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Salvados por la campana

Memoria-resumen de la temporada 2017-2018 del Club Deportivo Torrevieja

Lance partido del CD Torrevieja (Archivo J. Carrión)

Antonio Sala Buades

Pronosticábamos que este reencuentro con el grupo cuarto de la Preferente valenciana iba a depararnos un discurrir más plácido, incluso con ciertas aspiraciones —siquiera por la inercia de la tradición— de retorno a la categoría superior, como corresponde a una entidad que porta el nombre de una de las ciudades más pobladas de la región. Al menos, o eso creíamos, como el montante económico no alcanzaría las cifras de ninguna de las doce temporadas pasadas en Tercera División, no nos veríamos en los apuros de otras tormentosas campañas. Pero el vacío venía de atrás, y la situación —una vez más— terminaría estallando antes de atravesar el ecuador del torneo. Hasta llegar a esta nueva diáspora en el club salinero, hubo que arrancar en la competición sin apenas amistosos de pretemporada —sólo dos, con el Montesinos y el Horadada, ambos de Primera Regional—, en los que Antonio Pedreño, que continuó como primer responsable técnico, empezó a acoplar las nuevas piezas, que eran la inmensa mayoría, como cabía suponer tras el trance del descenso sufrido. El caso es que, con evidentes carencias, principalmente en el remate, el Torrevieja se las iba arreglando para sacar adelante sus compromisos, muchos de ellos por el escuálido pero suficiente 1-0 que reflejó el primer resultado —igual que hacía un año, con el Almoradí, asimismo degradado, como visitante—, y que nos vino muy bien para ir sumando unos puntos que, quién nos lo iba a decir en aquellos comienzos, tendrían una trascendencia decisiva al final, pero para huir de la quema.
Había que apañarse con los mimbres existentes y explotar la principal virtud: la seguridad defensiva. Si en ella radicaba nuestra fuerza, sobre ella construiríamos el pilar del equipo en las jornadas iniciales. Y con este ritmo de un gol para una victoria obtendríamos cuatro (contra el Villena, jornada 2, también en casa al permutarse las fechas; en el feudo del Orihuela B, jornada 4; y otra vez en el Vicente García contra el Benferri, jornada 7), serie alterada por tres empates, antes de la primera derrota, en Pinoso (jornada 8), en la que el solitario tanto lo marcó el adversario, y encima en un lance desgraciado de los nuestros. El traspié, meramente circunstancial, no haría decaer el empuje de la plantilla, por entonces unida y compacta, comprometida y eficiente, en el plan trazado. El Torrevieja obtendría más victorias, incluso marcando dos goles, cifra realizadora que nunca superaríamos (2-0 al Callosa, jornada 9; y al Petrelense, jornada 11) y manteniendo sólo cinco encajados en total. El primer punto de inflexión importante radicaba en la visita al Joven Español —a la postre, campeón—, que podría medir las verdaderas capacidades del equipo de cara al futuro, ateniéndonos a lo estrictamente deportivo: en el partido más completo del torneo, los de Pedreño vencerían con todo mérito, cómo no, por 0-1 (jornada 12), si bien en esta ocasión demostrando unos recursos aún no exhibidos: la fluidez ofensiva y la capacidad de materializar las oportunidades.
Abríamos así unas fundadas expectativas. En el siguiente envite, en casa contra el posteriormente retirado Calpe (0-0, jornada 13), tuvimos en la mano, de haber logrado el triunfo, la escalada al liderato; sin embargo, aunque ese día no acertamos con la portería rival, manteníamos una línea creciente en el juego, con la esperanza de agarrar en adelante la definitiva racha de puntería, lo único que nos faltaba para completar la obra. Continuábamos afrontando el tramo más duro de la primera vuelta, en el que nos enfrentaríamos consecutivamente a otros cuatro acreditados equipos. Se necesitaba todo el potencial para resolver estos encuentros y no perder comba con la cabeza… Pero ya se sabe lo que ocurrió: afloraron los problemas, es decir, «el» problema de siempre, y todo empezó a desmoronarse. Dio que pensar la contundente derrota en el campo del filial Hércules B (3-0, jornada 14), cuando hasta ese día sólo habíamos recibido los citados cinco goles. Tras otro digno empate en casa contra el Villajoyosa (0-0, jornada 15), dos nuevos resultados adversos contra el Elda Industrial (1-3, jornada 16) y en Rojales contra el Tháder (3-0, jornada 17) nos confirmaron lo que se avecinaba, más que por los números, por la manera en que se habían producido.
El único remedio posible no estaba al alcance del club; al menos, no de la forma que se escogió. A causa de no recibir remuneración, varios jugadores dejaron de acudir a los entrenamientos hasta causar baja, y los que se quedaron pasarían por una comprensible incertidumbre. La imagen del equipo se descompuso en un proceso imparable, con más ausencias que eran suplidas, como se podía, por esporádicos fichajes sobre la marcha y por los equipos base. Todo esto se tradujo en una mínima cantidad de puntos en la segunda vuelta: sólo se lograrían ocho, y no sin apuros, producto de dos empates (1-1 en Almoradí, jornada 18; y 2-2 en Villena, jornada 19) y dos victorias (1-0 al Petrelense, jornada 23; y 1-2 en Benferri, jornada 24), obtenidas precisamente cuando los tiempos parecían —sólo parecían— remansar un poco. Y menos mal que se obtuvieron esos ocho puntos. Especialmente relevante sería —entonces sólo podíamos intuirlo— el resultado obtenido en el Luis Rocamora benferrejo; tanto lo fue, que vamos a detenernos en él. Urgía entonces alcanzar en nuestro casillero la cantidad que nos permitiera cuanto antes quedar libres de todo mal. En la última jugada de aquel encuentro, un delantero local falló el testarazo a puerta vacía que habría dejado el choque en tablas. Pues bien, al cabo del tiempo, supinos que precisamente ese lance fue el que nos permitiría eludir el descenso. Porque nos quedaríamos con los mismos 35 puntos con los que regresamos de Benferri, los justos para evitar el segundo descenso consecutivo.
Desperdiciada la ocasión de seguir sumando con la visita de un Pinoso en baja pero que tras aquel partido se recuperaría (1-2, jornada 25), los acontecimientos se precipitaron. Al no estar de acuerdo muchos futbolistas con las nuevas condiciones de trabajo, se despidieron de la plantilla tras el partido de Callosa (3-2, jornada 26), con el agravante de que, para el siguiente, ni el segundo equipo ni los base volverían a ceder jugadores al primero. Con diez hombres en el campo, cuatro de los cuales se retiraron lesionados, se saldó el compromiso con el Redován (0-3, jornada 27) faltando más de media hora para haber completado el tiempo reglamentario. En el siguiente choque, con futbolistas fichados de última hora y apenas llegando a otra lista de diez, rendimos visita al estadio del desahuciado Petrelense (2-1, jornada 28), que nos remontaría un 0-1 en los últimos cinco minutos; de modo que tampoco logramos puntuar para rebajar la ansiedad. Esa misma semana, a causa de su segunda incomparecencia, se confirmó la exclusión del Calpe de la competición, lo cual dejaba ya ocupados los tres últimos lugares de la clasificación de nuestro grupo. De modo que, en lo que afectaba a la permanencia —ésa era desde entonces nuestra preocupación—, sólo había que evitar ser el peor decimoquinto clasificado de los cuatro, es decir, el que sería decimotercer —mal ordinal para los supersticiosos, pero sobre todo para el que acabaría ocupándolo— descendido de la Preferente valenciana.
Con el objetivo de presentar un equipo —once nombres con algún suplente— en cada uno de los partidos que faltaban, el club fichó a varios jugadores que, entre unas cosas u otras, no estaban en su mayoría en plenas condiciones para competir en esta liga. Con un pundonor digno de mejor causa, se entregaron todos en la empresa de mantener la categoría, aunque fuera —como fue— a costa de acumular una derrota tras otra. Según avanzaban las semanas, los rivales directos que teníamos a mucha distancia fueron echándonos mano. En estos ingratos partidos, el Torrevieja presentaba batalla noble y decorosamente durante un tiempo (como en Villajoyosa, 2-0, jornada 32; o en Elda, 4-1, jornada 33), pero terminaba sucumbiendo, entre otras razones, por la natural carencia de fondo físico. Ante nuestra impotencia, se diluían las opciones de aumentar esa cuenta de 35 puntos detenida desde la fecha 24, de modo que todo quedaba pendiente de resultados ajenos. Las miradas estaban puestas en los grupos I y II. Finalmente, en esa penúltima jornada, se confirmaron las buenas noticias: el Alcalá (descendido finalmente) y el Requena ya no podrían superar nuestro coeficiente. La campana nos había salvado.
No veíamos el momento de dar por concluida una temporada que nos ha deparado tan angustioso epílogo. Subrayemos —y reconozcamos como se debe— el esfuerzo y el compromiso de cuantos se vistieron de corto y ocuparon el banquillo durante unas tardes en que estaba vedado el premio de un mínimo resultado positivo. No en balde, gracias a ellos, como también gracias a los que habían sumado esos 35 puntos, el Club Deportivo Torrevieja volverá a jugar el próximo ejercicio futbolístico en la Preferente. Un balance pobre si nos situamos en el pasado verano, pero por el que suspirábamos al despuntar esta primavera. Ahora, a preparar la siguiente entrega. Y no está de más que emitamos un ruego, a quien corresponda: que con ésta que hemos resumido sí que, por fin, ya lo hayamos visto todo en el fútbol, y no nos quede nada nuevo aún por ver.


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