movilizaban los ideales de la sociedad española del siglo de Oro.

Este momento inmaculista pudo ser también fruto de la percepción social por la figura femenina, la idea de lo femenino como obra maestra de Dios, como emanación de su esencia, como materialización de la idea del Amor Divino.
Desde el Renacimiento, la mujer tuvo un nuevo papel muy importante en la sociedad y en la cultura, como podemos ver en la obra “El Cortesano” de Castiglione, donde destaca el trato exquisito que se le debe dar a la mujer. Ante ese nuevo concepto de individuo, la mujer tuvo un papel fundamental y Castiglione nos hablará en su obra de la formación de la “perfecta dama”, así como Julián de Médicis que también nos hablará de la igualdad de las cualidades entre hombres y mujeres.
En esta xilografía se ilustra la idea de fortaleza femenina, como un bastión que intentan atacar los enemigos y ante los que ella se muestra firme. La figura de la Inmaculada asumía esa función de estandarte femenino y la sociedad aristocrática era sensible a todos estos aspectos de la devoción inmaculista (Catalina de Médicis, Margarita de Austria).
España en el siglo XVII era un terreno en el que el fervor inmaculista iba a tomar una gran importancia y alcanzará a las capas más íntimas de la conciencia popular, teniendo un protagonismo destacado el pueblo. Podemos afirmar que la devoción a la Inmaculada es una intuición de la fe del pueblo. Ella representaba la fidelidad y la firmeza, que era la norma social ideal a la que aspiraban a identificarse muchos españoles.

Y todo esto se verá en el arte y la literatura. Es difícil encontrar un libro de la época que no aproveche la ocasión para dejar constancia del fervor inmaculista de su autor (Calderón en sus autos o la literatura feminista de María Zayas), pues la Inmaculada era ideal de pureza.

La Inmaculada Concepción fue nombrada Patrona de la Infantería Española (de los Tercios), pues ella invitaba a adoptar esas actitudes morales de fiabilidad y firmeza que representaba la Inmaculada, era una garantía moral para el que tenía que defender una plaza.

Todo el mundo siente la obligación de manifestarse sobre el tema, y desembocará en el impulso que Felipe III da a la constitución de la Real Junta de la Inmaculada Concepción, creada tras la manifestación en Sevilla del año 1615, donde ya se pedía la definición del dogma y a pedir el reconocimiento del misterio mariano a la Santa Sede. Felipe III, fue un rey que llevaba esculpida en sus armas de guerra la imagen de la Inmaculada y de quien se hacía llamar “esclavo”. Este enorme movimiento mariano, único en la historia de los dogmas, se incrementará en este siglo y el siguiente con el claro apoyo de los Reyes de España. Esta actitud de los monarcas va a tener su plasmación en el arte y, muy especialmente, en las estampas que se extenderán por todo el país.

En este siglo de Oro de devoción a la Virgen, fueron muchos los obispos, monarcas y teólogos que canalizaron ese sentir del pueblo que, como dice la coplilla nacida en Sevilla en ese año 1615, se extendió por toda la nación
“Todo el mundo en general,
a voces Reina escogida,
Diga que sois concebida
sin pecado original”

Todos ellos solicitaron, a través de escritos dirigidos a la Santa Sede, la Definición del Dogma de la Inmaculada y uno de los obispos de nuestra diócesis en aquel momento, el valenciano Luis Crespí de Valdaura i Borja, fue uno de los que más se implicaron en el debate sobre la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Como podemos ver en esta relación de cartas, según la colección de cartas originales de Luis Salazar y Castro de la Real Academia Española, se observan los deseos de que fuese proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción por el papa Alejandro VII.
1. Carta de Luis Crespi de Valdaura y Borja, obispo de Orihuela, a Felipe IV, sobre el asunto de la Inmaculada y diciéndole que en el año 1654 había escrito un opúsculo en latín en defensa de este Misterio. 1656.
2. Exposición de Luis Crespi de …, al papa Alejandro VII, suplicándole defina el dogma de la Inmaculada. 1656.
3. Otra de Felipe IV al papa Alejandro VII, en creencia de Luis Crespi de Valdaura, obispo de Plasencia y su embajador extraordinario en Roma, para solicitar la definición dogmática de la Inm. Conc.. Madrid. 1661. Agosto, 30.
4. Otra de Luis Crespi de Valdaura, obispo de Plasencia, a Felipe IV, comunicándole la reunión que ha tenido el papa (Alejandro VII) con la Congregación del Santo Oficio, en la que solamente se trató de la Inmaculada Concepción, y cuya reunión duró cerca de tres horas; entrevista que tuvo el Papa el día de Santa Ana, fecha de la data de la carta, en la que se trató del misterio de la Inmaculada Conc.. Roma. 1660, julio, 26.

Más tarde, ya en el siglo XVIII, Carlos III, a pesar de que estuvo influido por los políticos de su tiempo, fue un rey distinguido por su devoción a María en el misterio de Inmaculada Concepción. Se interesará mucho por la proclamación dogmática que no pudo lograr, pero consiguió que en 1760, el papa Clemente XIII, la nombrara Patrona de España y de sus Indias, así como la fiesta propia en su día del 8 de diciembre. El cuadro de la capilla de Carlos III en la Basílica de San Francisco el Grande de Madrid, obra de Casto Plasencia en el siglo XIX, representa al rey en el momento de ofrecer el reino a la Inmaculada. Asímismo, creo la Orden de Carlos III, cuyos miembros debían jurar el voto inmaculista. En la medalla que portaban sus miembros figuraba una imagen grabada de la Inmaculada.

Y fue este monarca el que, con su decreto de 13 de diciembre de 1788 (murió el 14 de diciembre de 1788), ordenó que en la villa de Torrevieja, que era coto real, con jurisprudencia directa de la corona, se erigiese una ermita bajo la advocación de la Inmaculada, como ayuda de Parroquia de Torrelamata. El 21 de mayo del año siguiente ese decreto se llevó a efecto y el obispo Josef Tormo consagró la nueva ermita personalmente.
Se establece el año 1789, como el año de la promulgación del decreto real por el obispo Josef Tormo, como el inicio de la devoción mariana en Torrevieja, como el momento en que, debido al aumento de la población y crecimiento del pueblo, se construye una ermita, pero sabemos que en el año 1615 (174 años antes), ya existía una ermita dedicada a la Concepción, según consta en la recopilación histórica de Josef Montesinos Pérez de 1815, el cual dice:
«[…] En el año 1615, había tres o cuatro malas casitas y se fundó allí una ermita dedicada a la Concepción de María Santísima».
De hecho, el plano que ven en la imagen es del año 1775, faltaban 13 años para la promulgación del Decreto de Carlos III. Vemos resaltado en color rojo lo que era ese pequeño templo, esa ermita que se construyó en el año 1772 es una ermita.
En Orihuela, a la que el territorio de Torrevieja pertenecía, y al igual que en otras ciudades de España como hemos podido ver, se vivía también ese auge Inmaculista como podemos deducir del texto de Montesinos y que, evidentemente iba de la mano del crecimiento poblacional, tal y como consta en el auto del obispo Tormo.
“[…] lejos de temerse la disminución de dicho vecindario, será cierto su aumento de día en día por el establecimiento de nuevos habitadores, y otras ventajas, que ofrece el continuo Embarco de sal, y demás frutos de las inmediaciones”
Una ermita, un templo, no es solamente construido para acercar la práctica religiosa, sino que son expresión de la fe y el sentimiento religioso y donde se plasman las creencias y las devociones a través de las celebraciones, fiestas y manifestaciones artísticas. El arte es expresión del sentir del hombre, es una forma de manifestar su ideal, su sensibilidad, su fe, en definitiva, su propia vida.
Los hombres y mujeres de la Torrevieja sintieron esa necesidad, de transmitir su devoción y cariño hacia la Virgen María a través de una imagen, la de su Patrona. Y a pesar de esa situación humilde, entre todos aportaron su donativo para la realización de esa imagen que costó 3.000 reales de vellón, 1.040 que costaron las andas para sacarla en procesión y 1.050 reales que costó la diadema de plata, trabajos que se realizaron entre 1791 y 1794. La escultura fue realizada por el Valenciano José Puchol.
Si tenemos en cuenta que en el año 1795, Torrevieja contaba con 106 familias, podemos hacernos una idea del esfuerzo económico que supuso esta obra en apenas 3 años.
Las historias de los pueblos son las que a lo largo de su existencia dan carácter y originalidad a sus gentes, al tiempo que se va elaborando una idiosincrasia, unos rasgos característicos que los diferencia de las de otros lugares. Torrevieja creo una forma original de celebrar su fiesta, posiblemente influenciada por poblaciones adyacentes y por las gentes que venían de otros lugares. Pero fueron forjando su devoción, su manifestación de fe.
Josef Montesinos describe las fiestas que se celebraban en Torrevieja diciendo:
“La iglesia tiene cinco altares, el de la capilla mayor está dedicado al dulce candidísimo Misterio de la Purísima Concepción en Gracia de María Santísima, cuya imagen es de mazonería muy primoroso, hecha a expensas de los feligreses, con el costo de 3.000 reales de vellón a la que como titular y Patrona se le tributa solemne Fiesta en su día propio de 8 de diciembre, con iluminaciones, descargas, dulzainas, Misa cantada, Sermón, Procesión, costean sus Mayordomos vecinos y Labradores. Este altar es privilegiado por la Santidad de Pio VI, y su iglesia es de refugio según la Bula del Pontífice Clemente XIV, expedida (para la reducción de asilos de España) a petición del Sr. Carlos III que publicó en su Edicto impreso el Iltmo. Sr. Don Josef Tormo de Juliá […]”
En el año 1813 se terminó de construir otro nuevo templo enclavado en el centro del pueblo y, a consecuencia del terremoto de 1829, pasó a llamarse “la Barraca”, al restaurarse el techo que había quedado destruido.
Es relevante, en cuanto a esa presencia mariana en la vida de los torrevejenses de aquellos años, la celebración del primer cabildo del Ayuntamiento de Torrevieja el 12 de julio de 1830, en cuya acta se lee:
“Seguidamente por el mismo Sr. Presidente se expuso parecerle conveniente celebrar función de Iglesia en acción de gracias a la Purísima Concepción, patrona de este pueblo, por la nueva forma de administración de Justicia que acaba de establecerse; y oído por los demás señores convinieron y acordaron se haga según lo propone el señor Presidente señalándose al efecto el domingo inmediato diez y ocho de los corrientes […]”
Era el primer acto público al que asistía la corporación del Ayuntamiento y lo hizo en una celebración de acción de gracias a nuestra patrona el 18 de julio de ese año 1830, donde hubo actos religiosos, danzas públicas que se iniciaban con la llamada e invocación solemne a la Virgen. Posiblemente danzas que provenían de la Sierra de Mariola y habían llegado a nuestro pueblo.
Al principio de esta conferencia, les comentaba que la devoción a la Inmaculada no surge en Torrevieja con motivo de un milagro o aparición, pero si se produjeron hechos reconocidos por los pueblos de alrededor, a los que se atribuye la intervención y protección de la Virgen María.
Ocurrió que, en los azotes de cólera y peste que sufrió España entre los años 1834 y 1885, donde murieron unas 800.000 personas, la población torrevejense se libró de estas epidemias e incluso ampararon a familias que huían desde Murcia, Alicante, Orihuela y otros pueblos cercanos. Por ello, en ese último año de 1885, Torrevieja obsequió a su patrona con festejos civiles y religiosos.
El 8 de diciembre de 1854, España vio finalmente cumplido uno de los anhelos más reiteradamente manifestado a lo largo de los cuatro siglos anteriores: la Definición Dogmática de la Inmaculada Concepción. El Papa Pio IX firmaba la Bula Ineffabilis Deus en la que declaraba que la Virgen fue concebida sin pecado original.
La energía con la que trabajó España entera a lo largo de los siglos por la definición dogmática, esa intensidad de fe, amor y devoción de un pueblo que supo exteriorizarla a través de millares de templos, altares, imágenes, santuarios, libros y cantos. Por esta contribución, el Papa Pio IX quiso que el monumento de la Inmaculada, después de su proclamación dogmática, se levantara en la romana plaza de España.
A raíz de esta definición Dogmática surge un momento de esplendor mariano en el pueblo cristiano, potenciado por la aparición de Lourdes en 1858. Aparecen las órdenes masculinas y femeninas bajo el título de la Inmaculada Concepción hasta mediados del siglo XX, favoreciendo también la aparición de los movimientos marianos (mediacionista, asuncionista, etc.). De los 50 institutos religiosos femeninos fundados en España en el siglo XIX, más de la mitad llevan el nombre de María y de ellos siete hacen referencia en su nombre a la Inmaculada Concepción.
Debemos tener en cuenta que desde la primera mitad del siglo XIX surge la teoría evolucionista que consideraba que la materia viva procedía de un estado puramente material, hipótesis que en el siglo XX adquirió el peso de una verdadera ciencia, por lo que la doctrina del pecado original y, en consecuencia, el dogma de la Inmaculada Concepción en este momento, estaba inmerso en una cierta controversia y discusiones teológicas y científicas. Pero surgen enseguida las corrientes en las que concilian la doctrina del pecado original y la fe con las hipótesis de los orígenes humanos, de las que me gustaría destacar un fragmento del artículo que publica el teólogo Domiciano Fernández en el año 1985, que dice:
“quienes piensen que, negando el pecado original, el dogma de la Inmaculada Concepción queda vaciado de contenido es porque sólo miran su aspecto negativo… Pero si miramos el sentido del dogma… lo importante no es la ausencia de pecado […] sino la presencia y plenitud de gracia que Dios otorga a María”
Sea como fuere, y sin entrar más en asuntos teológicos que un servidor no domina, el caso es que el dogma mariano no se vería afectado por estas hipótesis evolucionistas, sino todo lo contrario, pues fue uno de los motores en el desarrollo y profundización teológica de otras prerrogativas marianas, así como en la devoción mariana.
De hecho, a partir de la definición dogmática, se incrementó y desarrolló las asociaciones de Hijas de María, que agrupaba a la inmensa mayoría de las mujeres en parroquias e iglesias con la responsabilidad de organizar los cultos en honor de la Inmaculada en su fiesta de diciembre, honrarla e imitar sus virtudes como la firmeza, pureza, humildad, obediencia y caridad. Como pueden ver, es curioso el hecho de que la mujer sea la que toma la iniciativa en estas asociaciones. A partir de la segunda mitad del siglo XIX se reforzó el ideal femenino de la mujer como reina del hogar, identificada con la Virgen María. Es una nueva concepción de la mujer que le permitió ocupar el trono del hogar a cambio de practicar virtudes como la castidad, la abnegación y la sumisión. A este ideal femenino se le asigna la economía del hogar, las tareas domésticas, la educación y los cuidados de salud e higiene fueron todas tareas femeninas elevadas a la categoría de oficio bajo el título de «ama de hogar». Por lo que formar parte de estas asociaciones como las Hijas de María, permiten a las mujeres trascender el espacio doméstico y tener un papel destacado en la sociedad en sus respectivas localidades.
En Torrevieja se tiene constancia de una Cofradía de la Inmaculada Concepción, aprobada por el obispo Pedro María Cubero el 15 de marzo de 1864, como podemos ver en la imagen de la cédula de admisión y en esos recibos de cuotas.
Esta cofradía estaba formada también por hombres. Será en las primeras décadas del siglo XX, cuando se tiene constancia de la “Congregación de Hijas y siervas de María” en Torrevieja. Su misión principal era la preparación de todo lo relativo a los cultos religiosos en honor a la Inmaculada, así como la conservación de la imagen.
En la pantalla podemos ver esta tarjeta que se realizó como recuerdo de la inauguración parcial del Camarín de la Purísima el 8 de diciembre de 1956. El retablo se terminaría de realizar al año siguiente.
Recordemos que tras el incendio de 1936 al estallar la guerra civil, el templo parroquial fue pasto de las llamas y con él la imagen de la purísima. Será en 1941 cuando se realiza una nueva imagen que llega a Torrevieja a bordo del “Viceras”, realizada por el, también valenciano, José María Ponsoda Bravo.
Otro hecho que nos muestra el carácter devocional de aquellas gentes de principios del siglo XX, es el que narra la situación que vivió una de las muchas barcas que faenaban en el mar y al sorprenderles un temporal los más jóvenes empezaron a llorar y a aferrarse como podían para no ser arrojados al mar. Fue entonces cuando el patrón de la embarcación les gritó que dejaran de maldecir y de llorar y que prometieran a la Purísima que si salían con vida de aquel temporal, cuando llegaran a tierra irían a la iglesia y le cantarían una Salve.
Así fue como pudieron llegar a tierra y al pisar la playa, sin mediar palabra y sin abrazar a sus mujeres e hijos, pálidos, mojados y descalzos subieron por la calle Concepción y, al llegar ante la Patrona, cayeron postrados a sus pies y a una señal del patrón entonaron “Salve, estrella de los mares”, fue lo único que salió de sus gargantas, pues empezaron a llorar como hombres que habían visto la muerte muy de cerca. Fue el resto de las gentes del pueblo que les habían acompañado los que cantaron con ellos e hicieron repicar las campanas y vivieron una fiesta de acción de gracias.
Evidentemente, es este un hecho sin una base milagrosa reconocida en el que se pueda observar una intercesión directa que lo justifique, pero lo que sí debemos resaltar es ese sentido de devoción en el que vivían las gentes de aquel entonces. Ese sentido de considerarse protegido por la Virgen María. Son esas manifestaciones de devoción que consiguen afianzar la religiosidad y la fe de las personas y de un pueblo.
Otra manifestación de la devoción popular a la Virgen, está marcada, desde principio del siglo XX, por el afán de ver coronada canónicamente la imagen que se venera.
A través de la coronación canónica, la Iglesia otorga el mayor honor a una imagen sagrada, por la que se reconoce la antigüedad, su extensión e intensidad de devoción a dicha imagen.
En nuestra localidad vamos a celebrar el 50 aniversario de la Coronación Canónica de la imagen de nuestra patrona, un acontecimiento del que, a lo largo del año, se hablará mucho.
Pero veamos brevemente qué es una coronación canónica y de dónde procede históricamente.

En el mundo del arte, el tema de la representación de la coronación de la Virgen será un tema muy representado, sobre todo durante el gótico, ya que las cuestiones teológicas en aquella sociedad adquirieron una dimensión más humana y más racional.

La idea de la representación entronizada de Cristo y la Virgen evoca las de los Dioses de la Antigüedad clásica y de los emperadores durante el Imperio Romano y fundamentalmente dentro de la iconografía cortesana del arte bizantino, en las que estas representaciones están ampliamente difundidas. (Enrique II, coronado emperador del sacro imperio romano germánico) El uso de la corona es, sin embargo, común en todas las civilizaciones y se presta a múltiples significados: triunfo, recompensa, etc.
Pero la coronación de la Virgen también está basada en una referencia bíblica y de tradición, como podemos ver en el capítulo 12 del Libro del Apocalipsis:
“Y una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas…”
También, en el antiguo Testamento encontramos analogías tanto en las figuras de Betsabé y Esther, así como en los salmos:
Luego, en un relato atribuido a San Melitón (obispo de Sardes), en el siglo II, se nos cuenta que María sube a los cielos (Asunción de María) y allí es coronada por Cristo y Dios Padre. Este texto es quizá la fuente iconográfica esencial para la representación del tema de la Coronación y que sirve para los artistas medievales, como documento de primera mano.
La corona puesta a la Virgen es indiscutiblemente el símbolo de la recompensa final y del triunfo celeste. La representación de la Coronación de María, como punto culminante de su vida al completar la resurrección del alma, es algo por tanto no de mero interés decorativo: significa la definitiva resurrección del cuerpo porque «la soberanía regia, como dignidad suprema, sólo puede recaer dignamente en una persona plena e íntegramente constituida». Esta es la base como fundamento teológico y de tradición.
Todos los especialistas convienen en señalar que el ejemplo más antiguo que se conserva formando parte de la decoración de un tímpano es el correspondiente a la catedral francesa de Senlis (h. 1170).
En el siglo XIII, las representaciones de la coronación de la Virgen son muy numerosas tanto en España como en Francia. Así, tenemos la del tímpano de la portada de León, la de la Catedral vieja de Vitoria y ya más posterior la de la Notre Dame de París.
Desde entonces, todas las épocas han tenido presente este acontecimiento mariano, una representación de la que todos los artistas han querido dejar constancia.
Un ejemplo muy cercano de esta tradición de la Coronación de la Virgen lo tenemos en Elche, con la representación del Misteri.
La Coronación de María, resalta el carácter de reina que la Iglesia le da como Madre de Jesús, el Hijo de Dios. Puesto que la Virgen María colabora con Jesús en su obra de salvación y es su más perfecta discípula, Reina de todos los Santos y bendita entre las mujeres.
La coronación canónica es uno de los ritos litúrgicos católicos, instituido en el siglo XVII e incorporado en el siglo XIX a la liturgia romana, usado, como ya he comentado, para resaltar la devoción por una advocación mariana.
Para la coronación de una imagen se establecen tres requisitos:
• Antigüedad no menor de 50 años (Se entiende que posea valor artístico y cuya historia se encuentre debidamente documentada).
• Gozar de probada devoción (desde sus inicios hasta su estado actual).
• Comprobación de los favores concedidos por dicha imagen y la irradiación de su culto.
Hay tres tipos de coronación:
– Pontificia (papa)
– Diocesana (obispo)
– Litúrgica (cualquier eclesiástico)
Pero hay otras razones de tipo sentimental: coronar a la Virgen es una muestra de amor y cariño y, sobre todo, de respeto, con el que los fieles quieren expresar su entrega y agradecimiento.
No es solamente una celebración multitudinaria en torno a una imagen, sino que es el fruto de un proceso en el que hay que demostrar que la imagen ha sido venerada desde hace muchos años, pero con un amor sincero a la Madre de Dios a través de esa imagen.
La primera coronación canónica en España fue la de Monserrat en 1881. En Torrevieja tuvo lugar en el año 1966. Con anterioridad, se sabe que la primera imagen que llegó a Torrevieja en el año 1791 iba con una aureola (nimbada) y se hizo en 1794 una diadema de plata que costó 50 reales de vellón. Luego, se sabe que en mayo del año 1965 surge la idea de realizar una nueva corona por el mal estado de la anterior. A partir de ese momento se solicita sea coronada canónicamente y se crea una comisión para preparar los actos con motivo de la Coronación Canónica. Esta tuvo lugar el 29 de mayo a las 7 de la tarde por D. Pablo Barrachina. La corona fue realizada en Valencia.
En este momento de nuestra historia, 50 años después de aquel acontecimiento, nos disponemos a celebrar y ensalzar de nuevo a nuestra madre María en su advocación de la Inmaculada Concepción.
El pueblo torrevejense, desde sus inicios, ha sido partícipe de toda una historia ligada a la Virgen María en esta España con razón denominada por Juan Pablo II como “Tierra de María” y eso es algo que forma parte de nuestra cultura, de nuestra idiosincrasia, de nuestra sociedad, y nadie puede arrebatar ni obviar ese sentir, que ha nacido y desarrollado con nuestro pueblo, sufriendo los avatares de los acontecimientos, de cambios de mentalidad, de sociedad, de triste rechazo, pero que todavía se mantiene vivo.
Finalmente, creo que lo más importante no es buscar en nuestro pasado el origen de nuestra devoción, pues alguien que tuviera la iniciativa y la inquietud de buscar y de documentarse sobre este hecho, actualmente lo tiene muy fácil. Pienso que los cristianos, los devotos de la Purísima, debemos mirar al futuro. No podemos anclarnos en la nostalgia, en un pasado que algunos piensan fue mejor en este aspecto de devoción mariana. Como se suele decir no podemos dejar el cuerpo muerto y confiar únicamente en la providencia. Yo me inclinaría por proponer la elaboración de un proyecto serio de trabajo para edificar un futuro sólido, con unas bases firmes y con un sentido de devoción verdadero que no nos lleve, como dice el Concilio Vaticano II, a un sentimiento pasajero y sin frutos, ni en una credulidad vacía que roce la idolatría. La verdadera devoción ha de tener presente los problemas de la sociedad, con la transmisión de un verdadero testimonio evangélico.
La verdadera fe nos lleva, por supuesto, a reconocer la grandeza de la Inmaculada Concepción, a imitar sus virtudes, pero la característica imprescindible de la auténtica doctrina mariana es la referencia a su hijo Jesús, pues todo en María deriva de El y todo debe estar orientado a El.
Muchas gracias por su atención.


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