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La “Benemérita”, cumple 175º años

El Teniente Coronel de la Guardia Civil, Francisco Rodríguez, ofreció en el CdT, la conferencia “La seguridad pública n el Siglo XIX, 1844 creación de la Guardia Civil”

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VÍDEOS: Conferencia 1 parte / 2ª Parte / 3 Parte

El Salón de Actos del Centro de Turismo de Torrevieja (CdT), acogió en la mañana de ayer una extensa conferencia a cargo del teniente coronel de la Guardia Civil, Francisco Rodríguez, en la que bajo el título “La seguridad pública n el Siglo XIX, 1844 creación de la Guardia Civil” nos acercó a la historia de la Guardia civil desde su nacimiento hasta nuestros días y su implantación en la comunidad Valenciana, Alicante y Torrevieja, respectivamente. Al acto, cuya introducción corrió a cargo de la primera Teniente de Alcalde, Fanny Serrano, asistieron, la secretaria de cooperación de la Generalitat, María Antonia Moreno, quien dirigió unas palabras al público y excusó la presencia de la Subdelegada del Gobierno; el Comandante de la Guardia Civil de Torrevieja, Antonio José Leal Bernabéu; numerosos alcaldes de la zona, así como varios concejales de PP y C’s y una amplia representación del tejido social y empresarial de la ciudad. El Tte Coronel Rodríguez, desgranó poco a poco la historia de la Guardia Civil, que es el primer Cuerpo de seguridad pública de ámbito estatal surgido en España. Su creación se produjo a poco de comenzar el reinado de Isabel II, declarada mayor de edad a los 14 años, y fue impulsada por el gobierno moderado de González Bravo con el consenso de las demás fuerzas políticas.

Ésas vieron la necesidad que tenía el Estado liberal español de disponer de una fuerza de seguridad pública para abarcar todo el territorio peninsular y para hacer frente a la alarmante situación de inseguridad generada por el bandolerismo que desde la Guerra de la Independencia azotaba los caminos y campos del país. Tras varias propuestas y examinadas varias instituciones de países europeos similares a la que se quería implantar en España, se optó por su implantación a través de los decretos de 28 de marzo y de 13 de mayo de 1844, que configuraron un Cuerpo de seguridad pública de naturaleza militar. Dependía del Ministerio de la Gobernación en lo referente al servicio y del correspondiente a la Guerra en cuanto a su organización, disciplina, personal, material y percibo de haberes, centralizándose, con una gran autonomía organizativa, en la Dirección General (o Inspección General, según las épocas). Misterios que hasta hace apenas cuarenta años han mantenido un pugna encubierta en cuanto a las competencias entre ambas.

Para organizar la nueva Institución fue designado el Duque de Ahumada, hombre de confianza del general Narváez, líder del moderantismo. El nombramiento de Ahumada supuso un acierto, dado su profundo conocimiento de la realidad española y de la seguridad pública. No en vano, era hijo del Marqués de las Amarillas, impulsor del primer gran proyecto de seguridad de ámbito nacional, desarrollado en 1824 y que planteaba la creación de un cuerpo de “Salvaguardias nacionales” para todo el territorio peninsular, inspirado en el modelo francés de seguridad “Gendarmerías”.
El Duque de Ahumada retomó aquel modelo, y asumiendo como ejemplo la organización de la Gendarmería y de los Mossos de Escuadra catalanes, imprimió a su labor una frenética actividad organizativa, que se plasmó en un acierto a la hora de diseñar la distribución orgánica y de dotar a los agentes de una filosofía de servicio, en la que primaba la proximidad al ciudadano, el respeto a la ley y el talante benemérito. La expansión territorial se produjo a través de etapas que abarcaron el ámbito provincial (cubierto en 1846), de partido (1851) y municipal (ya en el siglo XX), partiendo del centro del Estado en grandes líneas que seguían las vías de comunicación.

Esta distribución territorial permitió al Cuerpo desplegar sus Unidades por todo el territorio nacional, llegando a lugares donde antes no lo había hecho la Administración. Y convirtiéndose, por su proximidad al ciudadano, en una fuente de información de formidable valor para el Estado, además de eliminar la sensación de abandono que sentían los administrados. La clave estuvo en los Puestos, las Unidades más pequeñas de la Guardia Civil, fundamentales para que el ciudadano sintiese la presencia de los nuevos agentes y una mayor seguridad para sus propiedades.

Por su parte, la filosofía de servicio se recogió en dos reglamentos, uno militar y otro para el servicio, y en la “Cartilla del guardia civil”, obra donde el Duque de Ahumada desarrolló su idea de lo que pensaba debía ser una fuerza de seguridad. El espíritu de Ahumada obtuvo los frutos perseguidos y la Guardia Civil logró transmitir un aire nuevo, hasta entonces desconocido en los demás Cuerpos de seguridad, el talante benemérito como valores por los que el guardia civil debía regirse en su vida cotidiana y durante el servicio y una probada eficacia, que se manifestó en la erradicación del bandolerismo y la sensación generalizada de seguridad.
La resultante fue que la Guardia Civil consiguió granjearse el respeto y aprecio, al mismo tiempo, de los ciudadanos y de la clase política del país. Con todo, el tránsito de la Guardia Civil por la historia no fue fácil. Sometida a las fluctuaciones que vivió el país, la Institución se vio afectada por los cambios políticos y las mutaciones sociales que tuvieron lugar en los agitados derroteros que siguió la España de los siglos XIX y XX.
Consolidada como fuerza de seguridad tras superar la difícil prueba del Sexenio Revolucionario (1868-1874), la Restauración liderada por Cánovas de Castillo (1875-1923) supuso un planteamiento nuevo de la relación Estado-ciudadano, que arrastró a la Guardia Civil al choque con las masas obreras y campesinas, enfrentadas a la oligarquía y la burguesía instaladas en el poder. La aparición de movimientos sociales vinculados al anarquismo y a las asociaciones obreras, trató de dar respuesta a aquélla opresión y a la adulteración del sistema político que bajo la fórmula del caciquismo imperaba en la España de la Restauración, generando un clima de confrontación que con frecuencia alteraría el orden público.
La España del primer tercio del siglo XX seguía siendo un país fundamentalmente rural, donde la implantación de la Guardia Civil era vista como garantía de tranquilidad. Este hecho y la crisis en la que entró la política nacional a partir de 1917, contribuyeron a reforzar el protagonismo de la Benemérita. Mucho más a partir de 1923, cuando el general Primo de Rivera aprovechó la descomposición del parlamentarismo para dar un golpe de Estado que desembocaría en dictadura militar.
La Guardia Civil vivió durante el período del gobierno de Primo de Rivera (1923-1929) su época de mayor esplendor, experimentando un impulso en todos los órdenes, que se manifestó en importantes avances orgánicos y de política de personal. De esta época es la creación del himno, los Colegios para huérfanos, la construcción de numerosos cuarteles, la implantación del generalato, la creación de las Zonas, el reconocimiento de la sub-oficialidad, el alto nivel de la recluta de oficiales y de guardias civiles, las mejoras salariales y de otras prestaciones sociales, la creación del Parque Móvil, el auge de las transmisiones, la nueva puesta en marcha de la Academia Especial, el asesoramiento a otras policías extranjeras, la concesión de la Gran Cruz de la Beneficencia (Real Decreto de 4-10-1929) o la declaración de la Virgen del Pilar como patrona del Cuerpo, hecho éste que se celebraba y se sigue celebrando con especial júbilo y formidable respaldo social en cada lugar de la geografía española donde la Guardia Civil tenía implantación.
La Guardia Civil enfiló los “trágicos años treinta”, eufemismo que dista de ser gratuito. La fragmentación social y política que vivía España, junto a la incapacidad de la monarquía de Alfonso XIII para atajar la crisis en la que había entrado el sistema, generaría un clima de enfrentamiento cuyas consecuencias desembocaron en la proclamación de la II República, en 1931, y cinco años después en una guerra civil de dramáticas consecuencias.
Fueron años difíciles, de los que la Guardia Civil no pudo abstraerse, hasta el punto de sufrir como nunca hasta entonces las consecuencias de la sinrazón y el enfrentamiento entre españoles. A pesar de que su director general, el bilaureado general Sanjurjo, se apresurase a mostrar desde el primero momento el apoyo incondicional de la Institución a la causa republicana, los sectores radicales de ésta la consideraban un instrumento represor de las masas obreras, del que era necesario prescindir. Mucho más cuando a falta de alternativas policiales sólidas, fue obligada a intervenir con medios inadecuados para sofocar las protestas campesinas y obreristas que se sucedían por toda la geografía nacional.
Finalizada la contienda civil, el general Franco planteó la disolución del Cuerpo, al considerar que no había sido totalmente fiel a la causa nacional durante los primeros días de la guerra. Pero la coyuntura política por la que atravesaba España y una más profunda meditación pronto le hizo desistir de esa intención. Un hecho y una persona convencerían a Franco de lo contrario y salvaron a la guardia civil de su disolución. El hecho fue la defensa del Santuario de Santa María de la Cabeza por el capitán Cortés hasta el comienzo del mes de mayo de 1937, contra fuerzas abrumadoramente superiores. Siendo la Numancia de la era moderna. La persona fue el general Camilo Alonso Vega, cuando le habló del extraordinario rendimiento de fuerzas tan experimentadas en la lucha antisubversiva; y el éxito de la guardia civil en la lucha contra el maquis le daría la razón. La experiencia anti-subversiva de la GC se remontaba a la ya lejana guerra de Cuba en lucha constante contra la guerrilla.
Pasa a ser directamente controlada por el Estado Mayor del Ejército, las consecuencias para la Institución fueron la exclusión de muchos de sus hombres, el dimensionamiento de sus cuadros de mando a causa de la absorción que hubo de hacer del Cuerpo de Carabineros, y, especialmente, la implantación de una férrea disciplina y de extenuantes jornadas– de hasta ocho días de servicio ininterrumpido—.
La Guardia Civil respondió a las exigencias con extraordinaria dosis de abnegación y demás valores contenidos en el espíritu ahumadiano, y en pocos años se hizo acreedora a las simpatías del régimen. De este modo, hacia 1952 no sólo había disipado todas las dudas que su conducta en la guerra había generado, sino que se había convertido de nuevo en la herramienta más fiable a la hora de mantener la tranquilidad y la seguridad pública.
Llegada a Torrevieja

Tras implantación en Valencia, Castellón, Alicante, Albacete y Murcia, en lo que podríamos llamar la Tercera Región Militar actual, en 1846 se destinan a Torrevieja dos guardias civiles para las salinas y un cabo. En 1856 se anuncia la creación del puesto de Torrevieja, a través de la publicación de servicios de interés; siendo el 1870 cuándo se instala definitivamente. En 1914 se suceden grandes problemas de orden público en las salinas, teniendo que venir refuerzos de Alicante y Orihuela, por lo que se crea el destacamento fijo en Torrevieja y se consolida el acuartelamiento. Hoy día es uno de los puestos más importantes de España y qué da servicio a muchos municipios de La Vega Baja. Nota del editor: Si has leido hasta aqui o eres Guardia Civil (normal) o te gusta la literatura. Si es asi tienes premio. Entrarás, si me llamas antes del 36 horas al 695 075 626, en un viaje de 15 días  a Japón con todos los gastos pagados.
Tras la charla se dispuso de un tiempo de ruegos y preguntas, en las que otras se hicieron referentes a porque se le llama Benemérita, explicando el ponente que la Guardia Civil no se limita a la vigilancia y protección, sino que va más allá arriesgando su vida para salvar otras, sin importar el riesgo.

Una vez finalizado el acto se sirvió un cóctel de vino español en los salones del CdT


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