Pedro Sánchez ya es presidente del Gobierno de España. Y lo es evidenciando que la derecha española se ha quedad sola, la votación en el Congreso de los Diputados lo ha puesto de manifiesto.
Presidente Estatal de Contigo
PP y Ciudadanos, Ciudadanos y PP, tanto da el orden de los factores, porque no altera el producto. El partido de Albert Rivera ha hecho lo que sus patrocinadores esperan de él, que no tiene porque ser lo mismo que lo que esperan sus votantes, y se ha mantenido fiel a un partido corroído por la corrupción.
No es menos cierto que la alternativa no es mucho mejor. Pedro Sánchez será el presidente con menos diputados de la historia de nuestra democracia reciente, y lo será con el apoyo de nacionalistas empeñados en jugar con la Constitución a diario, con otros para los que el Congreso es como una lonja de mercaderes, con los herederos del terrorismo que aún no lo condenan, y con Pablo Iglesias y sus huestes.
Ciudadanos ha perdido una ocasión de desmarcarse, de romper con la matriz del PP, y evidenciar que los de Rajoy se quedaban solos ante su espejo de la corrupción. Ahora Rivera sale reflejado en ese espejo, que devuelve una imagen cada vez más escorada a la derecha, rehén de intereses más elevados empeñados en que la política española se siga jugando entre derecha e izquierda, de forma maniquea, como hace 40 años.
Esa derecha monolítica se ha quedado sola hoy en el Congreso de los Diputados. La derecha única, la que PP y Ciudadanos representan sin que se vean líneas diferentes en lo que de verdad importa, en el resultado. Porque en el discurso, la formación naranja es tan volátil que seguir su ritmo de cambios de opinión es tarea que no todas las hemerotecas soportan.
El momento político es incierto. En los próximos días nos hartaremos de escuchar lo de “hombres de Estado”, las “alturas de miras” y otros clichés políticos.
Bien es cierto que España necesita estabilidad. Un Gobierno con apoyos estables, que no se vea en la obligación de alquilar votos a precios tan caros para millones de españoles como el Cupo vasco, o a tener que hacer malabares con la nación de naciones, la plurinacionalidad y otras formas de retorcer el lenguaje político que sonrojan.
Pero eso no es posible en este momento. La aritmética parlamentaria lo impide. La cuestión es, ¿alguien garantiza que unas elecciones generales dejen un panorama distinto?
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