Hay fiestas que siendo de otros lugares, llenan de color y de gente las calles de Torrevieja pasando la frontera de lo ajeno, llegan a poseer cierto “gracejo” y ese sabor salino. Pero las hay que rebosan naturaleza de herencia como la Purísima.
Encarna Hernández Torregrosa
Ayer, y durante toda la semana pasada, nos adentramos en las fiestas de la ciudad con misa, procesión, música… festejos y tradición por los cuatro costados. Como la charamita, la ofrenda floral a la Inmaculada… y otras. Aunque sin duda para cualquier torrevejense que se precie siempre ha sido la procesión con la imagen de la Inmaculada junto a su gente, por las calles de Torrevieja y la salve al final, con los vivas a la Purísima, el acto más relevante y emotivo. En este 2016 que se acerca lentamente, la Purísima va a tener un gran protagonismo ya que vamos de aniversario.
Fue el 29 de mayo de 1966, cuando tuvo lugar la coronación canónica de la imagen de la Inmaculada Concepción por el obispo de Orihuela D. Pablo Barrachina y Esteban. El acto se celebró a las 7 de la tarde, siendo párroco de la Iglesia de la Inmaculada, D. Patrocinio Villalgordo Zapata y alcalde de Torrevieja D. Martín Zurbano Marodán. La gente se arremolinó en la plaza de la Iglesia, junto a su Madre. Son 50 años de ese acto tan importante para los torrevejenses. Las personas que vivían por entonces en Torrevieja seguro que estarían afónicos de vitorear: ¡Viva la Purísima!
Y es que decir Torrevieja es decir “la Purísima” ya que ¿Qué sería de la Virgen sin éste pueblo que la vitorea con el corazón en la mano?… aún más, ¿Qué sería de los torrevejenses sin Ella?
La respuesta es sencilla: sin “Ella” nada de cuanto se conmemora sería posible. Hablo de la fe y la devoción que “hemos mamado” de nuestros padres. El sentir del pueblo se tambalearía sin Ella que es referente en la vida de los torrevejenses. Por otro lado, los visitantes que llegan a la ciudad se sorprenden al contemplar como una pequeña imagen llena todo un pueblo desde su hornacina. Pero ya se sabe que para conocer a una persona, o a un pueblo, hay que mirar en su interior. Hay que detenerse frente a la iglesia de la Inmaculada y traspasar el dintel de la puerta, viendo en el centro de la Iglesia… y del pueblo, a la Madre entorno a quien todo gira. La curiosidad del “forastero” se trasforma en simpatía hacia la Patrona, y al salir, llevara el recuerdo de un momento especial. Pero lo que no podrán llevarse es el espíritu que emana de la Imagen. Ese, está impregnando cada rincón de la ciudad. Solo hay que ver en el rostro de esa Imagen como se dibuja el amor y la paz de una mujer que sin tener nada, llego a ser Madre del Hijo, y Madre de todos nosotros.
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