Procesión con lámparas mineras. Procesión de cirios llorosos de cera. Junto a la Purísima, Santa Bárbara. Junto a Torrevieja, siempre Asturias.
Asturias ligada a la extracción de carbón, deja en las venas de sus hijos el color negro del luto por aquellos que quedaron en la mina. Este año más que nunca son seis nombres los que están grabados en el Pozo Emilio del Valle, en la localidad leonesa de Llombera de Gordón, en el municipio de Pola de Gordón.
Hoy, día de Santa Bárbara, todos somos mineros.
Frente a los tumbadores que fuman silencios entre las hileras de vagonetas vacías, el grisú como arma mortal, como pelá que los persigue, como muerte que acecha. El capataz mayor de la mina con rostro marcado por el trabajo, con sus pómulos salientes, revela firmeza, aguardando de pie con su linterna encendida junto al ascensor inmóvil. Al fondo reptando el grisú como enemigo que aguarda. Fuera en lo alto el sol resplandece en un cielo sin nubes. Mientras en la mina se ha paralizado el movimiento. Cuando el ascensor se detiene frente a la galería principal, las risotadas y las voces que atronaban en la mina cesan como por encanto, y un cuchicheo temeroso se propaga rápido bajo la sombría bóveda. Todos lo saben. Han sido seis los hombres, los nombres que quedan grabados en el negro carbón.
A Santa Bárbara patrona de todos los mineros, este año van a rezar por aquellos que perdieron su vida trabajando la mina. Los pozos paran y se recuerda con homilías a los seis mineros. La devoción y el sentimiento popular que se respira en esta casa de Asturias que tiene su especial lugar en Torrevieja, así se plasma hoy, día de Santa Bárbara. Entorno a esta imagen, esa tierra que desde hace más de 50 años comparte con Torrevieja cuanto es, y con ella Santa Bárbara, en un tiempo patrona también de otros mineros, los salineros.
Pero Ella está cerca y hoy también quiero hablar de esas noches oscuras, en las que no comprendemos si vamos en el buen camino o andamos circundando las tinieblas, cuando los vendavales de nuestras vidas arremeten contra nuestra fragilidad y notamos la necesidad de buscar el norte en la luz que el cielo quiso regalarnos: Nuestra Virgen Inmaculada.
Y quiero hablar de nuestro 8 de diciembre, ese día Torrevieja se pone de gala para vivir con fervor el gran día junto a su Patrona. La primera cita comienza temprano, a esa hora cuando se siente la humedad de la madrugada. En la plaza de la iglesia comienza la Diana, abundan los jóvenes que animados o intentando apartar el frio, caminan al ritmo de la música. Día de misas en la parroquia de la Inmaculada: a las nueve, a las once y por fin la misa de doce, Misa Mayor. La hora del aperitivo y a comer a casa, el típico cocido con pelotas. Pero Nuestra Señora en el interior de la Iglesia, se encuentra engalanada y preparada para la procesión de la tarde. Y llega la hora esperada, las seis y media. Una multitud entusiasmada se agolpa en la Plaza de la Constitución.
– Y Tú sales poco a poco en tu trono. Suavemente te mecen los costaleros como a una dulce sirena. Torrevieja entera se estremece al contemplar tu figura radiante de hermosura. Resplandeciente luz la que desprendes, ataviada con tu manto, las flores y tu pureza. La gente no puede más con el sentimiento que les embarga y no se hacen esperar los ¡Viva! ni la palabra “Guapa” y en un rincón no muy lejano, una voz curtida por los años te aclama: ¡Viva la Purísima! ¡Viva la Inmaculada!
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