La imagen de la Inmaculada regresó a su casa arropada por una multitud emocionada, tras una jornada de fe, unidad y fervor mariano que quedará grabada en la historia de Torrevieja.
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La Santa Misión de la Purísima ha tocado el alma de Torrevieja. En su segunda jornada, la imagen de la Inmaculada se despidió del Colegio de las Hermanas Carmelitas, donde había sido acogida con cariño y devoción. Como recuerdo imborrable de su estancia en el colegio y en la residencia, se descubrió una placa conmemorativa que guardará para siempre la huella de su visita.
Desde allí, los peregrinos —con el corazón en alto y la emoción a flor de piel— acompañaron a La Purísima en un camino de fe y esperanza hacia la Parroquia de San Pedro y San Pablo, en la Urbanización de Las Torretas. Los sones de la Banda de la Unión Musical Torrevejense, dirigida por Carlos Ramón Pérez, anunciaban su llegada con solemnidad, mientras el Himno Nacional y el estallido de la cohetería sellaban ese instante eterno donde cielo y tierra parecían encontrarse.
En el interior del templo
La Eucaristía fue un canto a la universalidad de la fe. Concelebrada en español, inglés y polaco por los sacerdotes Francisco Miravete, José Antonio Gea y Adam Kotas, y cantada por el coro polaco, la misa unió en un solo espíritu a culturas distintas bajo el amparo de una misma Madre: María Inmaculada.
La celebración contó con la presencia del alcalde de Torrevieja, Eduardo Dolón, los concejales, Federico Alarcón, Antonio Quesada, Concha Sala, Rosa Cañón, Ricardo Recuero, María José Ruiz y Öscar Urtasun; los presidentes de las cofradías con sede canónica en la Parroquia, Miguel Ángel Aroca de la Santa Cena y María Santísima de la Victoria, y Ana María Rueda por Ntro. Padre Jesús de la Caída, acompañados de hermanos mayores, cofrades y n numeroso público que abarrotó la iglesia.
Todos ellos, como un solo pueblo
Se unieron al presidente de la Real Asociación Hijos de la Inmaculada, Antonio Aniorte, en un acto de amor colectivo, profundo y sincero. Tras la Misa fue descubierta una placa conmemorativa, en la entrada del Templo para dejar imborrable recuerdo de su estancia.
Y entonces, llegó el momento más esperado: La Purísima emprendió el regreso a su casa, el Templo Arciprestal, en volandas de fe. Los peregrinos de la esperanza, como una marea viva y luminosa, la condujeron entre cánticos, vivas y oraciones, hasta que la Plaza de la Constitución, desbordada de gente, se convirtió en un altar de júbilo popular.
Fue una bienvenida que no se puede narrar sin sentir escalofríos: la emoción era palpable, los ojos brillaban, los labios no dejaban de clamar:
“¡Viva la Inmaculada!
¡Viva la Madre de Dios!”
Porque en Torrevieja, María no es solo una imagen: es consuelo, es guía, es símbolo de identidad y de amor eterno.
Emocionados
El párroco José Antonio Gea, visiblemente emocionado, recibió a la imagen con unas palabras cargadas de verdad: felicitó al pueblo por su entrega y testimonio de fe, por demostrar que en esta ciudad de sal, lo que más abunda no es el mar, sino el amor a su patrona.
La Santa Misión ha sido más que un recorrido físico. Ha sido una travesía del alma. Un encuentro entre generaciones, entre barrios, entre culturas, que solo una Madre como La Purísima podría lograr. Porque donde va ella, florece la esperanza. Porque cada paso que da, deja un surco de fe en los corazones.
Y así, entre campanas, aplausos y oraciones, la Inmaculada volvió a su casa… pero sobre todo, volvió a reinar en el alma de su pueblo.
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