Dr. Leopoldo Fuentes Martínez
Bucaramanga – Colombia
Malala Sousafzai, la niña Paquistaní quien a los 17 años fue galardonada por la academia Sueca con el premio Nóbel de Paz 2014, además de ser la persona más joven en otorgársele semejante distinción, es sin duda una inspiración universal, cuando se trata de destacar un caso emblemático de tozudez, sacrificio y redención en la reivindicación de derechos, históricamente conculcados durante siglos, con los más diversos argumentos, según el caso: la cultura, religión o la política.
Donde quiera que se pretenda un proyecto de progreso social o económico, si no se toma en cuenta de manera vertebral, el papel generador de vida, que convoca voluntades y constructora de civilización que encarna la mujer, dicho proyecto será estéril.
Basta ya de diagnósticos acerca de su subalterna condición en España, Europa o el tercer mundo. No necesitamos más evaluaciones, son tiempos de acción. Malala quería estudiar. Cometió el crimen terrible de pretender ser igual que los hombres de una sociedad que, aunque dista mucho de la nuestra, debería llamar nuestra atención la cantidad de rasgos mentales similares con aquella respecto de la mujer, que no pueden ser motivo sino de vergüenza.
Que las políticas públicas trasciendan los códigos y las leyes y lleguen a los hogares de los maltratadores, que se tomen las escuelas y hagan del niño un defensor de aquellas que pertenecen al sexo de sus madres; que vayan a las calles y castiguen ejemplarmente a quienes, destilando no sé qué disfunciones de hogar, atropellan a las mujeres para un selfie.
Y, que en todo caso, todo lo logrado, no sea en manera alguna una concesión de los hombres, sino una conquista de las mujeres, refrendada en la ley y defendida con valor en todos los escenarios sociales posibles.
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