El broche de oro al acto lo puso el estreno de la obra “Corazón Inmaculado” con música de Antonio José Rodríguez Pérez y letra de Eduardo Aranda Hortelano.
Fernando Guardiola
En la mañana de ayer y tras la Celebración de la Eucaristía, tuvo lugar en el Templo Arciprestal de la Inmaculada en Pregón de las Fiestas Patronales 2024, honor que este año ha recaído en Marco Antonio Torres Mazón. A los sones de “Trumpet Tune” de Jeremiah Clarke para Organ y Trompeta, el mantenedor del acto, Francisco Reyes, presentó al pregonero, licenciado en Historia en la Universidad de Alicante, así como Técnico Superior en Secretariado en Torrevieja, donde trabaja como administrativo contable.
Historia
A los 17 años comienza a desempeñar labores como catequista de confirmación en La Inmaculada y ejerce como voluntario de prisiones en la Pastoral Penitenciaria de la Diócesis con el grupo de Torrevieja. También pertenece al equipo de lectores de la parroquia de san Roque y santa Ana, donde forma parte del Consejo de Pastoral y ejerce como catequista de adultos. Vinculado desde su fundación a la Cofradía de la Virgen de la Esperanza, actualmente es vicepresidente de la Junta Mayor de Cofradías de la Semana Santa.
El presidente de la Real Asociación “Hijos de la Inmaculada”, Antonio Aniorte tomó la palabra para agradecer la disposición del pregonero, el servicio de su Junta Directiva y el apoyo del Ayuntamiento, en especial de la concejalía de Fiestas.
A los pies de La Purísima con el único aderezo que el Estandarte de La Purísima, inició Marco Antonio Torres su pregón saludando uno a uno a todos los asistentes, entre los que se encontraban el Párroco de la Inmaculada, José Antonio Gea y el sacerdote Pedro Payá; el diácono Fernando Galvañ; el alcalde la ciudad, Eduardo Dolón; la nueva Reina de las Sal Nuria Martí de Oro y sus damas, Ana Vidal Martínez e Inés Martínez Conesa, junto a la concejal de fiestas, Rosario Martínez Chazarra y varios concejales de la Corporación Municipal, así como varios pregoneros que lo han sido a través del tiempo, arropado por su mujer Ana, hija Esperanza, familiares y muchos amigos.
Pregón
Su pregón que les ofrezco íntegro, lo he podido leer a lo largo de esta pasada noche varias veces para poder conseguir, en pocas letras, hacerles llegar un resumen que exprese todo lo que Marco Antonio ha dicho en él, pero es imposible, ya que para entender y degustar este compendio de sabiduría, cultura, tradiciones, entrega y amor a la Madre, solo se puede hacer leyéndolo íntegro.
Marco Antonio Torres ha escrito un pregón que sale desde lo más profundo de su corazón, un corazón que se ha esculpido, a través de una serie de “eslabones”, como él dice, difícil de encontrar en una familia y que él tiene la suerte de compartir, desde los abuelos, padres, hermanos, hasta encontrar la mujer ideal con quien compartir una vida de servicio a los demás.
Su vida está de forma extraordinaria hilada entre las fiestas de la Purísima y la Epifanía, siendo algunos momentos de su vida tan marcados como su propio nacimiento, el día de Nochebuena, o su bautizo el 6 de enero. Sus múltiples referencias a autores y obras, religiosas y agnósticas, dan una idea de la importancia de la cultura de que abunda este pregón.
No olvida Marco Antonio, anécdotas de su vida privada, como relata cuando “se declaró a Ana”, o como de otras de su infancia, de su amor por sus abuelos y de tantos y tanto detalles, que como os he comentado anteriormente, necesitaría reescribir el pregón para haceros llegar esta pequeña obra de arte que es el pregón de Marco Antonio Torres Mazón.
Cualquier comentario sobre el mismo que saliera de la fidelidad de sus textos seguro que devaluarían su lectura, que recomiendo para que tanto jóvenes, como los que ya estamos en una respetable edad, recordemos con una sonrisa tantas cosas del pasado que con este verbo se hacen presentes. Realmente me siento incapaz de reconstruir una cadena hecha a bases eslabones de vivencias, con eslabones sueltos sin coherencia que seguro jamás conformarían el mensaje definitivo que el pregonero glosa.
El broche de oro
El broche de oro a este hermoso acto lo puso el estreno de la obra “Corazón Inmaculado” con Música de Antonio José Rodríguez Pérez y Letra de Eduardo Aranda Hortelano, contando para ello al órgano: con María Ortigosa, directora del Conservatorio de Torrevieja, acompañada por el trompetista Antonio José Rodríguez Pérez.
Intervino además el Quinteto, formado por Pedro Maciá, Eduardo Maciá, Francisco J. Garres , José M. Santacruz e Iván Esparcia, y las voces de las sopranos, Belén Puente, Lucía España y Luna Sanabria, los altos: María Polkovnikova, Anastasia Polkovnikova y Aroa Lara, junto a los tenores: Daniel Gómez, José Miguel Ros y César Berná, con los Bajos: Víctor Ruiz, Francisco Peñaranda y Antonio Martínez.
El párroco de la Inmaculada al finalizar el pregón, le entregó al pregonero una talla de la Inmaculada fiel reproducción obtenida del proceso de escaneado en 3D al que se ha sometido recientemente a la Virgen, a fin de que la Real Asociación custodie con total exactitud las características de la talla de la Patrona. Dicha reproducción ha sido policromada por Víctor García. El pregonero firmó en el Libro de Honor de la Parroquia con unas palabras que mostraron la gratitud de su nombramiento y el compromiso personal con las celebraciones de este año.
Cerrando el intenso acto subieron al estrado tanto el alcalde de la ciudad, como el Párroco de la Purísima, para agradecer el pregón, y llamar a todos a la fiesta, que se han preparado dentro del amor que el pueblo profesa a su Patrona.
TEXTO ÍNTEGRO DEL PREGÓN DE LAS FIESTAS PATRONALES 2024
María, madre del Adviento, puerta de la Navidad
Mater Spei. Mater purissima.
(De las letanías Lauretanas)
“…tan santo y tan bendito es este tiempo”.
Hamlet, de William Shakespeare
Buenos días.
Señor alcalde, Don Eduardo Dolón, equipo de gobierno, corporación municipal, concejales. Párroco de esta iglesia, Don José Antonio Gea; párrocos de las parroquias de nuestra ciudad y demás sacerdotes. Hermanas carmelitas. Presidente de la Real Asociación Hijos de la Inmaculada, Don Antonio Aniorte, junta directiva. Reina de la sal y corte salinera. Hermanos todos en el Señor…
Como os siento cerca y estamos en comunidad, y estamos en casa, me vais a permitir romper con el corsé del ustedes y utilizar el tú y el vosotros. No podría hacerlo de otra manera.
Cuando el pasado 9 de septiembre recibí la llamada de Antonio, presidente de la Real Asociación Hijos de la Inmaculada, anunciándome que se me proponía para ser el encargado de realizar este pregón, quedé absorto apenas un segundo. En un segundo hay tiempo para muchas cosas. De alguna manera, este pregón es todo lo que pensé en ese segundo; o, dicho de otro modo, ese segundo cobra ahora todo su sentido.
Pensé, claro, en todos los pregoneros anteriores. Mi profunda admiración y cariño a todos ellos. A muchos, además, los tengo por buenos amigos, con los que he compartido muchas horas en esta misma parroquia. Todos ellos, sin excepción, dijeron palabras bellísimas, certeras, sobre todos y cada uno de los aspectos de estas Fiestas Patronales. Se ha hablado aquí del dogma de la Inmaculada Concepción, de la historia de esta ciudad y de esta parroquia, de cómo la Purísima teje con su manto la distancia de todos los torrevejenses ausentes. Pero también de cosas más terrenales; de la charamita, de los garbanzos torraos, de los juegos y tradiciones, de las paellas… Poco me dejan. La pregunta que uno se hace entonces es obvia: y ahora ¿qué hago yo? Pues eso, ser yo. Por eso, creo, pensaron en mí. Pues bien, así sea…
Pasado ese segundo del que os hablaba antes, mi felicidad fue grande. Recordé entonces esa frase que escribió Christian Bobin en uno de sus diarios: “Cuando estamos alegres, Dios se despierta”. Así que, con esta profunda alegría, comencé a escribir este pregón. Para lo cual pedí ayuda a mis viejos y queridos amigos, todos esos escritores y pensadores que, estando la mayoría muertos, siguen dialogando conmigo. Ellos, y sobre todo Ella, La Purísima, me han llevado de la mano de las fiestas Patronales del pasado y del presente y me han desvelado la pregunta clave que tendremos que hacernos en el futuro. Pero no adelantemos acontecimientos. Vayamos paso a paso. Disfrutemos del trayecto, del viaje. Aunque ese viaje y ese trayecto también nos recuerden cosas tristes o a personas que ya no están con nosotros. Al fin y al cabo, vivir es recordar. Sí, escribir este pregón me ha permitido recordar, volver a revivir momentos importantes de mi historia personal, traer al presente a personas a las que quise, a las que quiero, con toda el alma. Gracias
LAS FIESTAS PATRONALES DEL PASADO…
Para comenzar bien esta historia deberíamos retroceder hasta las Fiestas Patronales y el Adviento de 1977. Unas fiestas y un Adviento que no puedo recordar, pero que me han contado tantas veces los que sí lo vivieron que puedo hacer una narración casi sin miedo a equivocarme. Además, para eso está la literatura, para imaginar lo que ya ha sucedido. Imagino que mi madre llevaría a mis hermanos a la Charamita en esos primeros días de diciembre, así como, junto a mi padre, a la ofrenda floral. El día 8, el día grande, comerían en familia un buen cocido con pelotas y, después de la sobremesa, irían todos a la procesión.
A cada nueva vela que se encendía en la corona de Adviento, los ojos de mi padre y mis hermanos, de mis abuelas y de mis tíos, se posarían, como gorriones en el tendido eléctrico, en la abultada barriga de mi madre. Las vecinas, al pasar, dirían: “Caray, Nati, parece que vas a tener gemelos”. Me gusta imaginar los nervios de los días previos… ¿qué hacemos? ¿Compramos todo para la cena de Nochebuena y la comida de Navidad o esperamos a ver qué pasa? Y los días, inexorables, que seguían descolgándose del calendario. Y amaneció la Nochebuena de 1977. Imagino que haría frío, porque antes siempre lo hacía. Y humedad, mucha humedad. Lo único que sé con certeza de ese día es que mi madre le dijo a mi padre, justo en el preciso momento en el que le servía un suculento plato de arroz y pavo al medio día, que ni se le ocurriera comenzar a comer, ya que Marco Antonio, un servidor, venía ya en camino. La suerte y el sentido común, a partes iguales, hicieron que mis padres siguieran los consejos de Rosa para que me tuvieran en el hospital de Alicante. De no ser así, hoy yo no estaría aquí. Mi madre, seguramente, tampoco. Una pequeña decisión que, afortunadamente, lo posibilitó todo.
Os cuento el dato de mi nacimiento porque es importante para el sentido que quiero darle a este pregón. Mirad: Ana, mi mujer, dice que soy la persona a la que le gusta más el Adviento y la Navidad. No sé si eso es cierto o no, pero la verdad es que siento por este tiempo del año litúrgico un profundo amor. Recuerdo que en uno de los diarios de mi querido y admirado José Jiménez Lozano comentaba que fue a un instituto a dar una charla y les hablo a los jóvenes de Shakespeare y del Adviento. Y para su sorpresa, o no tanto, no habían leído a Shakespeare y no sabían lo que era el Adviento. Ciertamente, en Hamlet, por ejemplo, hay unos versos bellísimos sobre esta época del año que, en boca de Marcelo, suenan así: “Dicen que en los días anteriores / al del nacimiento de nuestro Salvador / el ave de la aurora canta toda la noche (…) / las noches son puras, los astros no dañan (…) / tan santo y tan bendito es este tiempo”.
Cuando era pequeño me encantaban las Fiestas Patronales por ellas mismas, es decir, por todo lo que en su interior contienen (cabezudos, días de fiesta, procesión,) pero también por estar dentro del Adviento. No podría concebir un otoño sin Adviento y, como en Narnia, el maravilloso relato de ese profundo cristiano que era C.S. Lewis, creo que la peor maldición sería un invierno eterno sin Navidad.
Me gusta cuando, justo después de Todos los Santos, veo que han cortado la calle frente al Ayuntamiento para colocar la estructura en la que se irá poniendo el Belén; cuando se prepara el arco de la Iglesia para recibir las flores de la ofrenda; cuando las luces ya iluminan nuestro caminar y las casetas del Mercadillo de Navidad ya están preparadas; cuando el olor de las castañas asadas o del algodón de azúcar nos llena la imaginación de recuerdos de antaño. Ese engalanarse la ciudad es un disfrute para los sentidos y una alegría para el caminante. Son los adornos exteriores que nos alertan, nos avisan y nos interpelan para que nos pongamos también a decorar nuestro interior para las fechas que están por venir. Sí, nací en Nochebuena, pero además fui bautizado, en esta Parroquia, a los pies de nuestra Patrona, el 6 de enero, es decir, el día de la Epifanía. Siendo así, podéis entender que el hilo conductor de este pregón, tal y como reza el título que le he puesto, es María, madre del Adviento, puerta de la Navidad.
Este pregón es también, no podía ser de otra manera, una profunda acción de gracias. Soy, somos, un eslabón de una larga cadena; tan larga como el mundo. Yo hoy estoy aquí porque mis padres me transmitieron la fe y ellos, a su vez, la recibieron de otras manos. Los eslabones de esta cadena son como los fantasmas de las Navidades en el clásico de Dickens que, los que me conocen lo saben, leo todos los años desde hace mucho. (Dickens, por cierto, era otro profundo cristiano y les escribió a sus hijos una bellísima Vida de Jesucristo para que nunca olvidaran lo realmente importante). Eslabones que son como la vela que en la noche de Pascua todos nos pasamos, habiendo nacido su luz de una misma y única fuente, la de Cristo Resucitado. Así este pregón se convierte, a su modo, en una cerrada defensa de una fe que no podemos dejar de transmitir a nuestros hijos, a las siguientes generaciones. Es mucho lo que está en juego. Hay un pasaje en la novela Retorno a Brideshead en la que se nos cuenta cómo se desacraliza la capilla de la gran mansión de la familia protagonista. Dice así: “Entró el cura, retiró la piedra del altar y la guardó en su bolsa. Luego quemó las hebras de lana con el santo óleo y aventó las cenizas. Vació la pila de agua bendita y apagó la lamparilla del Santísimo. Abrió y vació el sagrario, como si a partir de aquel momento siempre fuera Viernes Santo. Me quedé allí hasta que se hubo marchado, y entonces, de repente, ya no hubo capilla; sólo una estancia con una decoración extraña”. Europa, me temo, es esa capilla, aunque cada vez más “una estancia con una decoración extraña”.
Mi abuela Gertrudis me enseñó a rezar. Ella es el primer eslabón de mi cadena y la primera persona en la que pensé cuando comencé a tomar notas para la elaboración de este pregón. Era la madre de mi padre y vivía con nosotros en casa. Mi padre, mi madre, cuatro hijos (mi hermano pequeño nacería más tarde) y mi abuela. Doy gracias a Dios por haber tenido esa suerte, la de tener a mi abuela en casa, en su habitación, y poder entrar en ella cada mañana antes de ir al colegio y antes de dormir para rezar las oraciones pertinentes. También para robarle el chocolate que escondía en el tercer cajón de su aparador, entre unas sábanas que olían a limpio y a chocolate. Además, recuerdo que los domingos, como ya no salía de casa, veía con ella, en la 2, El día del Señor, cuya cabecera y música todavía recuerdo con un punto de emoción, y la misa, que cada domingo retransmitían desde un punto de la geografía española. Ella sentada en su sillón; yo normalmente acostado en el sofá, con mi cabeza colocada de tal manera que ella, de tanto en tanto, la tocaba con su mano, acariciando mi frente.
Tengo aquí, como podéis ver, un libro. Un libro viejo, editado en 1907. Se trata de Las visitas al Santísimo Sacramento y a María Santísima para todos los días del mes, de San Alfonso María de Ligorio. Se lo regalaron a mi abuela cuando nació. Cuando ella murió pasó a mi padre y cuando mi padre murió, mi madre, que cuando ve algo de libros siempre piensa en mí, me lo dio. Cuando Don Pedro Payá hizo en la parroquia de San Roque y Santa Ana las 14 horas de Adoración del Santísimo, no dudé ni un momento y me llevé este libro para rezar como rezaba mi abuela Gertrudis. Era una forma de hacerla presente junto a mí; ella, que ya estaba en presencia del Señor y de nuestra Madre. Qué importante fue para mí, en ese momento concreto de mi vida, esas horas de oración y silencio. Gracias, Pedro. Gracias, Paco, mi hermano, por compartirlas conmigo también. Al salir de la Parroquia me encontró la amanecida. Los tibios rayos de sol anunciaban la mañana y disolvían las últimas brumas de la noche. Entonces recordé lo que una vez escribió el poeta Julio Martínez Mesanza: “Quien no ha velado no conoce de verdad el alba ni puede entender las palabras del vigía de Esquilo ni la ansiedad con que aguarda la aurora el centinela del salmo”. Pues bien, este libro me acompañará también hoy. Así como esta tarjeta, igualmente de mi abuela Gertrudis, que dice lo siguiente: “Congregación de Hijas de María. Recuerdo de la inauguración del camarín de la Purísima Concepción. Patrona de Torrevieja. Y una fecha: 8 de diciembre de 1928”. Sirvan ambos objetos para tener aquí presente a quien tanto quiero, a pesar de solo haberla conocido 8 años de mi vida.
Mis padres son mi segundo eslabón. Como os contaba, fui bautizado un 6 de enero de 1978 en esta parroquia, hice la comunión y después me apunté a lo que entonces se llamaba “Perseverancia”. Mi catequista era Teresa Conesa Bas y ella me enseñó a buscar en la Biblia: capítulos, versículos. Cada vez que busco algo en la Biblia siempre me acuerdo de ella. Después, la confirmación. Mi padre me regaló una cruz de madera, sencilla, como la del poema de León Felipe.
Más sencilla…más sencilla. Sin barroquismo, sin añadidos ni ornamentos.
Que se vean desnudos los maderos, desnudos y decididamente rectos.
Los brazos en abrazo hacia la tierra, el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno que distraiga ese gesto… este equilibrio humano de los dos mandamientos.
Más sencilla…más sencilla… haz una cruz sencilla, carpintero.
En todos esos años, las fiestas patronales eran el momento predilecto. Adviento, la Purísima, Navidad. Para mí era un continuo, una sucesión, una cadena. Los puestos colocados frente al Ayuntamiento o en la calle Maldonado, comprar unos petardos, ir a la Charamita (lo de Gigantes y cabezudos es un poco por añadidura; mis amigos y yo íbamos a la charamita). También comprábamos lo que en mi casa llamábamos “La pesaica” o “La pesá”, que no es otra cosa que los garbanzos torraos pero que lleva unas cuantas avellanas en la parte de abajo. Nos fijábamos por dónde sonaban los cohetes para ir a recoger las cañas que caían del cielo. Cosas muy simples, muy elementales, muy analógicas, muy auténticas. El día 8 comíamos todos juntos, y cuando digo todos es todos. Mi familia con mis tíos; mi querido Padrino Juanma, la persona más buena que he conocido y que ahora, seguro, me está viendo desde lo alto. Mi madrina. Mis primos; Mi tía, mi abuela Nati. La procesión era el momento álgido. Se notaba. Y cuando pasaba la Purísima por el lugar donde estábamos, mi madre siempre me decía: “pídele algo, y dale gracias”. Ahí, en esa frase, dicha con el tono, serio y esperanzado, de mi madre, ya no latía una imagen que estaba procesionando, sino Nuestra Madre, la del Salvador, la Purísima. Nunca he dejado de hacerlo, mamá. Qué sencillas son las lecciones cruciales de nuestra vida.
Debía tener yo la edad que ahora tiene mi hija, unos 12 años. Era el 8 de diciembre, día de la Purísima. Habíamos comido todos juntos. Normalmente después de comer mi padre no perdonaba una siesta, menos el día de la Purísima, que gustaba de sobremesa con café, copa del Gran Duque de Alba y un buen puro (qué políticamente incorrecto queda esto ahora, ¿verdad?).
Mis hermanos mayores volaban ya solos. Mi hermano Benjamín era muy pequeño y yo no era lo suficientemente mayor como para ir solo. Así, vimos la procesión desde diferentes lugares y, cuando la Purísima pasó por el casino, mi madre y mi hermano pequeño subieron a coger sitio dentro de la iglesia para luego escuchar la Salve. Yo me quedé con mi padre. Desde el estanco de Agripina veíamos venir a la Purísima en dirección a la puerta de la iglesia, ya dispuesta a concluir su recorrido. Mi padre, esto es importante que os lo diga a vosotros ahora para que podáis entender bien lo que estoy narrando, rara vez decía algo si no quería que lo recordase para siempre. Bien, entonces mi padre, apretando mi hombro de 12 años me dijo: “Mira, esto es lo más importante para un torrevejense”. Yo le miraba a él, pero él no estaba mirándome a mí, sino que no apartaba su mirada de la Purísima. Efectivamente, nunca he olvidado eso, como estáis comprobando. Papá, es verdad. Nada hay tan importante para un torrevejense. Siempre me he preguntado, ¿qué estaba recordando mi padre en ese momento? ¿Tal vez algún 8 de diciembre vivido con sus padres, mi abuelo Miguel y mi abuela Gertrudis? Sí, eslabones de una larga cadena…
Y llegamos a las Fiestas Patronales de 1995. El 7 de diciembre le pedí salir a Ana, hasta entonces mi amiga y compañera en el instituto. Bueno, en realidad le pedí salir justo el día de la Purísima, ya que eran más de las 12 de la noche cuando lo hice. Y nuestra primera salida juntos, como novios, fue para ver la procesión de la Purísima. Estábamos comiendo en casa de mi abuela Nati y creo que es la última vez que lo hicimos todos juntos, ya que la familia crecía por todos lados y era materialmente imposible. El caso es que yo sabía que tenía que decirle a mi madre que me llevara en coche a casa para cambiarme de ropa para poder acudir a mi cita. Le insistí y le insistí hasta que conseguí que me llevara. Por el camino me preguntó por mi obsesión por cambiarme de ropa, a lo que no tuve más remedio que contarle que le había pedido salir a una chica que me gustaba. A una madre no se le pueden ocultar ciertas cosas, como nosotros a la Purísima. Mi madre, con un lenguaje decimonónico digno de una novela de Galdós, me dijo, llena de emoción y alegría: “Ay, no me digas que te has declarado”.
Pues sí, ese 8 de diciembre de 1995 vi la procesión agarrado de la mano de Ana. Y nunca he dejado de hacerlo. Pero a esta historia hay que añadirle un pequeño detalle, no menor. Unas semanas antes de esto que acabo de narrar, habíamos ido de viaje de estudios a Granada con el instituto. Pudimos verlo todo salvo el interior de la catedral. Muchos años después, cuando regresamos para recordar que, en cierto modo, nuestra historia había comenzado allí, pudimos por fin entrar en el hermoso templo granadino. Allí, los que han estado lo sabrán, hay un pequeño tesoro de gran belleza. Entrando en la sacristía, amplia y llena de muestras del patrimonio artístico y religioso, hay sobre una mesa una pequeña talla de la Inmaculada Concepción salida de las manos de Alonso Cano (Siglo XVII). Una de las cosas más sobrecogedoramente bellas que Ana y yo hemos visto nunca. De algún modo, también allí, en esa Granada que nos vio pasear juntos con 17 años, Ella ya estaba guiando nuestro caminar.
Muy pronto comencé a dar catequesis de confirmación en esta parroquia. Aquí, en este punto, mi pregón entronca necesariamente con el que mi querida amiga Carmen Solano nos regaló el año pasado. Y prácticamente todos los nombres que ella mencionaba en él son los que yo también mencionaría. Pero la reiteración suele ser molesta para el que la escucha, siendo además tan reciente. Pero ellos saben quiénes son y sólo les diré una cosa: gracias. Sabéis que habéis sido y sois una parte crucial de mi vida. Con muchos de ellos he vuelto a encontrarme gracias a Matías y Aurora y la Pasión; el grupo Getsemaní es como un atardecer desde el Huerto de los Olivos. Y ahí, en ese atardecer, la ausencia de Roque es una presencia que nos arropa a todos. Haré entonces como en las definiciones de la Real Academia de la Lengua. En esta parte de mi pregón pondré una llamada que diga: En lo referente a los nombres que me acompañaron en mi comienzo como catequista, véase el pregón de Carmen Solano. Sea. Carmen, para que lo sepáis, es la única persona junto con mi madre que me llama por mi nombre completo.
También comenzamos un curso de novios, guiado por D. José Antonio Moya y que era una excusa perfecta para tenernos un sábado por la noche en la parroquia. Y la Pastoral Penitenciaria, con mis padres, con Carmen, con el inolvidable Pepe Ortiz, con Vicente, con Julia, bajo la sabia batuta de un sacerdote irrepetible, Don Florencio Roselló Avellanas, hoy arzobispo de Pamplona y Tudela. Y a todo eso habría que añadir los grupos de lectores, Consejos de Pastoral, cursillos prematrimoniales, clases para niños desfavorecidos en los antiguos salones de Cáritas…
Mirad, la vida en Parroquia, para los que la hemos vivido desde tan corta edad, está ya incrustada en nuestro A.D.N; no nos cuesta trabajo. Hay un cuento precioso de José Jiménez Lozano que lleva por título La querencia de los búhos. En ese relato se dice algo de estas aves que bien se puede aplicar a nosotros, a los que no podemos entender nuestras vidas sin la vida de comunidad, de parroquia. Dice así: “…las lechuzas y los búhos tenían una fidelidad a las iglesias como un perro a su amo; porque se decía que se bebían el aceite de la lámpara del Santísimo Sacramento, pero no debía de ser así, porque el caso era que se quedaban en las iglesias, cuando ya no había que encender ninguna lámpara de presencia o ausencia, y la gente ya no iba ni atendía el edificio para nada; y también en las iglesias medio caídas o caídas del todo, y lloviese, nevase o hiciera frío o calor”. Así es. Y no importa si la iglesia está medio caída o caída del todo; o si llueve o hace frío o calor. Nuestra querencia siempre es volver, para estar con Él…para estar con Ella… para sentirnos comunidad. Ahora, desde la perspectiva ya de la edad, lo veo con asombro. Chicos y chicas, muy jóvenes, estando a todas horas en la parroquia.
A todos esos nombres (Véase el pregón de Carmen), yo añadiría los de Paco Sánchez, mi hermano Benjamín, Argentina, Javi, Ana, Lara y la pequeña María, siempre trotando entre nosotros. Así como el de todos mis compañeros en la Junta Mayor de Cofradías: Ernesto, Gonzalo, Aurelio, Josán, Ana, Cristina, Sandra. Y unos nombres que no puedo disociar de todos estos momentos que he vivido, que estoy viviendo, que ojalá pueda vivir. Uno de ellos es Paco Beltrán, un hermano que me regaló la Purísima para compartir las cosas del hondón del alma y de la fe, como diría Unamuno. También Arancha, su mujer, tan discreta pero tan imprescindible, como la luz cuando hay oscuridad. Y Ana, mi mujer, mi compañera, que seguramente me conoce mejor que yo mismo y por la que doy gracias a Dios cada día de mi vida.
En esta etapa comenzamos a organizar la línea de monedas para recoger dinero para Cáritas. Y decidimos que el día ideal para hacerlo era el de la ofrenda floral a nuestra Patrona, por ser un día de mucho trasiego de gente ya en un ambiente de fiesta. Y acertamos. Ana y yo calculábamos cuándo pasaría para hacer su ofrenda la casa de la tercera edad en la que salía siempre mi abuela Nati. El sonido de la ofrenda: ese tono con el que Reyes dice su “hace su entrada…” es un poco la música de ese día, además de la Salve, por supuesto. Si lo pensáis bien, es muy curioso ver cómo en ese día pasamos, en una continuidad de plano (por usar un término cinematográfico), de la ofrenda a la Purísima a la inauguración del Belén; de nuestras fiestas patronales a la Navidad; de María Inmaculada a María en el portal.
Ana y yo nos casamos, aquí, a los pies de nuestra Patrona, en una ceremonia oficiada por D. Noe y D. Manuel. Cada vez que uno de mis hermanos se ha casado mis padres nos han regalado una Biblia. Una Biblia para construir, alrededor de ella, como piedra angular, un hogar cristiano. En la que nos regalaron a Ana y a mí escribieron una frase: “Su palabra es la vida”.
Celebramos nuestro primer aniversario de matrimonio…de campamento en la Carrasqueta. Nuestros amigos catequistas nos regalaron, en una sorpresa que no olvidaremos jamás, pasar la noche del sábado en el hotel del Pozo de las Nieves. Cuando a la mañana siguiente bajamos Ana y yo recién duchados, desayunados y descansados, fuimos la envidia de todo el campamento.
Pero nuestro matrimonio tenía que atravesar un desierto. Pasamos el desierto de no ser padres. La extrema dureza de lo que anhelas y nunca llega. Rezamos y rezamos y rezamos. ¿Cuántas veces, viendo la procesión de la Purísima pasar, hemos rezado en silencio, agarradas nuestras manos y con los ojos vidriosos? ¿Cuántas veces le pedimos a Ella, mientras recorría con su dulce caminar las calles de Torrevieja, no que nos concediera un hijo, sino la fuerza y la fe para asumir y entender y saber llevar esa cruz? Ya entregados a la resignación viajamos a Asturias con unos buenos amigos, Javi y Ana (y Lara y María, y sus abuelos, tan queridos) y allí le rezamos a nuestra Madre, a Ella, pero en ese entorno en el que la fe es verde y húmeda: Covadonga, donde todo comenzó otra vez. Chesterton lo decía: “lo increíble de los milagros es que suceden”. Y sucedió. Y un 3 de diciembre, ya Adviento y ya las fiestas patronales y ya la Ofrenda a la Purísima, vimos en una ecografía a nuestra hija Esperanza. (Y añado para nuestra reflexión personal: ¿Cuántas veces, mientras pasa la imagen de la Purísima, la gente que está a nuestro lado viendo la procesión no está pidiéndole a la Virgen o dándole gracias? Y lo mismo en las procesiones de Semana Santa: la fe popular no es menos fe por ser popular. No estaría de más revisar con tranquilidad lo dicho por San Juan Pablo II en su Duodecimun Saeculum a propósito del Ars Sacra y de la Imago Sacra. La devoción a una imagen sagrada puede ser motivo de conversiones, de vivencias transformadoras en Cristo y en la Virgen María. Y las cofradías, hermandades y asociaciones de fieles, son auténtica correa de transmisión de la Iglesia; verdaderas portadoras del Primer Anuncio para muchas personas que, hasta ese momento, vivían alejadas. Queda ahí para reflexión de todos).
La vida nos lleva a veces a vivir situaciones que, si lo pensamos fríamente, no creeríamos ser capaces de soportar. Pero Dios no nos pone nunca una cruz que no tengamos fuerza de llevar sobre nuestros hombros. Cuando Esperanza nació, mi padre perdía la vida poco a poco en la habitación de otro hospital. El 3 julio de 2012 pasé de tener a mi hija en los brazos por primera vez a susurrarle a mi padre, que estaba en coma, que ya había nacido su nieta. El trayecto en coche de un hospital a otro lo hice rezándole a la Virgen; un rezo plenamente feliz y un rezo plenamente triste.
Queríamos bautizar a Esperanza en el Sagrado Corazón de Jesús, por razones familiares obvias. Allí estaba ya de manera permanente la imagen de la Virgen de la Esperanza. Mi padre falleció el 23 de noviembre de 2012 y nosotros bautizamos a nuestra hija el 23 de diciembre, víspera de Nochebuena. Otra vez María en el Adviento, otra vez María como puerta de la Navidad. Por cierto, os contaré una divertida anécdota. Ana quería, en un arrebato de fe norteña y patriótica, añadir al nombre de Esperanza el de Covadonga, de manera que nuestra hija se llamara Esperanza Covadonga. Cuando se lo dijimos a D. Ginés, este nos miró y nos dijo: Hijos, la virgen es la misma; no hacerle eso a vuestra hija. Y le hicimos caso. La Virgen es la misma…qué cosa más lógica pero más oportuna recordarla.
LAS FIESTAS PATRONALES DEL PRESENTE…
Ahora, con mi hija, sin mi padre, yo soy el que tiene la responsabilidad de ser el que transmite todo ese caudal de fe. En ello estamos Ana y yo. Y esas dos abuelas, Nati y Virginia. Otro regalo. Al fin he encontrado en Esperanza una compañera idónea para madrugar e ir a la Diana, algo que hacía cuando era pequeño con mi padre. Y ella vive estas fiestas patronales con una intensidad tan parecida a la mía que a veces no puedo más que observarla y asistir atónito a ese maravilloso ejercicio de repetición que me ha regalado el Señor. A ella también le gustan estas fiestas por ser tan próximas a la Navidad; y por ser las que están tan cerca de la celebración de su Santo
Y aquí, amigos, no puedo evitar hablar un poco de María en su advocación de la Esperanza. Lo entendéis, ¿verdad? Sólo 10 días separan el día de la Purísima del día de la Esperanza. Díez días desde que asistimos a la procesión de nuestra Patrona hasta que celebramos el Rosario de la Aurora con la Virgen de la Esperanza, normalmente en ese tercer domingo de Adviento llamado Gaudete, en el que el color rosa suaviza un poco nuestro caminar hacia la Natividad de Nuestro Señor. Ese color rosa tan parecido al que lleva la corona del cartel anunciador de estas fiestas Patronales. Mirad, si os ponéis delante del trono de la Virgen de la Esperanza y os arrodilláis para rezarle a la virgen, lo haréis al mismo tiempo a la Purísima. Inevitablemente. Pues en ese frontal del trono (ese trono que es toda una catequesis) se encuentra la pequeña imagen de nuestra Patrona. Es mínima la distancia, otra vez, que separa a ambas imágenes, que, además, desde esa posición que os comentaba, quedan en un mismo ángulo de visión. Eso lo sabemos muy bien los que, tras la llamada a la oración de nuestro “Hermano Costalero”, caemos de rodillas ante Ella. Por tanto, el que hace estación de penitencia con la Esperanza lo hace con la Purísima; el costalero que lleva sobre sus hombros a la Esperanza hace lo propio, al mismo tiempo, con la Purísima. Y digo más: tan cerca están la Esperanza y la Purísima, que en las Letanías Lauretanas van seguidas una de otra:
Madre de la Esperanza, Madre Purísima.
El camino que va desde esta muchacha que no encuentra posada en la noche santa hasta la mujer que asiste al milagro de la Resurrección sólo puede entenderse desde la Esperanza, es decir, desde la confianza absoluta en Dios. El sí de María es, posiblemente, la lección más importante que se nos regala a todos los hombres. Fíate de Dios. Hay un momento muy hermoso en el libro La infancia de Jesús, del Papa sabio Benedicto XVI , a propósito de una homilía de Adviento de Bernardo de Claraval, en el que habla del momento del “sí” de María a los planes de Dios. Dice así: “Tras la caída de nuestros primeros padres, todo el mundo queda oscurecido bajo el dominio de la muerte. Dios busca ahora una nueva entrada en el mundo. Llama a la puerta de María. Necesita la libertad humana. No puede redimir al hombre, creado libre, sin un “si” libre a su voluntad. Al crear la libertad, Dios se ha hecho en cierto modo dependiente del hombre. Su poder está vinculado al “Sí” no forzado de una persona humana. Así, Bernardo (de Claraval) muestra cómo en el momento de la pregunta a María el cielo y la tierra, por decirlo así, contienen el aliento. ¿Dirá “sí”? Ella vacila… ¿Será su humildad tal vez un obstáculo? (…) Éste es el momento decisivo en el que de sus labios y de su corazón sale la respuesta: “Hágase en mí según tu palabra”. Es el momento de la obediencia libre, humilde y magnánima a la vez, en la que se toma la decisión más alta de la libertad humana”.
Celebraremos las fiestas Patronales, reiremos y disfrutaremos con familia y amigos, pediremos en la procesión o daremos gracias, mostrando nuestro interior. Viviremos el Adviento y la Navidad, el milagro nunca suficientemente celebrado del nacimiento de Dios en la Historia, en nuestra historia de cada uno de los que estamos aquí. No nos cansemos de mirar el Pesebre, nos decía Pedro en san Roque y Santa Ana. Mas llegará la Cuaresma, y una cruz dibujada con ceniza en nuestra frente nos marcará el único camino posible para la Resurrección. Y veremos salir, en el domingo de Pascua, a nuestra Patrona de nuevo, enlutada y dolorosamente bella como sólo puede serlo la madre de Dios. Y justo delante de nosotros dejará caer su mantilla negra al ver que su hijo, nuestro Señor, ha cumplido su promesa y ha resucitado, rompiendo para siempre las caderas de la muerte y regalándonos algo sin lo cual no podemos vivir: la esperanza. Ahí, en ese día en el que las campanas de toda la Cristiandad repican la alegría del
Resucitado, mi buen amigo Javier Torregrosa nos hizo una foto a Ana, a Esperanza y a mí; saber mirar es saber amar, y en esa foto, una de las mejores que tenemos como familia, está todo el amor de una persona a la que nunca podré olvidar.
Hace poco más de un año viajamos con unos amigos a los Pirineos. Un día decidimos cruzar la frontera y viajar a Lourdes, que ninguno de los que allí estábamos habíamos tenido la oportunidad de ver. No esperaba yo la emoción que me asaltó al comprobar que toda la basílica estaba levantada sobre las palabras de agradecimiento y oración de tantas y tantas personas a lo largo de la historia. Un templo construido sobre la Palabra y la Gracia. Allí rezamos cada uno por nuestras intenciones. Y allí compramos también algunos pequeños recuerdos: unas velas, una cruz que ahora mismo está en nuestra mesa del despacho de casa, unos marcapáginas y un pequeño rosario de dedo. Un rosario que guardé en la bandolera que suelo llevar. Tenía necesidad de tenerlo cerca. Al poco de regresar de viaje me ocurrió un percance por el que tuve que ingresar en la UCI de un hospital con un pronóstico grave. Esa primera noche, la decisiva que debía inclinar la balanza hacia un lado u otro, la pasé rezando el rosario que compré en Lourdes. Siempre, siempre, nuestra Madre está cerca.
Desde hace un tiempo a esta parte rezo el Ángelus todos los días. Es algo que me propuse firmemente hacer y que no deseo perder. Es un regalo, otro más, que me he encontrado. Lo recomiendo. Al principio, como la mayoría de los días se me pasaba la hora del rezo, me puse una alarma en el teléfono. Discreta, como para no levantar sospechas si estaba en el trabajo o en una reunión o hablando con alguien. Pero lo suficientemente fuerte para notar que llegaba el momento de rezar a nuestra madre con uno de los rezos más hermosos que tenemos. Mi madre me ha contado muchas veces cómo en el Pozo Dulce, cuando ella era muy pequeña, los jornaleros, entre ellos mi bisabuelo, paraban el trabajo para rezar el Ángelus. Y dicen que hemos avanzado… Mi abuela y mi madre me enseñaron a persignarme, a rezar el Padrenuestro y el Ave María y a pedirles a la Virgen y al Señor todo lo que necesitaba o me preocupaba. Hoy, 46 años después, y miles de libros leídos, vuelvo una y otra vez sobre esa enseñanza sencilla, pura, duradera, católica. Tenemos que recuperar todo ese caudal básico de oraciones, gestos y ritos que tenían nuestros abuelos y que nosotros, poco a poco, parece que estamos olvidando. El Rosario, el Ángelus, persignarse, bendecir la mesa, celebrar el Día de Todos los Santos, vivir el Domingo en la plenitud de la familia. Cosas que parecen pequeñas pero que, interiorizadas, dan sentido a todo lo demás.
LAS FIESTAS PATRONALES DEL FUTURO…Y UNA PREGUNTA QUE NECESITA UNA RESPUESTA
Hace unos meses, este mismo año, mi hija Esperanza subía aquí para recoger el primer permio del certamen de poesías Juegos Florales en honor a la Purísima. Hace muchos años, mi padre subía aquí a pronunciar un pregón por los 25 años de la Cofradía de la Virgen de la Esperanza. Hoy, yo hago desde aquí lo que puedo con este pregón a las fiestas en honor a la Purísima. Tres generaciones; tres eslabones de una misma cadena. El viaje que ha supuesto este pregón no podría haberlo hecho sin tener a María, nuestra Madre, como brújula y guía, como faro en la noche. Inmaculada Concepción, La Purísima, Covadonga, Esperanza, Lourdes, y regreso, como no puede ser de otra manera, a Nuestra Patrona. Y también, indirectamente, una acción de gracias a las mujeres de mi vida, portadoras de una fe arraigada y recia y que muchas veces no ha necesitado de palabras para ser expresada: mis abuelas, mi madre, mi suegra, mis hermanas, mis cuñadas, mis amigas, mi mujer… mi hija.
Ella, la Virgen, ha ido pautando mi vida sin que yo me diera cuenta. Unas veces lo ha hecho bajo la advocación de nuestra Patrona, otras con distintos ropajes. Ha sido necesario el silencio a la hora de escribir este pregón para escuchar esa verdad: que Ella me ha traído hasta aquí casi sin darme cuenta. ¿Cómo intelectualizar eso? ¿Qué palabras escoger para semejante certeza? Cada 8 de diciembre hay un poema de Julio Martínez Mesanza que recito en mi interior como si fuera una oración. La poesía, como toda verdadera belleza, nos acerca más a Ella, a Dios. Un poema que también ha sido vital para la escritura y el tono de estas pobres palabras que hoy os he dirigido. Un poema, titulado Sancta María, que dice así:
Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, Majestad y Humildad, impera siempre.
Tiro como si fuera un trapo viejo la razón inestable que ayer dijo y dirá lo contrario de inmediato.
Olvido los tres siglos de cordura, la mole de palabrería impresa, e intento serte grato nuevamente.
John Henry Newman tenía una oración preciosa para los tiempos de incertidumbre y oscuridad:
Guíame, amable luz, en la penumbra que me rodea, Guíame hacia adelante.
La noche es oscura y estoy lejos del hogar, Guíame hacia adelante.
Cuida mis pies: yo no pido ver
La escena distante: un solo paso me basta
En la película Nostalgia, de Andrei Tarkovski, la última escena nos muestra al protagonista intentando proteger con sus manos, con su cuerpo y, finalmente, con su vida, la débil llama de una vela, un pábilo vacilante. Estamos ahora mismo, queridos amigos, en ese punto, en ese segmento de la historia. ¿Estamos dispuestos a proteger la llama de esa vela? ¿Pasaremos su luz a la siguiente generación? Pidámosle a nuestra Madre, la Purísima Concepción, cuyas fiestas tengo el inmenso honor de pregonar, que nos ilumine en estos tiempos de oscuridad para que, confiados y esperanzados como Ella, tengamos la valentía de contestar un rotundo “Sí”.
Muchas gracias
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