Manuel Gómez-Pardo Bellod
Estar triste pero ilusionado parece una contradicción sin sentido, pero no lo es. Es una sensación pasajera por la que motivos se han de tener. Son esas experiencias, que a veces se tienen y parecen quedarse incompletas, pero una vez analizadas, saboreadas y compartidas resultan de las mejores en nuestras vidas.
Domingo 3 de octubre de un año 2010… Teatro Municipal de Torrevieja… Son las nueve de una tarde-noche de otoño a una temperatura casi veraniega, donde todavía no es necesario abrigarse, pues no hace fresco en el exterior, aunque un salón de conciertos vacío es algo gélido.
Dan el primer y único aviso a través de la megafonía de que los músicos están a punto de salir a escena y los asistentes se apresuran a tomar sus asientos. La gente mira a su alrededor y la mayoría resultan caras familiares. – ¡Que extraño!
Una vez sentados el par de minutos que tarda en salir alguien al escenario se hacen muy largos, pero… ya aparece una figura a través del fondo de luz rojiza. Por lo que lleva en sus manos debe ser el artista, por sus ademanes se deja adivinar que no es nuevo en la profesión, que no es el primer concierto que da, aunque por la asistencia de público, así lo parezca.
Vestido con un traje de chaqueta blanco e impoluto, adornado con un largo pañuelo de cuello que elegantemente le cuelga, con todo su largo pelo perfectamente recogido en una cómoda coleta, esa inmensa figura se dirige a los atentos asistentes le da las buenas noches y toma asiento… “No me lo esperaba así, pero me da la impresión, que, esto puede tener buena pinta”.
Por castigo un foco ardiente de luz directa, por tortura un par de horas sentado en una vieja silla de anea y aún así su cara rebosa alegría. Suavemente entrelaza su guitarra y sus manos empiezan a unirse a ella. Los primeros sonidos son dulces y suaves y con su voz, aparentemente tímida, una copla desgarrada y profunda que a todos nos estremece. En sus gestos se nota el esfuerzo de sus cuerdas vocales y en sus guiños que siente el dolor de sus palabras. -¡Emocionante!- “Esto acaba de empezar y la ovación es de un par de minutos”.
Sus dedos con una agilidad casi perfecta y con una delicadeza inusual fluyen por las cuerdas de la guitarra desde los primeros trastes a los más pequeños a una velocidad impresionante, la vista a penas puede seguirlos y a la vez el sonido es nítido, claro, reconocible y, al oído, cada nota, cada arpegio, es bello, cada vez más hermoso, cautivador y relajante. Estamos hipnotizados por los sonidos. Algunos de los presentes desconocedores de esta música, están embobados.
Por detrás de las cortinas empiezan a salir más músicos, esto se anima. Una chica con embarazo prolongado agarra un chelo y su arco y de él empiezan a salir notas que adornan el fluir del sonido de la guitarra como si estuviera poniendo una alfombra para que el artista caminara con mayor comodidad, ¡que maravilla! No me extraña que en su estado no se lo quiera perder. Pero no la chelista. El niño que lleva dentro. Ese bebé un privilegiado, está en primera fila y pendiente a lo que su madre está haciendo. Ella, bien sabe que su primer critico lo lleva dentro y mientras todo vaya bien el permanecerá tranquilo.
-¡Como no!- Acompañan al fenómeno, un contrabajo, un batería y tres versátiles palmeros.
El primero hace alardes de virtuosismo ante tan inmenso instrumento y para algunas canciones usa un bajo eléctrico de seis cuerdas.
El segundo lleva la percusión. ¿Como iba a faltar la caja de ritmos en concierto flamenco? Este, ha de sentarse en ella para tener a mano esos instrumentos que van a marcar la pausa y el tiempo de cada canción.
Al margen izquierdo del público y en el escenario los tres palmeros juegan con las manos a contrapunto del sonido de la guitarra y sus voces, con suavidad corean al maestro. Entretanto uno de ellos a puro sentimiento gitano no puede resistir y ha de bailarse esta copla punteando y taconeando con tanta pasión que por un segundo eclipsa al resto, pero el maestro es el maestro, con un sutil balanceo de su mano derecha a las cuerdas de la guitarra hace calmar las ansias del bailarín, como diciéndole, “deja algo p’a luego”.
Todo es alegría y con la gente entusiasmada es cuando Frasquito rompe el corazón de la gente y se atreve a cantar poemas de un tal Miguel, un tal Miguel Hernández, que casualidad el Teatro está en una plaza que se llama igual. Que raro que los poemas de este paisano se puedan musicar. ¿No los cantó una vez Serrat?
Señoras y señores el verdadero espectáculo acaba de empezar. Si Miguel tuvo inspiración de los duendes de la sierra oriolana para escribirlos, la música es de inspiración celestial. ¿Qué ángel te acompaña, Frasco, para tener la suerte de tocar la guitarra de esa manera? Yo sé que el autor de tus letras esté donde esté, estará escuchándote orgulloso de lo que estás haciendo.
Estoy triste porque solo unos pocos hemos podido disfrutar de este momento, pero ilusionado porque muy pronto este magnifico Teatro… “Se llenará”.
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