Envuelta en la fumata blanca del incensario que oscila en las manos de la joven que fue apuntada en la cofradía el día de su primera comunión se aproxima la Esperanza al Encuentro.
Fumata blanca de velas que ilumina el Divino Rostro de la Señora y sus lágrimas. Fumata blanca del perol de las almendras garrapiñadas en la puerta de la iglesia, por donde caminan capas blancas de la Esperanza. Fumata blanca de cirios de las manolas que acompañan en el dolor el Encuentro del Hijo y la Madre. Fumata blanca que ilumina a Nuestro Padre Jesús de la Caída en la Vía Dolorosa donde se siente la emoción contenida de la ciudad entera.
Entonces me doy cuenta de sus manos y todo es como ayer: Manos de niño que pide un caramelo. Manos que sujetan el cirio goteando la cera que asfalta un nuevo camino. Manos que el antifaz sujeta como rito de penitencia. Manos de penitente que desgrana un rosario con pesada cruz de madera. Manos de un muchacho que toca la corneta anunciando la pena. Manos de costalero aferrado a las andas derramando el sudor de su dolor. Manos en el martillo ¡arriba con Ella! prodigio de fuerza y de grandeza. Y en el centro la Señora, y su Hijo caído por el peso de la Cruz, que en sus manos están todos los que se fueron, acariciados por las palmas de sus manos.
Ella que también emocionó a mi madre es la mejor vecina. Es del Barrio de la Punta, de la calle de La Paz o de Blasco Ibáñez, de San Policarpo o del Barrio Molinos. Paisana. De nuestra Tierra de María Santísima. Hoy las manos de la Señora quieren acercarse a su Hijo junto al sonido ronco de la Pasión. En esta noche de Encuentro, cuando suenen tambores, cogeré la mano del niño que está a mi lado. Sangre de mi sangre. No hay reloj ni almanaque. Hoy es ayer todavía. La emoción es la misma que cuando llevaba a mi hija de la mano a ver el paso mientras escuchaba en el silencio la saeta con lágrimas ocultas. Este es el sentido familiar de la Semana Santa que nos vuelve niños.
-Oído que ya se acerca la mismísima gloria en forma de paso de palio.
Y en nuestra memoria amanece la oración que nos enseñaron: Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea, en tan graciosa belleza. A Ti celestial princesa, Virgen Sagrada María, te ofrezco en este día, alma vida y corazón. Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía. Amén.
Y lo mismo que ayer, este niño, con la marcha sonando y la cera encendida, cogido de mi mano, intacta de ilusiones, es por un instante la misma mano de mi madre, que un día como hoy me enseño el mundo envuelto en fumata blanca…
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