Juan Carlos García Sala
Torrevejense del Sequión.
A menudo, me costaba entender como cada vez que les decía a mis perros “vamos a la calle” , se ponían tan contentos, dando brincos y moviendo sin parar sus colas, con lo bien que están en casa con una plácida vida perruna. Ahora lo entiendo todo. Esta pandemia, ha entrado de golpe y sin previo aviso en nuestras vidas . Es como si un rayo destruyera en segundos tu casa, como si un familiar cercano se fuera de repente, como si te quedaras sin trabajo de un día para otro, algo que te cambia todos los esquemas en minutos, que te deja la mente en blanco sin poder reaccionar pero que sabes que tendrás que habituarte a ello.
De repente, nos hemos dado cuenta que de un día para otro, el mundo se dio la vuelta y que un virus microscópico, el orthocoronavirinae conocido cómo covid-19 o coronavirus, con apenas 140 nanomilímetros , ha puesto de manifiesto nuestra fragilidad, convirtiendo nuestros gestos habituales como darnos la mano, un beso, un abrazo o una palmada cariñosa, en enemigos mortales que nos hacen mirarnos con recelo y desconfianza, nos confina en casa y nos hace ponernos una mascarilla para evitar el virus y tapar nuestra vulnerabilidad. Al mismo tiempo, saca nuestra cara más egoísta, que nos hace acopiar alimentos básicos sin pensar en los demás .
Afortunadamente, poco a poco se va tomando conciencia comunitaria y vamos mirando un poco por los más desfavorecidos y al mismo tiempo reconociendo el duro trabajo de algunos colectivos, en forma de aplausos puntuales y diferentes muestras de gratitud por su profesionalidad.
También surgen a cientos, los que “ ya sabían esto”, los que “hubieran actuado de otra manera”, los que “ deben de dimitir estos y aquellos” y los trepas habituales que se suben al carro en marcha, aprovechando la coyuntura para intentar (pobres) sacar rédito político de esta situación.
Pienso que tiempo habrá para juzgar si se actuó bien o mal, de pedir responsabilidades si las hubiera, pero ahora lo más importante es restablecer la normalidad, recuperar las charlas de bar con los amigos, poder volver al cine o al teatro, a correr, a montar en bici, a salir a la feria con los niños, o sea volver a la vida cotidiana diaria.
Si tenemos en cuenta que cada vez que incumplimos una norma de confinamiento, alargamos ese camino a la normalidad, en nuestras manos queda nuestro futuro y sobre todo el de los que nos rodean.
Ni que decir tiene que no será fácil, costará volver a la normalidad, costará volver a confiar, costará dejar de sospechar del que tenemos al lado, pero por lo menos hemos aprendido a lavarnos perfectamente las manos y también que el papel higiénico ocupa un sitio innecesario en nuestro armario.
Animo, paciencia y mucha fuerza.
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