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Opinión: ¿Dónde comienza nuestra verdadera libertad?

¿En dónde se halla ese punto en el que cruzamos el Rubicón? ¿Qué estamos dispuestos a perder a cambio de mantener lo que consideramos irrenunciable?

Rodolfo Carmona (PSOE)

Rodolfo Carmona
Cncejal del GMS del Ayuntamiento

 Dicen los manuales de escribir columnas de opinión, que nunca se debe comenzar por una pregunta y yo de pronto salgo con tres. Los riesgos de la heterodoxia. Que se lo pregunten sino a Cayetana Álvarez de Toledo. A lo de los riesgo de la heterodoxia, entendida esta como el derecho a la libertad de opinión, a la discrepancia con lo establecido, con lo convendido por una mayoría si ello va en contra de un interés superior, me refiero.
Lo cierto es que me han importado bien poco los manuales de cómo hacer lo que sea, incluido, con más vehemencia si cabe, el de cómo ser y estar en un partido político. El viaje es siempre una alegoría del pasar de los días, una excusa para vivir doblemente lo cotidiano y lo extraordinario, el alfa y el omega de esto que llamamos vida. Pero hay viajes y viajes. Mi viaje en política está siendo el vaivén de una montaña rusa, una ensoñación digna de Matrix, un querer y no poder instalar la luz y la razón, una tirolina apenas anclada a la piedra, siempre en riesgo de caída libre, siempre amenazado por fuego nunca amigo, sin más refugio que el que uno sea capaz de darse, sin más destino que un puente donde acumular los escombros de la memoria.
No fui nunca partidario de las camarillas, de los arreglos entre bambalinas para llegar al “puestecito”, respeté la heterodoxia y renegué de los aduladores que ocultan bajo sus dulces palabras la hiel cainita del que aspira al “quítate tú que a mi me da la risa”. Pero no pequemos de valientes cuando también la cobardía ha estado presente. No nos dibujemos como un superhéroe de Marvel cuando no es cierto, ni por asomo. Fallé en muchas cosas, erré en mis juicios, no hallé las palabras exactas cuando tuve el valor de hacerlo, me callé demasiadas injusticias cuando me atenazó el miedo y permití con mi silencio demasiada mierda. El silencio es el peor pecado en política, muy cercano al de mirar para otro lado cuando los vientos de la guerras intestinas apuntan a otros o a otras. Lo cual es una cobardía que se clava en el alma y la astilla por completo. Eso si tienes alma que a veces lo he dudado entre la fauna circundante.
Soy un político torrevejense fruto del azar y de una certeza, pero no quiero ser políticamente correcto, aún a riesgo de rozar la herejía respecto a lo dado por hecho por parte de muchos, por muy mayoría que sean. Soy político, pero aspiro, aunque suene antiguo y falso por el descrédito que nos hemos ganado a pulso, a la honestidad en la función pública.
Hasta aquí han llegado sus carcajadas. No les culpo. En ese lado del papel o la pantalla yo también me habría reído.


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