F. Guardiola / Fotos: F.G.,J. Carrión, Adrián R. Torres
Este rincón paradisíaco, del que hace unos años nada sabíamos, se ha convertido en los últimos años en punto de encuentro en cada ocasión que nuestros cuerpos y nuestras mentes necesitan de un lugar donde reine la paz y la naturaleza por los cuatros costados. Ayer Torrevieja celebraba su segundo día de la “Pascua de monas” y desde primeras horas de la mañana los “residentes” que habían hecho noche acampados en tan singular enclave, ya eran despertados por el ajetreo de los más madrugadores que llegaban para instalarse a pasar el día pertrechados de todo lo necesario para la ocasión, a saber, tumbonas, mesas, juguetes, tiendas de campaña, neveras y capazas llenas de las mejores viandas, en las que no faltaban las típicas monas de pascua, con que dar cuenta llegado el momento. Sobre mediodía tuve la oportunidad de visitar aquella verdadera ciudad, a la que definí con solo verla en la “Ciudad de la Alegría”. Allí el mundo se había parado por un día. Es verdad que en ocasiones el viento se apuntó a la fiesta y le “estampó” la ración de tortilla en la cara, con plato de plástico incluido, a más de uno de una ráfaga, pero por lo demás aquello era como volver al pasado, un pasado sin radios, sin televisores, sin bancos, donde cobran hasta por pasar por la puerta, sin asfalto y sin barreras, donde la única ocupación era descansar, divertirse y disfrutar de una pinada maravillosa. Los más pequeños se lo pasaron en grande en el parque infantil que está situado en el centro y jugando a algunas cosas que en la vida cotidiana de la ciudad es imposible de hacer en la calle, como saltar a la comba, jugar al escondite o simplemente tirarse y revolcarse en el suelo y que los padres no les digan ni mú. En nuestro recorrido, nos encontramos al “todo Torrevieja”, desde la asociación de vecinos de La Mata, que viajan a todos sitios como si fueran una familia, hasta peñas de otros barrios como la de los vecinos del Acequión, que con Felíx a la cabeza, organizaron una serie juegos de lo más divertido, entre los que estuvieron el “tiro de cuerda”. Y en todos y en cada uno de los sitios por donde iba pasando era invitado a degustar todos los platos que tenían preparados, así que como diría aquel “me puse las botas”, pero es que todo sabía a gloria, desde la pasta que llevaron los alemanes de la Asociación de Vecinos de La Mata, el pastel de carne de los Rotarios, o las empanadillas de los materos, sin contar los aperitivos de Guillermo de los salerosos, o tantos y tantos otros de los que es imposible acordarse, desde aquí a todos muchas gracias y os pido disculpas a los que les rechacé la invitación, pero de haber seguido la indigestión hubiera sido sonada. Al final y como bien refleja en sus fotos nuestro nuevo fichaje Adrián, la laguna se quedó en su soledad y en su paz, con su inmensa belleza, esperando de nuevo la ocasión de ofrecernos lo mejor de su entorno: la pinada de Lo Albentosa.
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