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Opinión: Que todo cambie para que nada cambie

Rodolfo Carmona
Concejal del PSOE en Torrevieja

El partido popular de Torrevieja es un auténtico experto en el “gatopardismo”. Esa corriente que mezcla, a mí me lo parece, nostalgia por lo sido, privilegios adquiridos con el ejercicio del poder a lo largo de décadas y un absoluto miedo al cambio. Sobre todo si ese cambio amenaza con poner sus intereses patas arriba.

La alternancia democrática es su mayor enemigo. Sólo así puede entenderse que Eduardo Dolón siga haciendo oposición a José Manuel Dolón en cada pleno. Con lo que este último va camino de convertirse en el político retirado más nombrado en todo el territorio nacional. La tierra quemada, la lapidación de la figura del anterior alcalde y todo lo que este representaba y sigue representando parece ser la estrategia para evitar una nueva pérdida del poder municipal. Para ello no desperdicia ocasión de presentar una enmienda a la totalidad al legado del gobierno progresista que le desbancó con la fuerza de los votos de una mayoría de los torrevejenses, les guste o no a los que por hache o por be sacaban y continúan sacando su particular beneficio del pebetero municipal. Y ciertamente, volverá a ocurrir.

Estas cosas, afortunadamente, me refiero a la alternancia política en el consistorio, suelen pasar en democracia. Aunque en Torrevieja durante casi tres décadas el partido popular campó a sus anchas, sin alternancia alguna. Cuya herencia envenenada estamos pagando con creces todavía. Y la oposición debería no olvidarlo y hacer reflexión sobre el futuro y las consecuencias que otra actitud que no sea la de una fiscalización incansable pudiera acarrear ante una ciudadanía que en las últimas elecciones generales se ha decantado abiertamente por opciones políticas de progreso.

La gran virtud de los “gatopardistas” es su capacidad de disfrazar sus viejas intenciones de relucientes anhelos, hasta tal punto que aparecen como una corriente de cambio y renovación. En definitiva, todo se reduce a maquillar la vuelta al pasado como el principio de un nuevo tiempo cuyo legado, repiten como imitadores de Salvini, será el advenimiento de la felicidad a las calles torrevejenses, siempre que estén ellos, claro está.

Pero como propagandistas de primera, pero propagandistas al fin y al cabo, ese nuevo tiempo del que hablan, no es más que la continuación de usos y costumbres, la vuelta al ordeno y mando y al que rechiste: ¡A galeras o al juzgado!

Pero el ambiente en los salones de palacio está enturbiado, los últimos nombramientos de los directores generales, que alguno ha entrado a su nueva tarea como elefante en una cacharrería, atribuyéndose competencias con el mismo cuajo con el que alguien pide una pizza cuatro quesos para llevar. Este movimiento dentro de la administración municipal, donde el juego de tronos terminará por fagocitarlo todo, ha descolocado todo el organigrama administrativo y generado un clima en el funcionariado y en el equipo de gobierno, que no augura nada bueno.

Lo acaecido en torno al proyecto del nuevo pliego de recogida de residuos parece fruto de la imaginación de Raymond Chadler, donde el ganador final de la carrera por un contrato más que suculento, se torna, a estas alturas, más certeza que intuición. Lo cual no deja de ser paradójico, una especie de, ¿qué fue antes, el huevo o la gallina?. Un contrato de basuras que ha condicionado de manera decisiva el que Eduardo Dolón se quedara absolutamente sólo en la aprobación del mismo, frente a todos los partidos políticos de la oposición. Circunstancia que no se había dado en este mandato hasta la fecha.

Pero si alguien piensa que ante esa soledad el partido popular reflexionaría. Craso error. Su táctica es que todo aparente cambiar para que todo siga igual. La historia corre el riesgo de repetirse. El futuro colectivo de la ciudad atrapada en el baile, aparentemente maldito, de quién participan en el banquete con aire de funeral por la recogida de basuras. Torrevieja no merece tal cosa.


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