Rodolfo Carmona
Concejal del G.M. Socialista
El viernes pasado asistí en el Palacio de la Música a una interesantísima charla de Ana Meléndez, secretaria de Ars Creatio, una asociación cultural que desde su fundación se ha convertido en un referente imprescindible en Torrevieja. Y muchas de sus actividades han sentado un precedente ilusionante que ha abierto un camino de cómo potenciar y poner en valor el patrimonio cultural e histórico de nuestra ciudad. Un ejemplo de lo que digo es, precisamente, la charla de Ana Meléndez sobre artesanía salinera. Así, a bote pronto, a primera sangre del sentimiento, debo decir que me resultó fascinante, no porque desconociera este arte salinero local, ¿qué torrevejense no lo conoce?, sino porque Ana Meléndez lo evocó con una sensibilidad y una erudición que mostró ante los ojos y el corazón de los asistentes con la magia de lo primerizo, con la emoción que provoca en el alma la primera vez de las cosas. Y con esa emoción pegada a la sal del recuerdo escribo estas palabras.
El mar, la sal, las lagunas, el viento, el sol y la sabiduría popular de un grupo reducido de artesanos, fundamentalmente trabajadores de las salinas, han cuajado lentamente el fruto salino de una artesanía única en el mundo, un patrimonio cultural de primer nivel, que debe ser conocido y reconocido, que debemos proteger con mimo, con decisión, por todos; administraciones públicas incluidas.
Y ahí, en ese punto, en el de mostrar la peculiaridad de este arte, y digo arte, pues como muy bien repitió en un par de ocasiones Ana Meléndez, todos los artesanos salineros encierran un artista completo en las tiras de algodón gastado, en el viento de levante y en la espuma blanca que besan las orillas, en los grumos de sal que anticiparon la fantasía de navegar el mar dormido en una urna acristalada. En ese punto, decía, es donde Ana Meléndez nos hizo volver a enamorarnos, a sentirnos poseedores del misterio del cuaje que, como alquimia sagrada, cristaliza el Mediterráneo, a sentir el viento en la piel y el aroma rosado del sol atardecido en la laguna, a regresar al pasado de veleros, balnearios y osadía que conformó este futuro que soñamos todavía.
Y toda la belleza merece ser protegida. Porque el olvido llega y el amor languidece cuando se cree eterno y joven, cuando aspira a la exclusividad y se olvida que es cada día cumplido el único infinito que existe. Y como un estrépito sonó en la sala la posibilidad de que esta actividad tan nuestra, tan de Torrevieja, pudiera llegar a desaparecer. Y dicho allí, con la presencia de los dos últimos artesanos salineros, Manuel Sala Campos y Miguel Pérez Muñoz, cobró especial fuerza y la desazón nos envolvió a todos. Afortunadamente, los colegios Inmaculada y Cuba están transmitiendo a sus estudiantes los entresijos de nuestra artesanía. Pero parece que no es suficiente para frenar su posible desaparición. Y se lanzó el guante a las administraciones públicas. Estas deben poner todos los medios a su alcance para que esto no ocurra. Y me uno a esa propuesta. No hay colores políticos ni intereses que no sean el bien común cuando está en juego una de nuestras señas de identidad que nos hacen ser lo que somos, que nos conforman como pueblo.
Todos los partidos políticos de la corporación municipal deberían unirse frente a este reto, el de preservar para las generaciones futuras este patrimonio cultural, el de sentar las bases para el surgimiento de nuevos artesanos que le den continuidad y futuro. No hacerlo así sólo demostraría la inutilidad de la política a la hora de poner en valor lo importante. Ninguno de nosotros, políticos o no, puede permitirse ese dislate.
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