A la voz de:
– ¡Barato… lo tengo barato!
Uno sabe que acaba de llegar al “mercadillo” de los viernes en Torrevieja. No hay puertas para saber donde acaba la calle y comienza el mercado, solo el grito de tregua ante una economía maltrecha.
Del interior de uno de los puestos sale la llamada:
– ¡A dos euros! ¡Chica lo tengo barato!
Rodeada de mil puestos intento, con curiosidad, descubrir quien ha sido. Miro a un lado y a otro sin poder adivinar quien dio esa voz. Todos ofrecen sus artículos insistiendo
– ¡Compra barato!
En realidad poco importa quien gritó primero. Sigo caminado entre los puestos que se suceden unos a otros tan unidos que es imposible diferenciarlos a no ser por la mercancía que muestran. Aquí unas toallas, allí unos zapatos, bragas y sujetadores cuelgan como jamones. De pronto me doy de narices con los bolsos. Lucen resplandecientes las patatas junto a los tomates. Las alfombras compiten con los embutidos y forman parte de éste mundo donde lo importante es… el comprador. En el mercadillo de Torrevieja cada viernes se vende artículos nuevos o usados a buen precio. Aquí todo se vende. Mientras no se deja de gritar al posible comprador
– ¡Barato! ¡Todo barato!
Se vende desde un diminuto camión de bomberos de plástico, a la ilusión por acabar los días sentado al sol rodeado de nietos. Y poco a poco en este mes de agosto, comienza a notarse como la temperatura se eleva lentamente, contribuyendo a embrollar o anestesiar al posible comprador. Al tiempo que una amalgama de olores confunde los sentidos. Lentamente la gente va incorporándose por las distintas calles que forman los puestos del mercadillo más extenso de la zona de la Vega Baja.
– ¡Sí guapa, lo vendo todo!
En el gran carrusel, los colores toman las formas de los artículos ¿o es al contrario? ¡Que importa!. Durante una mañana en ese gran calidoscopio que es el mercado de Torrevieja se puede ser cuanto uno desee: ¡joven! ¡Señora! ¡Guapo! ¡Guiri! ¡Caballero! ¡Payo! o ¡Chan! (definición de estrangero en la lengua del lugar); lo que el vendedor quiera, siempre que usted compre.
Pero lo cierto, es que no es posible imaginar Torrevieja sin la presencia semanal de este mercadillo de los viernes que recorre calles como San Pascual, Diego Ramírez, Maestro F. Casanovas y otras; como si fuese una gran serpiente multicolor. En todas ellas inevitablemente se escucha la cantinela:
– ¡Barato… lo tengo barato!
Al llegar aquí poco importa quien pueda ser uno. Ni de donde viene o hacia donde va. Importa lo que pueda comprar. Se regatea. Discute. Aquel pregunta sin comprar. Otro insiste y al final muy satisfecho consigue la mercancía a buen precio. Al fin, y una vez más, el vendedor pagará la cena con la “amabilidad” del cliente.
Aunque me falta un puesto. Ese puesto donde comprar la sensatez y la cordura. Nadie ofrece a buen precio la felicidad. Ni hay un tenderete donde conseguir la sencillez de una sonrisa. Sí, se compra todo. No así el alivio contra el desaliento. Simples emociones que llenen los bolsillos de los decepcionados. El corazón de los entristecidos.
Creo que eso forma parte de otro mercado.
Mientras dejó atrás los puestos escucho a lo lejos:
– ¡Barato joven, se vende barato!
Un último vistazo y… me despido hasta el próximo día.
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