Mochilas, libros y cuadernos. El transporte escolar (siempre polémico) las matrículas y un largo etc. de necesidades escolares que cuestan dinero, mucho dinero. Comienza septiembre.
Lo bueno se acaba. Las tarde se acortan. Y la economía familiar se resquebraja. Mientras imperturbable en su torre y con total puntualidad el reloj de la iglesia marca un tiempo no de ahora, sino de antiguo, de siempre, ya que antiguo es todo lo que pertenece al siglo pasado.
Sí, ese reloj marca la hora de ayer y de hoy, mientras los infantes, una vez más, arrastran la pesada mochila con conocimientos actuales. La plaza se abre como cada año a los primeros llantos de los que no quieren dejar a sus madres. Mientras desde lo alto de la torre, el verdín se burla del recuerdo de la apocalíptica sequía del verano. Verano que no acaba nunca, condenándonos al calor de rogativas, pidiendo que viniera la lluvia de septiembre. Y vinieron. Con la fuerza bíblica de torrentes. Tras ella la calma con olor a otoño de colegio donde una vez más nuestros hijos se reencuentran con sus amigos.
Volver al colegio no es algo que hacen porque quieren sino por obligación. En este cambio, los chicos pasan de estar ociosos todo el día, a padecer un horario apretado. Se trata de aguantar el tirón del retorno a la escuela, tanto en el hogar como en la economía familiar. Lo cierto es que todo tiene su atractivo, y la vuelta a cierta rutina bien entendida también puede ser bien recibida. Para ellos, nuestros hijos, están esos montones de contar lo sucedido este verano, haciendo del regreso una circunstancia casi deseada. Está la novedad que supone el comienzo del curso, con profesores y materiales distintos. El compañero que no conoce, y aquellos con los que se reencuentra. Cada año lo mismo, aunque nadie lo advierte.
Y una vez más está ese niño que estrena este día de comienzo. Va feliz al colegio. De momento su tiempo aun se escurre entre chapuzones y juegos. Pero las vacaciones se acaban. Pronto para él (y el resto) cambien el bañador por los vaqueros y los jerséis. La silla de playa se convertirá en el pupitre.
-Sinceramente creo que es tan necesaria una como la otra.
Pero tras un verano de distensión y ocio, se hace difícil, volver al horario de exigencias y obligaciones. Es el comienzo del curso. Son energías renovadas. Año tras año, se repite la misma circunstancia, y una vez más, la naturaleza humana, demuestra su capacidad de adaptación. Aun así, todos esperan ansiosos ese primer día. Como testigo mudo el viejo vigilante. Imperturbable en su torre, y con total puntualidad el reloj de la iglesia marca la hora de partida de estos jóvenes infantes, con sus herramientas de estudio hacia su destino: la conquista del conocimiento, las habilidades, valores… marchan al colegio
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