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El cuaje en la artesanía salinera de Torrevieja: química, tradición y arte (IV)

Imagen aérea de la laguna de Torrevieja con trenes de barcaza o raches navegando

Ana Meléndez Zomeño
Publicado en la Revista de Invierno de Ars Creatio

Además, están pendientes del riesgo de lluvias y de cuándo se trasvasa agua de la otra laguna, puesto que su salinidad es menor. Es decir, están muy pendientes de factores externos, como los producidos por la actividad industrial, pero también de las alteraciones que desencadena la meteorología. Todos modifican la salinidad del agua y los procesos de cristalización.Los maestros salineros están en alerta por posibles cambios en la dirección e intensidad del viento: a mayor intensidad, mayor es el batimiento y mayor es la evaporación de la superficie de la laguna.
Ambas fuerzas, viento y evaporación, activan, favorecen y determinan la calidad de la cristalización, lo que nos deja el aspecto más incierto de la elaboración artesanal: esperar a que se den de la manera deseada, lo que tampoco depende de los artesanos.

Según lo comentado anteriormente sobre la sal y otros minerales, la evaporación que se produce de forma más lenta tiene como resultado cristales grandes, y la evaporación más rápida da lugar a cristales más pequeños. El viento acelera la evaporación y altera sobre todo la superficie de la lámina de agua de la laguna, a lo que debemos sumar que las soluciones sobresaturadas en sal, como la de la laguna de Torrevieja, son térmicamente inestables. Todas estas pertubaciones del medio producen resultados diferentes en la cristalización. La morfología de un cristal es el resultado de una compleja interacción de factores estructurares, termodinámicos y cinéticos.

Si en un laboratorio queremos obtener cristales de sal, sólo necesitamos agua destilada, una cubeta (o placa de Petri) y condiciones muy estables. El resultado será la formación de cristales de gran tamaño. Los artesanos, cuando quieren obtener un cuaje bonito, fino y uniforme en los barcos, con cristales pequeños, sumergen las piezas en la laguna con viento intenso, que acelera el proceso de cristalización formando los deseados cristales. Eso nos premite comprender por qué los grumos se dejan sumergidos varias semanas, aunque se alternen periodos de intensidad y dirección del viento variables con calmas en las que la sal vaya cristalizando de forma irregular o desigual: la calidad de los cristales en los grumos es menos cuidada.

Fig. 25. Los dos únicos artesanos que mantienen la tradición, Manuel Sala Campos, el Pijote, y Miguel Pérez Muñoz, el Gavilán, sacando tabla con grumos de sal con viento de levante. Foto: Ana Meléndez Zomeño (2019)


Fig. 26. A la izquierda, cristales de sal pequeños y opacos; a la derecha, grandes y traslúcidos de grumos de sal.

No podemos olvidar la cualidad soluble de la sal. Con una densidad por debajo de los 22º Bé, se disuelve la sal depositada en el fondo o se deshace la cuajada en objetos artesanales. Por este motivo, los millones de metros cúbicos de agua que recogió la laguna durante meses entre 2019 y 2020 hicieron perder la cosecha de sal de esa temporada.
En 2018, Miguel y Manolo, los únicos artesanos salineros, pudieron cuajar excepcionalmente en el mes de abril. El primero recuerda un cuaje muy bonito, lo que no consiguieron durante el resto de la temporada. En 2019, el cuaje se hizo en el mes de junio, lo más habitual, y en 2020 se realizaron los primeros intentos de cuajar a mediados de agosto. Se terminaron de cuajar los grumos, que necesitan unas condiciones más flexibles, en octubre.

 

Una vez que los maestros han decidido en qué zona de la laguna se van a sumergir sus barcos para cuajarlos, sin entorpecer los trabajos de la empresa salinera y en una zona donde el viento de levante tenga mucho recorrido, comienzan a clavar unas barras de hierro separadas por una distancia equivalente al largo de los tablones, a los que previamente han realizado unas muescas o rebajes en cada lado corto, por donde se encajarán en las barras de hierro que las sujetarán al fondo de la laguna. Estas barras deben estar colocadas de forma que, una vez encajados los tablones, éstos queden más o menos orientados en la dirección del viento.

Cuando los tablones están presentados, se hunden unos centímetros para que las maquetas permanezcan totalmente sumergidas. Fotos: Ana Meléndez Zomeño

Hasta los años 80 del siglo XX, cada barco se fondeaba individualmente. Tumbado sobre el lecho de sal endurecida de la laguna, se le ponía un ladrillo macizo encima y en horas o al día siguiente, según la intensidad del viento, se le daba la vuelta para que la parte que tocaba el fondo, ahora boca arriba, se cuajara de igual manera. Se ataba una cuerda y se le ponía al otro extremo una piedra para que no se moviera del lugar la maqueta del barco.


Figs. 29 y 30. El artesano Alfonso Hernández Sánchez, en 1975. Foto: Ángel Andréu Huertas, el Cano

Hacia 1982, Antonio Fructuoso Ballester, el Monra, y Juan Pujol Torremocha idearon el sistema de cuajar los barcos que podríamos calificar de revolucionario por ser mucho menos laborioso y que desde entonces se realiza, como ya hemos visto, atando bocabajo varios barcos a lo largo de un tablón. En principio, pensaron en poner barcos a ambos lados de la tabla, como vemos en la imagen, pero finalmente simplificaron el sistema. Además, sólo se da un cuaje, aunque también tenían los antiguos artesanos la costumbre de dar dos baños a las maquetas, de manera que después del primero se retiraba la sal sólo de la arboladura, y, después del segundo, el casco quedaba engrosado con más sal.


Fig. 31. Antonio Fructuoso Ballester y Juan Pujol Torremocha, en los años 90 del siglo XX. Foto cedida por la familia.

El lugar preferido por los artesanos para sumergir las maquetas por la calidad del cuaje final fue durante muchos años la costa oeste, conocida como el Iloílo, precisamente el punto de la laguna donde el levante tiene más recorrido y llega más cargado de humedad. En el año 1991 se levantó una mota de tierra que divide la laguna, quedando ésta separada en dos partes con el objetivo de salvar la cosecha en una de ellas en caso de inundaciones. El lado oeste suele tener una menor densidad salina porque recoge las escorrentías, sobre todo la aportación de agua dulce de la rambla de la Fayona. Otros lugares para el cuaje han sido las balsas de la fábrica de productos químicos (de escaso calado), otra en la zona de la punta de la Víbora o en lo que llaman el Dique 9, seguramente cerca de la Isleta.


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