Objetivo Torrevieja

Está llena de gente la plaza frente a la Inmaculada, imagen del cartel de Semana Santa, que ya camina despacio en el silencio. Hay luz como de cruz de guía. Luz como para que pida la venia una cofradía cuyo cuerpo de nazarenos viene muy despacito, preparando el camino.

Encarna Hernández Torregrosa

Es de noche y hace un poco de fresquito. Viendo los abrigos desabrochados, te dan ganas de pensar que este año la Semana Santa y con ella la Pascua, va a ser templada, cuando la soñada Inmaculada del cartel, vuelva del Encuentro con su Hijo. En esta plaza, cada año, tres días antes del Miércoles de Ceniza, tres días antes de nuestra Cuaresma de primer azahar, de primer ensayo con las parihuelas, de la primera golondrina, vienen las agrupaciones carnavaleras Ramón Gallud abajo. Nos traen el ritmo ensordecedor del carnaval, que nos brindó el pasado domingo, rompiendo el silencio de Torrevieja. Ésta ciudad ritual ya ha hecho suya la costumbre del desfile de Carnaval.
Estaba la plaza y la ciudad igual que una feria. No, no es errata, así se puede afirmar, igual que una feria. Incluso la gente más seria, atendía al desfile, como atiende a la liturgia aquel que va a misa. Y tras las comparsas pasamos al rito de Miércoles de Ceniza, dando un sentido antiguo de Carnestolendas. La ciudad ha captado perfectamente el silencio sonoro, cuando la bulla se calla en el momento exacto, sin que se lo diga ningún director de escena. Ya aparece la luz tenue de los días más largos y esperados, se adivinan parihuelas de ensayos. Se sabe que llega la Cuaresma por el ceremonial solemne. Se rinde oraciones frente a la Inmaculada en su 50 aniversario de la coronación canónica y con motivo del año jubilar. Así comienza ésta Cuaresma con el Miércoles de Ceniza y con ella el tiempo de oración, penitencia y ayuno.
Con la ciudad sosegada y en calma, llega también el Miércoles de Ceniza con sabor dulce de torrijas, marea alta de almíbar. En todas las confiterías las torrijas se muestran como ensenadas de amorosos panes, casi eucarísticos, empapados en azúcar y miel. Las segundas mejores torrijas. Y digo segundas, porque en torrijas nunca hay duda: como las de nuestras abuela o madres, nadie. Aquellas torrijas merecían títulos casi cofradiero: humildes, antiguas, fervorosas. Hoy no se me escapa en la memoria ay, ceniza, aquellos Miércoles de Torrijas. El almíbar, dulce líquido de la clepsidra cofradiera me dice lo poquito que falta para ver al primer nazareno el Domingo de Ramos. Y junto a esos dulces panes, de nuevo los nazarenitos de caramelos en el escaparate de la confitería, como la procesión más dulce.
Cuando aun la ceniza se encuentra adherida en mi frente, el tiempo parece detenerse en ese reloj de almíbar, en ese almanaque de azúcar, que me hace soñar, con el próximo estreno del Domingo de Ramos.

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