El pasado sábado, el Teatro Municipal de Torrevieja acogió, uno de los eventos que pocas veces tendremos ocasión de ver de nuevo. Con qué estilo tan rico, brillante y austero al tiempo, lleno de omisiones, medias palabras, sobreentendidos y desplantes, traza el autor de “El Testigo”, Fernando Quiñones, el retrato a la contra del fallecido cantaor Miguel Pantalón por boca de un compadre. Un homenaje a la grandeza recóndita e irrepetible de un flamenco gaditano imaginado por el escritor y dibujado en el aire de los recuerdos por Rafael Álvarez «El Brujo», que encarna a ese testigo de las juergas del muerto en tono y ritmo, a compás, con una gracia, y un saber en el oficio que se eleva sobre sus últimas comparecencias. Rafael es un caso aparte en la interpretación española, un superdotado para el monólogo y la plástica verbal. En esta ocasión, está sembrado, fresco, dominador, próximo, justo y medido (o sea, felizmente desmedido en su genio). Todo un recital, un placer para el espectador. El actor, que también dirige este espectáculo producido por el Centro Andaluz de Teatro, ha adaptado una narración de Quiñones con pellizco y duende. Es un texto estupendo, un tesoro de la capacidad de observación y la precisión descriptiva del escritor andaluz, que alimenta un espectáculo fluido, desarrollado en espiral y cuyos aparentes curvas y reiteraciones van dejando el poso de la figura evocada, un cantaor de destellos únicos, desprendido, voluble y cuyo arte solo pudo ser apreciado en deslumbrantes dosis por quienes tuvieron la fortuna de estar junto a ese torero del cante en los raros y precisos momentos en que el ángel de la gracia posó los dedos en su garganta. La escenografía, que reproduce el interior de una taberna, la matizada iluminación y la percusión se alían con El Brujo en una función redonda, que hicieron al público asistente emerger de sus butacas en un interminable aplauso. Algo que Torrevieja tardará en olvidar.
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