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Opinión: “El día de la Purísima para un torrevejense”

Día de la Purísima (J. Carrión)

Rodolfo Carmona
Grupo Municipal Socialista del Ayuntamiento

Los años pasan y uno va cambiando a lo largo del tiempo. Somos un yo con muchos “yoes”. Solemos cometer el error de pensar que el tiempo escapa de nosotros, que todo ayer es un recuerdo borroso que va perdiéndose, emborronándose lentamente hasta que un día no es más que un olvido lejanísimo. Pero nada más alejado de la realidad.

El ayer nos habita de manera tan clara como este presente de urgencias y prisas en que hemos convertido el ahora. El ayer forma parte de este hoy y de todos los hoy sucesivos que vendrán mañana.
Y si hay un día para mí, en que el pasado se presenta a la mesa como un invitado oportuno y necesario, es precisamente cada ocho de diciembre, el día de la Purísima.

Se me vienen en este día todos los recuerdos de la infancia, toda la felicidad y las emociones con las que vivíamos este día en cada casa de Torrevieja. Los días de fiesta, los caramelos, las almendras, las comidas familiares, el caldo con pelotas, la Charamita de alegrías y cantos, las risas de los mayores por nuestras caras infantiles ante los regalos. No eran tiempos de escasez en mi casa, pero si de apreturas.

Sin embargo no había día de la Purísima sin ir de estreno, qué emoción ante unos zapatos nuevos, sentirse de punta en blanco para ir a vivir la fiesta de nuestra Patrona. Qué recuerdos ante el Castillo de fuegos artificiales, un momento que era agridulce, pues era el punto y final a unos días mágicos, o el intenso estremecimiento, como un nudo en el estómago, al escuchar cantar la Salve.

Puede que me esté haciendo mayor y esto suene a batallitas del pasado. Pero se me humedecen los ojos al escribirlo.
Tratar de definir lo que significa este día para todos los torrevejenses, los de nacimiento y adopción, es una tarea imposible. Pues imposible es definir el sentimiento en su estado más primigenio, aquello que nos habita en las entrañas como certeza de pertenencia a Torrevieja, que nos hace trascender nuestra propia individualidad para desembocarnos como un río torrencial en un nosotros plural y diverso que contiene a la ciudad completa.

Todo torrevejense es hijo de su madre y de su padre y al mismo tiempo todo torrevejense es hijo del mito real y tangible de la madre de todas las madres, la Inmaculada, patrona de Torrevieja.

Mi madre frisa ya los ochenta y tantos, no quiere que diga los que son, y todos los días acude a la parroquia a venerar a la Purísima. Es un acto casi reflejo, natural, tan natural como respirar.

Su día parece no estar completo si no habla, con esa sinceridad que solo tiene una madre con otra madre, de sus cosas y por qué no decirlo, de sus hijos. Siempre me dice lo mismo cada vez que me ve: ¿Va todo bien? Me pregunta. Sí, mamá, todo bien. Le respondo. Ella me sonríe con complicidad, como si fuera imposible lo contrario y acaba diciéndome como si eso justificara nuestra felicidad, yo le pido a la Purísima por los tres todos los días. Así me quedo tranquila.

Yo guardo silencio. ¿Qué puede uno decir ante eso?.


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