Joaquín Albaladejo
Exdiputado Nacional del Reino de España
Apreciado Celador: Permíteme en primer lugar que me disculpe por no saber tu nombre. Ni hubo oportunidad ni era el momento de preguntarte como te llamabas en mitad de una sala de Urgencia abarrotada hasta arriba a las 11 de la mañana de un martes de Marzo en el Hospital de Torrevieja.
Tu misión era imposible amigo. No menos de 70 personas en la sala de espera te miraban como el único punto de referencia ante la enfermedad, el dolor y la incomprensión. Mientras te preguntaba un noruego en inglés claro y entendible cuándo lo iba a recibir un médico tras seis horas de espera con evidentes síntomas de ahogamiento, una ambulancia llegaba con un paciente cuya camilla literalmente entró volando a través de las puertas de apertura automática al pasillo de los boxes.
Y así cada 3 minutos. Cada vez que esas puertas se abrían tu labor para evitar que se colasen los familiares de los enfermos que estaban en los pasillos era necesaria y precisa. Los acompañantes no podemos entrar a la zona de urgencias salvo que lo autoricen los médicos que allí se desempeñan. Ya sé que he utilizado el plural al hablar de médicos. Quiero ser generoso. El comentario general y que tú, anónimo celador, ni afirmabas ni descartabas por tu enorme profesionalidad era que solo había un médico atendiendo a todas las urgencias. Te reconozco tu entereza en la defensa de los profesionales del Hospital de Torrevieja.
Como celador ante los comentarios de los que desesperaban en el dolor siempre replicabas que tus compañeros intentaban dar lo máximo de su capacidad; pero sois los que sois. Os faltan muchas manos. Te felicito por la manera en la que manejaste el momento de tensión que se produjo cuándo se coló una señora británica al interior de la zona de los Boxes. Desesperada por no saber nada de su marido víctima de un ictus en las últimas siete horas de espera se aventuró a colarse detrás de una camilla de una ambulancia para ver a su esposo. Sacaste a Margaret con sumo cuidado, mientras ella lloraba y gritaba que su marido no estaba en un Box.
Su marido estaba sentado inconsciente en una silla de ruedas desde que llegó y así acumulaba ya siete horas. Fuiste atento y sensible en tu soledad como celador con el dolor y la incomprensión de una señora de Londres, residente en Orihuela Costa, y que solo pedía a dios que su marido se recuperara para vender su casa aquí y buscar otro sitio donde vivir donde hubiera un Hospital en el que atiendan a su marido o a ella.
Nunca en la vida se termina de aprender y yo lo hice de ti en esas horas que vi como actuabas solo y sin nadie que te defendiera en tu puesto de trabajo. Hacías lo que podías y eras consciente que no era suficiente. Te cambió la cara cuando percibiste que llenos los boxes y el pasillo de urgencias del Hospital de Torrevieja ya no había sitió para meter más gente en la zona de ingresados. Y acertaste de pleno cuando llegado ese momento, te dirigiste a todos los que estábamos allí y solemnemente nos pediste perdón.
El perdón que no tiene ni Ximo Puig, ni Ana Barceló por dejarte solo en un Hospital como el de Torrevieja, ni por abandonarnos a nuestra suerte en la enfermedad. Ojalá se vayan al infierno. Sin embargo tú, eres un héroe sin capa, celador sin nombre.
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