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Un pescador, un padre, una madre y un hijo

Marco Antonio Torres

Hay obras que sabemos cuando comienzan pero no cuando concluyen. A veces nos toca el trabajo de la siembra, arduo y poco gratificante, y son otros los encargados de recoger la cosecha. Y es que echar las redes nunca es sinónimo de éxito en la pesca, sino de esfuerzo, ilusión y fe.  En 1883 Antonio Gaudí comenzó la que sería, aun inconclusa, su obra maestra absoluta: el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia de Barcelona. Muchos años después es nuestro Papa Benedicto XVI el encargado, como no podía ser de otra manera, de, con unas hermosas palabras, concluir realmente lo que comenzó, lleno de fe y esperanza, Gaudí: “Ella es un signo visible del Dios invisible, a cuya gloria se alzan estas torres, saetas que apuntan al absoluto de la luz y de Aquel que es la luz, la Altura  y la Belleza misma”.  Siembra, recogida, echar las redes, pescadores, padre, madre, hijo. No estamos utilizando aquí palabras que precisamente destaquen por su connotación política, cultural o filosófica. Hablamos de términos empleados en las labores más antiguas de subsistencia y educación; hablamos de la vida traspasada en un momento determinado de su historia por un niño que nació en Belén, por su madre y por su padre. Y es que  muchas veces las cosas son más sencillas de lo que parece, y somos nosotros los que las complicamos. Mucha tinta sin demasiado sentido se ha derramado y se derramará por la visita del Papa a nuestras tierras, olvidando seguramente que son sus palabras y no su presencia física lo que debería hacernos pensar, al menos durante unos segundos, si nuestras vidas tienen un punto de luz que las ilumine o si es la oscuridad  lo que prevalece en ellas.  Llegados a este punto volvemos al Templo Expiatorio de  la Sagrada Familia de Barcelona. Vemos a un pescador de ochenta y tres años dando pleno sentido a algo que comenzó a gestarse en 1883. Vemos a un pescador que vuelve a echar  las redes, pues se sabe obrero en la mies. “Desde siempre, el hogar formado por Jesús, María y José ha sido considerado como escuela de amor, oración y trabajo. Los patrocinadores de este templo querían mostrar al mundo el amor, el trabajo y el servicio vividos ante Dios, tal como los vivió la Sagrada Familia de Nazaret”. Creo, sinceramente, que ante estas palabras lo único que podemos y debemos hacer es pararnos unos segundos para interiorizarlas y hacerlas nuestras, aplicarlas a nuestra vida diaria, en nuestro trabajo, con nuestra familia, con nuestros amigos que muy probablemente no piensen como nosotros. No se trata de convencer a nadie de nada. Se trata más bien de con nuestra vida dar testimonio de nuestra fe. A muchos kilómetros de Santiago y de Barcelona, en Torrevieja, un grupo de quince jóvenes reciben en la tarde del 7 de Noviembre el sacramento de la confirmación. Quince jóvenes que han sabido hacer un alto en el camino, guardar silencio y, en ese silencio, escuchar el sonido de las redes del pescador al caer en el mar de la vida, la voz humilde del hijo de un carpintero, la mano segura de un padre y las palabras sencillas de una madre que nos dice: “haced lo que él os diga”.


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