Crónica de Antonio Sala Buades
Aunque la sorprendente victoria el sábado del Ribarroja, nuestro inmediato y urgido visitante, contra el Novelda impedía que la derrota por la mañana del Denia nos dejara salvados —con la excepción reseñada de posibles rebotes en Segunda B— sin bajarnos del autobús, la expedición torrevejense era consciente de que no debía prolongar la intranquilidad ni una semana más. En el actual estado de forma, había que seguir aprovechando el tirón y zanjar de una vez esta cuestión, que tanto se ha atragantado. Aplazar la resolución para el próximo compromiso habría sumido al club en una ansiedad improcedente, cuando parecía que las aguas habían vuelto por fin a su cauce. El resultado del Sequiol establece la situación deseada, y siendo ésta el objetivo, que tan difícil se había puesto hace un mes, tenemos que darlo por bueno, indiscutiblemente. Viendo el desarrollo del partido, al margen de las reducidas dimensiones del rectángulo, el hecho de que el empate nos valiera pudo habernos hecho sufrir más —mucho más— de lo necesario. Paradojas del fútbol y del dramatismo de las últimas jornadas de cada liga.
El envío largo a la cabeza del espigado delantero Mesa constituyó el recurso principal y casi único del Llosa. Los pocos metros se recorrían de un patadón con el saque directo del portero o del central Roselló, así que para qué complicarse raseando el balón. Como precaución elemental ante la que se nos avecinaba, Joserra decidiría recolocar a Jorge en su posición de central, mientras Rafa se encargaba de vigilar de cerca al estilete local. El portal de Pepitiú no era cercado con esa primera oleada, pero la falta de expedición o la inadecuada colocación de los salineros permitían segundas jugadas al rechazo. Con los desviados disparos de Tobías se iba agotando el arsenal, de por sí escaso, de los valencianos antes del descanso. No obstante, preocupaban las constantes intervenciones de Mesa, prolongando de cabeza o aguantando y redirigiendo con el pie, serio anticipo de lo que ocurriría después y con mayor intensidad. Por su parte, el Torrevieja, inadaptado al terreno y sin capacidad de respuesta, no terminaba de medir los pases, que se perdían por exceso de fuerza ante la carrera a ninguna parte del receptor.
Por la marcha de los acontecimientos, no cabía encender todavía la alarma en las filas visitantes. Pero ya se sabe que la necesidad aprieta, y sin duda los que más agobiados estaban eran los lloseros. A los cuarenta segundos de la reanudación, un tiro de Tobías obligó a estirarse a Pepitiú, que hasta ese momento había permanecido todo el rato en vertical. En lugar de tomar el lance como aviso por lo pronto que era, los amarillos parecieron aferrarse a su empatito. El problema era que paulatinamente nos íbamos encerrando y sucumbiendo en el cuerpo a cuerpo en la zona media. Los rebotes favorables al Llosa iban poniendo la pelota más cerca de nuestra área; además, ahora ellos contaban con otros medios para arrimarla. En último extremo, el inevitable Mesa sembraba la incertidumbre. Atascada la réplica torrevejense, ni siquiera producía efecto, más allá de la única y ya lejana ocasión, la baza similar de José Manuel por arriba y al choque. Del contragolpe no hablamos, porque sólo se esbozaría uno. Así que, si no cambiaban las cosas, nuestras energías continuarían destinadas a que no se moviera el marcador.
Y en tales condiciones, cualquier rebote, cualquier descuido, cualquier barullo puede implicar un disgusto. Una pelota que en principio no blocó Pepitiú a lanzamiento de golpe franco de Tobías, y luego otra en el saque de banda subsiguiente en la que reclamó falta por carga en el área pequeña, quedaron a los pies de Mesa, que no atinó con los tres palos. La doble oportunidad espoleó a los de casa y amilanó aún más a un Torrevieja contemporizador, que en su pretensión de no arriesgar resulta que no salía de su parcela. La premiosidad de tocar en corto sin venir a cuento en defensa por no despejar sin contemplaciones, la carencia de concentración en algunas recepciones que se convirtieron en robos de los contrarios y, en especial, el elevado número de infracciones cometidas con los bombeos a la olla que hubimos de soportar, convirtieron en un clavario el resto del segundo periodo. Por agarrarnos a algo, nos agarrábamos a la precipitación y a la impericia del contrincante, que seguía dominando —menos mal que sin goles— hasta el abuso y merodeando hasta el hastío. Pero el destino estaba en el premio, mínimo pero suficiente, que esperaba tras la consunción de estos agónicos minutos.
Como gozamos de la racha buena, nada sucedería de lo que hubiéramos de lamentarnos luego. Hasta nos libramos de un saque de esquina forzado tontamente, de ésos que nos dolían en otra época, y de un rebote peligroso, en los últimos segundos. Aguantamos con la puerta a cero por tercer partido consecutivo —mérito de Pepitiú y, con las pegas expuestas, asimismo de todo el equipo— y sumamos el punto justo para escapar del lío. Los gritos de alegría, los abrazos y la celebración final demostraban lo que habíamos padecido. Pero ya no padeceremos ni un día más. Aunque jugamos con fuego, esta vez tocaba no quemarnos.
Llosa: Paredes, Javi Sanchis, Rojas, Roselló, Fredi (Mallol 75’), Fran Alfonso (Aguilera 65’), Soriano, Tiago (Rubén 58’), Juanan, Tobías y Mesa.
Torrevieja: Pepitiú, Vicente Boix, Jorge, Rafa, Sergio Manjón, Burguillos, Dani Meseguer, Luis Carlos (Guillem 85’), Gasch, José Manuel (Manu Amores 66’) y Koeman (Mati 88’).
Árbitro: Yuste Querol, de Valencia, auxiliado por Martínez Caballero y Badal Marín. Amonestó a los locales Juanan y Fran Alfonso y a los visitantes Rafa y Jorge.
Incidencias: Se guardó un minuto de silencio en señal de duelo por los fallecimientos de Claro Martín (socio local) y Josefa Suárez (madre del delegado de campo), acaecidos durante la semana. Fran Alfonso jugó sus últimos quince minutos con la cabeza vendada. Pepitií sigue imbatido con el Torrevieja después de tres partidos completos. Con este resultado, y a falta de dos jornadas, el Torrevieja ya ha conseguido eludir los últimos cuatro puestos de la clasificación, los que acarrean el descenso de categoría.
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