Francisco Reyes Prieto
Elvira Gomis Bernabé, una torrevejense nacida el 8 de noviembre de 1914, ha celebrado su centenario cumpleaños acudiendo a la oficina de expedición del Documento Nacional de Identidad. Tenía la necesidad de renovarse el carnet de identidad después de que haya estado caducado varios años y sus familiares no dudaron en cumplir sus deseos, con la fortuita coincidencia que en la víspera de su centenario tuvo la cita para acudir a la oficina. Elvira llegó a la oficina del brazo de su nieta, Victoria Elvira Martínez y su marido, Ramón Martínez, ya que por el momento no necesita ni tan siquiera un bastón para caminar.
La cumpleañera, que presume de estar perfectamente bien, «a mi no me duele nada y solamente me estoy tomando ahora una pastilla que me ha mandado el médico», decía con desparpajo, fue atendida exquisitamente por los funcionaros del DNI y fue el propio comisario responsable de la oficina, Sebastián García, quien entregó en mano a Elvira su nueva tarjeta de identidad, electrónica y con validez permanente y la posibilidad de acceder a través de internet a las distintas opciones de gestión que se le brindan.
También acudió a acompañarla y felicitarla al mismo tiempo la concejal de Tercera Edad, Inmaculada Montesinos, quien destacó el inmejorable aspecto que tiene Elvira a sus cien años. La ya centenaria, recuerda a su marido, José Martínez Sánchez ‘El Cenia’, «que era carretero y traía piedras de San Miguel» y cuenta que nació en la calle San Pascual, muy cerca de la estación del tren. Tuvo cuatro hijos, pero uno se le murió muy pequeño como consecuencia de una menigitis y también rememora como un episodio triste de su vida cuando se murió su madre y ella tan solo contaba con siete años. Tiene cinco nietos y seis bisnietos, y cuenta que también se encuentra muy satisfecha de haber sacado a una niña del orfanato, a la que le dio el pecho para poder dársela a una familia que no tenía hijos.
Ahora su ilusión también tiene nombre de mujer, Sara, una perra «que tiraron a la calle y yo la recogí porque me daba pena y ahora me quiere más que su madre». Elvira la pasea todos los días varias veces «y le recojo todas las cacas», matiza, insinuando que hay muchos que no lo hacen. No achaca a nada en particular el inmejorable aspecto que presenta, «como lo que pillo, con medio vaso de mistela en las comidas». Quizá destaque su costumbre de obtener todos los días un amplio descanso, ya que a las nueve de la noche ya está acostada, pero cada día a las siete está dispuesta para hacer los quehaceres de su casa, como arreglar su habitación y, sobre todo, atender a su perra.
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