Cuando llegan estas fechas otoñales, estoy tentada de refrenar mis ansias de escribir en estas páginas para dedicar mi tiempo a otros trabajos más laboriosos y creativos como el finalizar de una vez mi novela. Pero pienso en los lectores que estáis ahí frente a estas líneas semana tras semana, sabiendo que actuáis como “defensores de los columnistas” y me pongo manos a la obra.
Sin duda es gratificante saber (de buena tinta) que cada semana desempañáis vuestro papel a la perfección, dando vuestra opinión sea a favor o en contra, a un trabajo que se realiza con sumo cuidado, y esa opinión es algo que considero muy valioso. Por el contrario abundan los que, animada de una ternura franciscana llamaré “torpes lectores”, que entienden cualquier cosa cuando no hay nada que comprender entre estas palabras. Quizás la palabra “abundan” sea exagerada, ya que la mayoría sois buenos entendedores y esto anima a seguir escribiendo, las 450 palabras, que cada semana ocupan esta columna. Aunque en ocasiones, se convierta en un duro esfuerzo.
Es necesario echar mano de la objetividad, la inspiración y orden para escribir con coherencia cada línea. Todo va bien cuando el tema es interesante, pero se complica cuando el asunto me lleva por escabrosos caminos o sendas demasiado ajustadas. Incluso actualmente es necesario armarse de valor para adentrarse en este mundo. De hecho, llevaba tiempo deseando decir algo acerca del criterio existente hacia la condición del escritor o columnista. Se creé que un principio de vanidad hace que un escritor o escritora, posea la acidez y creatividad necesaria para confeccionar sus crónicas o columnas. Nada de eso importa, tan solo importan las ideas.
La sociedad difícilmente repara en aquello que necesita verdaderamente: Un presente cargado de “ideas” que muestren al mundo una pizca de ilusión. Y esas “ideas” puede surgir de una novela o de un articulo, ya que las ideas no son comunicadas por dioses ni extraterrestres, sino que están en la creatividad de ciertas personas, y facilitan, el poder referirnos a como somos y lo que hacemos o podemos hacer. Mi atrevimiento me lleva a utilizar “la palabra” no como escritora de mérito (ya que me veo desnuda de esa facultad que envidio) la utilizo como un juego. Y en ese juego cada semana intento, poner mí granito de arena dibujando mi-tu realidad. No es necesario ser genial, ni crear un Hamlet (incluso desde que Sekespeare lo creo, Hamlet también ha de demostrar ante la calavera si es o no genial). Y ya que próximo nos hayamos dejare a D. Juan con su genialidad
– que el orbe es testigo
de que hipócrita no soy,
pues por doquiera que voy
va el escándalo conmigo.
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Filed under: Actualidad, Cultura |
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