Antonio Sala Buades resume la temporada para todos los seguidores de sus crónicas en los medios de comunicación
Seguimos sin reeditar los felices años 2007 y 2009. De momento, los puestos de promoción quedan muy lejos, y es que por unas causas o por otras no terminamos de cuajar desde entonces una temporada completa. En la recién concluida, como en la lidia, hemos apreciado tres tercios bien delimitados, sin que hayamos atinado en el definitivo, el de la suerte suprema. Podríamos resumir la irregularidad exhibida en este torneo en dichas tres etapas (muy mala, muy buena y discreta con alegaciones, respectivamente), separadas por fechas significativas en que se ha dado cada viraje. Al final, nos quedamos donde solemos últimamente, en la mitad de la tabla: ya nos expresábamos en los mismos términos hace justo un año, al emprender el resumen análogo.
Quizá la pretemporada trazó una tendencia no deseada. Los amistosos, ante rivales de superior categoría, arrojaron un balance en el que no se cosechó ninguna victoria. No preocupaba el dato por no tratarse aún de partidos oficiales, pero en cuanto éstos llegaron se veía lo que le costaba ganar al Torrevieja, hasta el extremo de que parecía que no sabía cómo hacerlo. Achacábamos los resultados adversos a que los rivales tenían al comienzo una mejor puesta a punto (3-0 en Onteniente, jornada 1), si bien contra otros en principio menos cualificados pasábamos igualmente muchos apuros para repelar un empate (agónico 2-2 en casa contra el Borriol, jornada 2), y eso cuando no sucumbíamos sin paliativos (0-1 en casa contra el Alcira, jornada 4). Determinados jugadores, que irían dejando la plantilla, o no se adaptaban o no ofrecían un rendimiento óptimo, de manera que la sensación de provisionalidad no desaparecía. Antonio Pedreño —pese a que continuaba después de acabar la temporada anterior— no hallaba un patrón concreto, ni un once titular definido, por lo cual ordenaba movimientos sobre la marcha. Transcurrían así las semanas iniciales cerca de los puestos de cola.
En otro intento de apuntalar el esquema, puesto en práctica en Villarreal (0-0, jornada 5), el técnico probó con tres centrales —en varios partidos posteriores lo volvería a aplicar— y con la ubicación en el lateral izquierdo, que ya no abandonaría, de Luis Carlos, máximo goleador en la pretemporada. El ansiado primer triunfo (jornada 6), contra un triste Muro, todavía no modificaría el rumbo. Sin embargo, tras el segundo (también 2-0 y también en casa, jornada 9), contra el Orihuela, el club presentó a tres futbolistas que se consideraban fundamentales. Rafa Gómez —que no obstante no participaría mucho a causa de una pronta lesión—, Javi Selvas y Rubén Suárez —el asturiano debutaría en la jornada 12— suscitaron la expectación de los aficionados salineros, que afrontaban con ilusión el tramo restante de liga. En efecto, la inyección de calidad supuso un revulsivo para el equipo, al que se le observaban nuevos bríos…, pero insuficientes para emprender el vuelo. Dolían ahora los resultados por la manera en que se desperdiciaban las opciones de victoria. A César le correspondió durante esa etapa el ingrato papel de delantero centro no especialista —pues éste no existía en la plantilla— de un conjunto que se desenvolvía con mejor criterio en la construcción del juego pero que carecía de mordiente para rematar su trabajo con goles contantes y sonantes. Además, en defensa casi siempre se producía un inopinado fallo que desmoralizaba al equipo y, a la postre, lo echaba todo a rodar.
Las decepciones se sucedían (1-1 en Elche, jornada 10; 0-1 en el Vicente García contra el Castellón, un marcador increíble después de marrar muchas y clarísimas oportunidades, jornada 11; y 2-1 en Orriols, después de tener ventaja, no haberla ampliado y perderla ingenuamente al final, jornada 12). Empezaba a cundir la zozobra en cada encuentro. Un apurado 2-1 a favor con la visita del Benigánim (jornada 13) dio paso a otra dura derrota en Buñol (1-0, jornada 14), de nuevo tras no materializar numerosas ocasiones, incluyendo un penalti, en el primer periodo. Para colmo, en el siguiente compromiso como local, se reprodujo la espiral infausta contra un Paterna que se limitó a marcar un gol y a aguardar el final ante un adversario que tiraba impotente los demás minutos, por muchos que faltaran: la pesadilla se repetía. El Torrevieja tocaba fondo al quedarse entonces, rebasado ya el primer tercio del torneo (jornada 15), a un solo punto de la zona de descenso.
Había que dar un vuelco a la situación antes de que se enconara. El Torrevieja necesitaba ganar, no sólo para sumar de tres en tres, sino para que se convenciera, de una vez por todas, de que sabía ganar, de que era capaz de lograr los tantos suficientes. Alguna vez la racha tenía que cambiar, y por fin cambió en el partido de Sedaví, contra el Recambios Colón (jornada 16). El soberbio gol de Lewis —protagonista de una inmediata serie de aciertos fundamentales en la mejora del equipo y que a la postre lo convertirían en máximo realizador, con nueve dianas— a los dos minutos relajó tensiones y allanó el camino para un claro 1-3, al que contribuyeron Javi Selvas e Higón, uno de los últimos incorporados. Una semana después, se confirmó el diagnóstico optimista al vencer en el Nelson Mandela (3-1, jornada 17) a un correoso Rayo Ibense, remontando por primera vez un tanteo adverso. Además, el Torrevieja aprendió a sufrir y a amarrar en defensa (0-1 en San Vicente, jornada 18; y en Borriol, jornada 21), hallando así nuevas maneras de alcanzar el éxito. Mientras tanto, tuteaba en grandes choques a los gallitos del grupo (0-0 contra el Onteniente, jornada 20; y contra el Villarreal C, jornada 24) o incluso los superaba (1-0, asimismo como local, al futuro campeón Saguntino, jornada 22). La igualada en Alcira (1-1, jornada 23), y con posibilidades de una mayor cosecha, había dejado a los blanquiazules a seis puntos de la promoción; fue nuestro momento cumbre, aunque por entonces aún lo ignorábamos. La esperanza aumentaba con el fichaje de Prieto, acreditado por sus números precedentes, y que venía como el goleador que tanto habíamos precisado con anterioridad. Con el 2-0 al Novelda (jornada 26), acumulábanmos once encuentros consecutivos sin perder. Luego habríamos de mantener el nivel durante el tercio final y definitivo.
Como en la lidia, decíamos, llegó la hora de tomar el estoque, el que decide los trofeos. Éramos conscientes de la exigencia que estaban planteando los aspirantes a la promoción, que ya no pinchaban tanto, y de la enorme dificultad de continuar con la serie de resultados favorables. Acaeció entonces el nuevo punto de inflexión —éste, en negativo— en Crevillente (jornada 27), donde el equipo desaprovechó una excelente primera parte y encajó dos goles absurdos que lo descompusieron. El rotundo 3-0 final, un golpe de imaginables consecuencias, se repetiría en el consecutivo desplazamiento a Orihuela (jornada 28), en un partido muy similar en el que, sin embargo, se observaban otros factores que permanecían latentes y que estallarían en breve. De Los Arcos regresamos en el convencimiento de que, aunque las matemáticas todavía no lo hacían imposible, el premio máximo se nos había vuelto a esfumar, y no sólo por las distancias —notables— que reflejaba la clasificación.
Pero al equipo todavía le quedaba orgullo. En uno de los mejores partidos de la temporada, remontó a poco del final contra el Elche Ilicitano (4-2, jornada 29) y se dejó la piel en Castalia para sacar, en inferioridad, un meritísimo 1-2 (jornada 30), en la alternativa en la portería de Quique, que detuvo un penalti —tras la expulsión del titular Miguel Serna— que habría supuesto el empate de los albinegros. La realidad nos infligiría acto seguido un doble revés con estrepitosas derrotas (0-4 en casa contra el Torre Levante, jornada 31; y 2-0 en Benigánim, jornada 32). Tales bandazos eran síntoma de que el aspecto psicológico estaba causando estragos: ya se había decidido hacer pública la deuda de varias mensualidades que el club tenía con los jugadores, a la espera de obtener los ingresos posteriormente. Siempre nos quedará la duda de qué habría ocurrido en caso contrario, si la espléndida marcha del segundo tercio se hubiera conservado en el último, con todos los hombres en sus plenas facultades para batallar.
De epílogo podríamos calificar las demás jornadas. Con casi nula trascendencia para los nuestros, en cuanto aseguraron al cien por cien la permanencia (4-2 al Buñol, jornada 33), el objetivo era respetar la competición —algunos adversarios sí se ventilaban altos intereses— y, sobre todo, terminar el campeonato. Con las últimas bajas, la plantilla se conformó con apenas los dieciséis nombres justos para cada convocatoria. Si añadimos la carencia de entrenamientos, comprenderemos las ganas de terminar sin más contratiempos. Subrayemos que, gracias a la profesionalidad y al compromiso de los jugadores, se completó el calendario hasta el viaje a Puerto de Sagunto (1-1, jornada 38), con el que despedimos este ejercicio futbolístico. A ver qué nos depara el próximo, tras arreglar lo que sea menester.
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