Reviviendo experiencias
Antonio Sala Buades
El vigésimo ejercicio desde la fundación del club, décimo en categoría nacional —más fácil no puede ser el cálculo del porcentaje—, nos ha dado un susto de considerables proporciones, del que salimos indemnes gracias a la gran labor realizada en el último mes. Antes de llegar a esa fase decisiva y feliz —por librarnos de lo que nos libramos y de la manera en que nos libramos, no tanto por el puesto obtenido—, la primera plantilla atravesó por las vicisitudes habituales de un campeonato tan prolongado, pero que en el caso de nuestra entidad vienen convirtiéndose en crónicas. Y es que las segundas vueltas se afrontan en condiciones muy distintas a los comienzos de cada temporada oficial, con todas las ilusiones intactas y los libros de contabilidad aún en blanco. Esta vez el verano, al margen de la cantidad o el interés de los amistosos, no fue tan movido como otros, pues precisamente por el espléndido rendimiento de los canteranos incorporados en el torneo anterior, éstos tomaron un mayor protagonismo al contar con un técnico, Casimiro Torres, que conocía la casa y continuaba en el cargo junto con su equipo al completo, con Carlos Burguillos como ayudante. Con la base establecida, se añadió una serie de nombres que aportarían la calidad necesaria para aspirar a elevadas metas; al menos, eso era lo que se suponía, como siempre.
Tras la decisión sobre la marcha de la Federación Española de devolver al Orihuela a Segunda B, el número de competidores del grupo valenciano de Tercera División quedó fijado en veintiuno: cuarenta jornadas de trabajo y dos de descanso —agradezcamos al azar que una de ellas nos tocara en Jueves Santo— para cada quisque. A causa de que casi nadie disfrutaba de una economía boyante, se preveía una liga igualada, con escasas diferencias entre las zonas de promoción y descenso y, por ende, sin favoritos claros que destacaran desde el principio. Cualquiera ganaba a cualquiera en cualquier campo, de modo que los resultados tardaron en adaptarse a lo que podíamos llamar lógica del fútbol —y hasta el final habría muchas sorpresas—, si nos atuviéramos a los presupuestos o a la historia de cada club. Con tales premisas, y en lo que respecta al Torrevieja, si el equipo cuajaba y resolvía sus compromisos, podía escalar hasta donde anhelábamos. Sin embargo, después de la anécdota del liderato en la segunda fecha, esas dos primeras victorias fueron cubiertas por una sombra de duda, ya que de los siguientes cuatro partidos sólo se empataría, y a duras penas (2-2 en el Vicente García contra el Español, jornada 5), uno de ellos. El hecho de fallar los tres primeros penaltis a favor del torneo contribuyó a que aumentara la sensación de que, aun considerando que el potencial y el juego desarrollado eran aceptables (derrota en Novelda 1-0, jornada 3), el conjunto salinero no amarraba los resultados porque se le escapaban en uno o dos lances determinados (derrota en Denia 1-0, jornada 6), ingenuidades o faltas de concentración, de los que el contrario sacaba tajada.
Así que vinieron las urgencias, todavía leves, casi imperceptibles, pero urgencias al fin y al cabo; aunque en seguida se corregiría el rumbo. Con la llegada de Koeman y la ayuda goleadora de Gasch, el Torrevieja se apuntó tres victorias caseras (destacables las obtenidas contra el Castellón, 2-1, plena de épica, jornada 9; y contra un enorme Utiel, 1-0, jornada 11) de tacada y dos empates a domicilio (en Villarreal y en Gandía, jornadas 8 y 10 respectivamente, ambos 1-1), y con esta generosa cosecha pasó a ocupar la cuarta posición, a dos puntos del líder. Las previsiones se iban cumpliendo, y en adelante había que refrendar con nuevos triunfos las expectativas despertadas. Era el momento en que se creía que el trabajo estaba cuajando. Pero tras el primer descanso, sufrimos un duro revés contra el Alcira (0-1, jornada 13, marcador injusto por los méritos exhibidos y con gol en propia puerta en los últimos minutos) precisamente en lo que constituía una piedra de toque de cara al futuro. La posterior igualada en Elda (2-2, jornada 14) no trajo consigo una inyección de moral, pues aquel partido tuvo que haberse ganado por la precaria coyuntura de los locales. Tras el apabullante 6-0 al Catarroja (jornada 15), en un choque disputado en el Nelson Mandela mientras se resembraba el feudo habitual, se precipitarían los acontecimientos que nos sumirían en la zozobra. Esa irregularidad de los salineros, capaces de lo mejor y de lo peor de una semana para otra, sólo era un síntoma de lo que desembocaría en una racha negativa cuyas causas se intuían: otra vez ese concepto tan difuso pero tan determinante que llamamos, por no entrar en palabras más precisas y delicadas, «el ambiente».
Una serie de tres derrotas consecutivas, dos de ellas en casa (1-2 contra el Borriol, jornada 17; 0-1 contra el Llosa, jornada 19), con un fútbol apático, sin ningún mordiente y con graves fallos defensivos, acarreó la bajada de nueve posiciones en la tabla (de la quinta a la decimocuarta) y desembocó en el cese de Casimiro Torres. Durante la transición, el preparador físico Ginés Martínez dirigió al equipo en Ribarroja (1-1, jornada 20), en el que ya se presumía, pese a faltar más de medio campeonato, como un duelo directo por la salvación. El nuevo entrenador, José Ramón López Vicente, Joserra en este mundillo, debutó en el cierre de la primera vuelta con una victoria contra el Burriana (2-0, jornada 21). Pese a nuestros deseos, los ánimos no durarían mucho tiempo calmados, ya que pronto sufriríamos más derrotas en campo propio (una estrepitosa contra el Acero, 0-2, jornada 22; otra más comprensible contra el Novelda, 1-3, jornada 24), sin que fuera tampoco levantáramos cabeza. El panorama pintaba muy oscuro, pues además de los malos resultados y la alarmante proximidad de la zona roja, el Torrevieja se vio afectado por una drástica reducción de la plantilla, al haber dejado la disciplina del club jugadores como Inarejos, Pedro López (lesionado durante buena parte de la temporada), Javi Rosa o Dani, a los que en la práctica había que añadir a Ernesto, asimismo en el dique seco y sin posibilidad de recuperación. Para algunos compromisos, entre otros percances o sanciones, se llegó a contar con sólo trece futbolistas de la primera plantilla, dos de los cuales eran los porteros. En esta situación, tan conocida de años atrás y tan temida cuando inexorablemente se presenta, asumieron su responsabilidad como titulares hombres que hasta entonces habían sido suplentes o ni siquiera integraban las listas de dieciséis, y otros del fútbol base —de justicia es mencionar aquí a Patri, que vino de la segunda plantilla y hasta su lesión acabó pasando a fijo, así como a los juveniles Guillem y Mati— completaron las convocatorias.
Bien estaba cubrir las emergencias, pero éstas no tenían que convertirse en cotidianas. Apremiaba la llegada de refuerzos y, además, que se acoplaran con rapidez al esquema. Para los dos últimos quintos del campeonato, Joserra contaría también con Juanfran, Dani Meseguer y Villanueva —éste tardaría algo más en ayudar a la causa por las sanciones que recibió—, con el cometido ya nada disimulable de la permanencia en la categoría. A estos efectos, resultó balsámica la victoria en San Vicente (1-2, jornada 26). Pero era en casa donde había que conseguir la tranquilidad. Pretendiendo una efectividad de la que hasta entonces se carecía, y por el mal estado del césped que caracteriza al Vicente García cada invierno, la dirección técnica determinó trasladar la sede al Nelson Mandela, que hubo de adecuarse a las exigencias federativas. No obstante, este cambio no se tradujo ni mucho menos en alegrías inmediatas: un tanto encajado a balón parado en el instante postrero contra el Denia (1-1, jornada 27), después de haber marrado numerosas ocasiones para ampliar la ventaja, iniciaría otra aciaga racha de tardes como local —tal cúmulo de desgracias hacía pensar en gafes— a la que no se le veía término (0-1 contra el Gandía, con gol absurdo, jornada 31; 0-0 contra el Eldense, con penalti desperdiciado en los minutos postreros, jornada 35). Hasta esa citada jornada 35, y durante tres en total, ocuparía el Torrevieja puestos de descenso (por primera vez desde su último ascenso a Tercera División en 2005), en los que cayó en su segunda fecha sin competición, pese al alivio que aportó en la anterior el agónico triunfo de Utiel (0-1, jornada 32).
Los siete últimos partidos cobraron toda la trascendencia. El equipo blanquiazul se enfrentaba al tramo decisivo entrampado en su sino, acuciado por la ansiedad y sin aparente capacidad de reacción. Realmente, la mayoría de los pronósticos no auguraba nada agradable. La primera obligación ineludible estaba en Catarroja, donde se capeó el temporal (1-3, jornada 36) con cierta fortuna. Pero el partido que confirmó el giro favorable fue el siguiente, contra La Nucía (2-1, jornada 37), que se ventilaba una plaza en la promoción; el resto de resultados de ese día alejaron un poco el peligro. En el capítulo táctico, Joserra introdujo la variación del doble pivote, otro factor que quizá contribuiría al éxito parcial. Y después de un largo y rocambolesco episodio en los trámites federativos para demostrar la lesión de Ernesto, por fin pudo sustituirlo en la plantilla Pepitiú, que debutó en Borriol (0-0, jornada 38) en el primero de los cuatro partidos en que mantendría su puerta imbatida, con lo cual se resolvía otra de las debilidades de esta temporada. Con mucho menos dramatismo del esperado apenas un mes antes, la visita del a la postre campeón y flamante equipo de Segunda B Elche Ilicitano se saldó con una inmensa victoria (3-0, jornada 39) y los fantasmas se espantaron casi del todo. Con el viaje a Llosa (0-0, jornada 40), en un encuentro de características muy distintas, se aguantó el chaparrón y se consumó la consecución del objetivo. El choque final nos deparó el papel de decidir el descenso del Burriana (0-3, jornada 42), demostrando que nunca se perdió la deportividad debida.
Si mencionar un solo nombre puede significar un agravio para los demás, correremos ese riesgo, pero comprendamos que no podemos dejar de recordar a alguien en este resumen, en especial de la fase culminante. Koeman recibió el premio de la peña Torry Army como jugador más destacado de este campeonato que ha concluido. Sin su participación con goles importantes en esos partidos en que nos iba la vida, quién sabe qué habría sido del equipo que ha defendido este año. El número de doce tantos marcados iguala, y además con muchos menos minutos disputados, como el más alto de una sola temporada en Tercera de un torrevejensista, al de un histórico, Córcoles, que los firmó hace cuatro años. En la persona de Alberto Fernández García, reciban este agradecimiento todos sus compañeros, técnicos y directivos (sin olvidar a los aficionados), que han contribuido, no siempre en condiciones idóneas, a que el Fútbol Club Torrevieja no haya perdido el mínimo lugar que le corresponde. El futuro social y deportivo —con el filial, de la mano de Carlos Pérez, de regreso a la Primera Regional— de nuestra entidad está por escribir. Mejor o peor, con aciertos o errores, pero siempre con cariño y consideración, ya lo está el pasado reciente, la temporada 2012-2013.
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