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¡Que viene la moral!

Guardias Municipales de la época

Guardias Municipales de la época

Francisco Sala Aniorte / Cronista Oficial de la Ciudad
(Publicado en el Diario “La verdad” el 6.5.2014)

Recién terminada la Guerra Civil Española, el Ayuntamiento de Torrevieja estableció una vigilancia en la costa un tanto especial, encargándose de vigilar el decoro en las vestimentas y la compostura, estableciendo un tupido velo de censura: un guardia municipal paseaba tranquilamente por las playas y rocas garantizando las ‘buenas costumbres’. Se le conocía por el nombre de ‘La Moral’. Al aviso: «¡Que viene La Moral!», la gente autorrevisaba su indumentaria playera y su conducta ante su novia para cerciorarse de estar dentro de lo ‘legal’ y ‘correcto’, evitando una posible multa, casi simbólica, en la que no se recuerda que incurriera nadie.Pero la historia viene de muy atrás. Mucho tiempo ha pasado desde la creación de la Policía Urbana y Rural de la Villa de Torrevieja, en 1848 bajo el reinado de Isabel II, y siendo alcalde Vicente Galiana Muñoz, estando formada por cuatro guardias que cobraban como sueldo 5 reales diarios.
En algunas de las Ordenanzas de Policía Urbana y Rural para la Villa de Torrevieja, promulgadas durante el siglo XIX, se deliberan diversos puntos que, a día de hoy, dejan entrever cómo fue aquella Torrevieja, sobre todo en lo que se refiere al orden y a los encargados de hacerlo cumplir.
En las festividades religiosas, las puertas del templo tenían que estar libres para poder entrar y salir, no permitiendo los guardias municipales que se formaran corrillos delante de ellas, y el Viernes Santo no estaba permitido que en la carrera de la procesión hubiesen puestos de comestibles, de flores o de otros artículos que pudieran causar estorbo a la concurrencia.
La ocupación de los espacios públicos también estaba regulada. Los aguadores, mozos de cordel y demás personas que conducían bultos de carga u objetos que pudieran incomodar a los transeúntes, debían de marchar de circular por el reguero de la calle, no tocando las aceras ni al doblar las esquinas. Igualmente estaba prohibido establecer en ellas puestos de comestibles, yesca, fósforos, figuras de barro, ni género de ninguna clase y que obstruyera el paso del público. Los vendedores ambulantes no podían estacionar ni circular por las aceras con sus carritos portátiles.
Estaba prohibido, con el objeto de la libertad en la circulación, que los propietarios de tiendas y comercios sacaran a las calles mesas y tinglados para exponer sus géneros. Los ciegos y saltimbanquis que, por razón de sus ocupaciones, solían atraer a gentes para verlos o escucharlos, debían situarse en sitios en que los que no entorpecieran el tránsito, dejando siempre libres las aceras y bocacalles.
La conservación de los parques públicos exigía un especial cuidado, teniendo también como encargados a los guardias municipales que se ocupaban de contener algunos de los abusos que hacía la gente de aquella época, como arrojar basura en los paseos y transitar a caballo por los mismos, tirar piedras a los árboles, cortar o quebrar sus ramas, subirse a ellos o perjudicarles de cualquier modo. También se prohibía a los cazadores y a cualquier persona disparar con escopetas ni otra arma de fuego con dirección a los árboles de los paseos de la población. Los contraventores a estas disposiciones debían pagar una multa, siendo además responsables de reponer los daños que ocasionaran.
Había un celador y cuatro personas encargadas del servicio de vigilancia nocturna de la policía urbana y alumbrado público de las calles de Torrevieja. Tanto el celador como los serenos debían usar de noche el uniforme y llevar un chuzo o lanza, un pito, un farol encendido y una carabina.
Cuando algún vecino reclamaba el auxilio del sereno para llamar al médico, buscar medicamentos o pedir los sacramentos, debía prestarle ayuda inmediatamente. Era obligación del sereno y de los guardias municipales detener y encerrar en los calabozos a embriagados, mendigos, «mujeres perdidas», mozos con «bultos de contrabando», así como a los que encendieran hogueras y arrojaran o tiraran animales e inmundicias a las calles.
La reglamentación de los juegos infantiles también estaba recogida en las ordenanzas y no permitía las riñas a pedradas entre muchachos, ni dentro ni fuera de la población, ni jugar al ‘toro’, ni a la guerra, ni encender petardos, cohetes o ‘mixtos’, ni usar «aguas alcalinas», animales muertos, ni otros medios para perjudicar los vestidos de los transeúntes, estando encargados los guardias municipales de conducir a los infractores a la cárcel pública para aplicarles un castigo.
En los años sesenta del pasado siglo, era frecuente que El Viñero, Juan ‘El Tostoneo’, Juan Imbernón Torregrosa ‘El Carabina’, Manolo Samper ‘El del Carro’, El Lucas, Paco Ruiz Dolón ‘El Maurro’ y el sargento Paco Martínez no dudaba en quitar el balón cuando un grupo de niños jugaban en la glorieta y botaban la pelota en la pared lateral de la iglesia jugando al frontón. También había toque de atención cuando José Berná ‘El Huertanico’ descubría in fraganti a los niños cogiendo palomos en la plaza del Nuevo Cinema. Algunos, como es el caso del cabo los municipales Carlos Mercader, en su tiempo libre daba clases de repaso escolar enseñando a algunos niños a resolver las primeras cuentas de sumas, restas y quebrados.
También en el orden humano pongo de ejemplo al guardia municipal Francisco Ferrer, conocido por ‘El Tonto de las Palas’ que, en aquel año de 1903, fue objeto de todas las conversaciones de la villa. El honrado empleado, desde hacía mucho tiempo había concebido el proyecto de adquirir una Verónica para que desfilase en nuestras procesiones de Semana Santa, y ese año vio cumplido su deseo. Ferrer, que no contaba con nada más que con el pequeño salario que mensualmente le pagaba el Ayuntamiento, tardó 19 años en reunir las 170 pesetas, valor de la talla. Casi todo el pueblo desfiló por casa del guardia municipal para poder admirar la imagen.
El 6 de febrero de 1970 los guardias municipales estrenaron nuevos uniformes a la americana con la novedad de llevar, además de la tradicional porra, armas cortas, revólveres de seis balas, estrenando su primer vehículo motorizado: un Jeep. En 1975, su plantilla su estaba formada por 12 guardias distribuidos en tres turnos de 8 horas.
Los tiempos habían cambiado y en boca y prensa están y han estado la supuestas torturas de agentes a arrestados, la disconformidad de algunos policías con las propuestas de horario, el absentismo laboral entre los agentes, la falta de acuerdo con la distribución de los servicios, el repentino celo de poner multas por parte de algunos guardias locales, el padecimiento de ‘mobbing’ de algunos policías, así como recientes concentraciones sonoras y protestas de agentes a las puertas del consistorio. ¡Que venga ‘La Moral’


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