Introducción: “esto no es…”
Marco Antonio Torres Mazón
Apreciado lector:
Esto que vas a leer a continuación no es un diario de viaje. No lo es por la sencilla razón de que no hubo tal viaje, al menos en el sentido que en la mayoría de las ocasiones utilizamos esa palabra. No hubo recreo ni vacaciones. No éramos turistas, sino peregrinos. No nos dedicamos a ver monumentos ni a degustar los platos típicos. No empleamos el tiempo en visitar museos y asistir a eventos culturales. Nuestro tiempo fue de y para Dios. Él hizo de guía y compañero. De esta manera, lo que a continuación viene no persigue otra meta que tratar de poner palabras a sentimientos y no a espacios físicos concretos. No aparecerán en ella por tanto muchos nombres de ciudades, aldeas, iglesias, catedrales, montes, ríos o avenidas; ni muchas fechas concretas. Emplearemos así la misma estructura que el Génesis. Porque eso fue lo que sucedió en nuestro interior: algo nació y creció dentro de nosotros durante esos días de peregrinaje…
Diario de un camino (y sus caminantes).
DÍA PRIMERO: MOCHILAS LLENAS.
La primera enseñanza que ofrece el camino al peregrino es la de que se camina mejor ligero de equipaje que con la mochila llena. Pero claro, esto es algo que uno aprende cuando ya de regreso al hogar comienza a analizar su propio peregrinaje…
A las cinco de la mañana partía de Torrevieja un autobús con cuarenta jóvenes de la parroquia de la Inmaculada Concepción y del Sagrado Corazón de Jesús. Cuarenta jóvenes que partían rumbo a León, primera parada y punto de partida del itinerario físico y, sobre todo, espiritual que, aunque en ese momento no éramos conscientes de ello, cambiarían nuestras vidas. Primeras canciones, primeros abrazos, primeras esperanzas. ¿Qué transportaba realmente ese autobús? ¿Cuarenta jóvenes? No. O, mejor dicho, no sólo eso. Más bien cuarenta jóvenes cristianos.
Pero no era un solo autobús lo que se dirigía a León. Durante el trayecto nos fuimos encontrando con cinco autobuses más, todos ellos llenos de jóvenes de los distintos puntos cardinales de nuestra diócesis de Orihuela-Alicante. Cada autobús con uno o dos sacerdotes, auténticos guías en nuestro peregrinar.
A media tarde del día primero llegamos a León, y allí atravesamos sus calles por la ruta jacobea en dirección a la catedral, liderados por la cruz guía de la diócesis. Era impresionante ver a trescientos cincuenta jóvenes cantando y saltando al son de las guitarras siguiendo a nuestra necesariamente humilde cruz de madera. ¿Alguien puede ofrecerme una brújula mejor? No gracias, no la quiero. Recuerdo que en ese instante, los ecos del poeta León Felipe resonaron en mi cabeza:
Hazme una cruz sencilla,
carpintero…
sin añadidos
ni ornamentos…
que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto:
este equilibrio humano
de los dos mandamientos…
sencilla, sencilla…
hazme una cruz sencilla, carpintero.
Con las piedras y las vidrieras del gótico edificio catedralicio como mudos testigos, nuestros jóvenes se alimentaros con el pan de vida. Jamás olvidaré esa celebración, primera de las que vendrían después, y verdadera gasolina para el motor de nuestras almas. Tras la cena, el merecido descanso.
Y pasó un día y pasó una noche: el día primero.
DÍA SEGUNDO: ROSARIOS, PIEDRAS Y UNA CRUZ DE HIERRO.
La cruz de ferro era el punto elegido para comenzar nuestra andadura, y allí nos encaminamos el día segundo. Sobre un montículo cuajado de piedras se levanta una, otra vez, parca cruz ferrosa. Los sacerdotes que nos acompañaban nos habían repartido durante el trayecto en autobús hasta la mencionada cruz unos rosarios para que rezáramos durante el camino. Puedo asegurar que ninguno de los presentes imaginó jamás que esta idea o sugerencia calara tanto entre los más jóvenes. Días después era milagroso ver en la plaza mayor de Salamanca a los jóvenes rezándole a María y pasando las cuentas del rosario por iniciativa propia. Pero no adelantemos acontecimientos y vayamos caminando paso a paso.
Llegando pues a la cruz de ferro los sacerdotes, tras una emotiva oración, nos impusieron una cruz plateada. Acto seguido contribuimos con nuestras piedras (traídas desde Torrevieja) a aumentar el tamaño de la base de la cruz de ferro. Piedras que significaban todo aquello de lo que nos queríamos desprender, todo lo que en nuestras vidas nos pesa y nos impide caminar como es debido, todo lo que lastra nuestras ansias y nuestra sed de Él.
Y a caminar.
20 kilómetros bajo un sol de justicia y con un paisaje yermo y desolado. Ilusión y cansancio a partes iguales. Más un río nos aguardaba para calmar nuestras piernas cansadas en Molinaseca. Fue sin duda la etapa más dura. Pasó factura físicamente, pero dejó una profunda huella en todos nosotros. La conclusión parecía clara: si podemos con esto podemos con todo.
Descanso, ducha y a reconstruirnos.
Celebramos la eucaristía y comenzaron las primeras confesiones, imprescindibles para ganar el jubileo.
El sueño llegó a nosotros y nos rendimos a él.
Y pasó un día y pasó una noche: el día segundo.
DÍA TERCERO: CAMINANDO SOBRE LAS NUBES.
O Cebreiro marca. O al menos me marcó a mí.
Llegamos temprano, a eso de las ocho de la mañana. El paisaje impone. Montañas por encima de las nubes. Parece que no se puede estar más cerca de Él. Sensación de euforia en el corazón y primeros síntomas de pesadez en las piernas. En la iglesia en la cima del Cebreiro se nos cuenta el milagro de la transformación del pan y el vino en verdadera carne y sangre de Cristo. Y yo me pregunto, ¿hay mayor milagro que 350 jóvenes dispuestos a caminar unidos?
El paisaje comienza a cambiar. El paisaje que hay fuera y todos vemos. Pero también el paisaje que todos llevamos dentro y a veces no mostramos. Hemos pasado de la desnudez del primer día, con piedras y continuas subidas y bajadas, a la vegetación y el sonido del agua. Algo está floreciendo dentro de cada uno de nosotros. Y estamos empezando a notarlo en esos momentos.
Comienza a ser normal ver a los jóvenes acercándose a los sacerdotes para ser confesados mientras caminan. También es normal verlos por grupos caminando y rezando el rosario. No puedo evitar sonreír al pensar la visión que ciertas personas tienen de los jóvenes.
Al final del trayecto comemos y reponemos fuerzas. La eucaristía sigue siendo un momento muy emotivo, y los jóvenes se implican cada vez más en ellas. El cansancio no impide el buen humor, y eso se agradece. Rondas de chistes y bromas durante la cena. A la hora de dormir poco ruido y caras de felicidad por el deber cumplido.
Y pasó un día y pasó una noche. El día tercero.
DÍA CUARTO: CADA VEZ MÁS CERCA…
La sensación al levantarnos el cuarto día de peregrinación fue unánime: ¡vamos, que cada vez estamos más cerca! Imagino que cada uno tenía en mente cómo sería la llegada a Santiago. Y sé con certeza meridiana que todos nos quedamos cortos en nuestras expectativas…
Mucha gente no pudo hacer esta etapa. Con los pies ya demasiados llenos de ampollas el equipo sanitario aconsejó a un buen número de peregrinos no hacer esta tercera etapa, con el fin de recuperar un poco para poder hacer la del día siguiente, con entrada en Santiago. Fue muy duro ver a la gente llorar por no poder andar este tercer día de peregrinaje. Fue duro y al mismo tiempo daba una buena medida de lo importante que era para todos poder continuar la peregrinación. Todos los entendieron y lo aceptaron, pero todos lloraron.
Durante el camino recuerdo con especial emoción la llegada a una pequeña ermita, donde se encuentra un Cristo crucificado con una mano descolgada del madero y que la tiende a todo aquel que quiera tomarla. Creo que es una de las imágenes más poderosas que han quedado en mi memoria.
Cena en Melide, descanso, ronda de canciones y confesiones multitudinarias en la plaza de la iglesia de esta ciudad. ¡Formemos un círculo y cantemos! La noche cae sobre nosotros, que a su vez caemos rendidos al sueño.
Y pasó un día y pasó una noche. El día cuarto.
DÍA QUINTO: MONTE DO GOZO.
La bandera de Torrevieja ondeando al viento en el Monte do Gozo. No, no es un sueño, sino una realidad. Nuestros jóvenes ondearon la bandera torrevejense en lo alto de tan mágico monte, divisando ya desde la distancia las torres de la catedral de Santiago.
4 kilómetros que nos separaban de la gloria, de la experiencia compartida por miles, millones de peregrinos que en el albor de los tiempos hicieron lo mismo que nosotros, jóvenes del siglo XXI. Durante esos kilómetros me sentí parte de la Historia de la Iglesia. Mi cansancio era el cansancio de todos ellos. El polvo de mis zapatos y el sudor de mi frente eran el mismo polvo y el mismo sudor que siglos atrás alimentaron la historia del camino y de sus caminantes.
A la entrada de la ciudad nuestro obispo Don Rafael nos acompañó en el último tramo del camino.
Los cien metros que nos separaban de la plaza del Obradoiro han sido los cien metros más intensos que he recorrido en mi vida: en mis treinta y dos años de vida. Y es que sabía, sabíamos todos, que al divisar la catedral comprenderíamos lo que tantos otros habían comprendido tiempo atrás: que la meta no es el final; que el camino de Santiago comienza en la catedral y termina en nuestra propia vida diaria, en nuestro trabajo, con nuestros amigos, con nuestra familia,… con Dios. Sólo de esta manera tiene sentido un camino que no existe físicamente, sino que se va construyendo día a día con nuestro caminar peregrino.
Y ese mismo quinto día, por la noche y después de alimentarnos con la eucaristía en la catedral de Santiago, de contemplar el botafumeiro, de abrazar al apóstol, de rezar ante sus restos y ganar el jubileo, tuvo lugar otro milagro. Esa noche, en el estadio de fútbol de San Lázaro, se celebró una vigilia presidida por el cardenal Stanislaw Rylko y ante la que doce mil jóvenes procedentes de todos los puntos de Europa rezaron, oraron, lloraron y cantaron unidos como un solo corazón. Dudo mucho que olvidemos algunos de los que allí nos encontrábamos el momento en el que entró la Custodia con el Santísimo y los doce mil jóvenes se arrodillaron al unísono, guardando un milagroso silencio. Una sola idea pasó entonces ( y ahora) por mi cabeza: Dios está aquí.
Y pasó un día y pasó una noche. El día quinto.
DÍA SEXTO: UN POCO DE TRANQUILIDAD.
El día sexto amaneció como concluyó el anterior: doce mil jóvenes de toda Europa celebrando la eucaristía en el estadio de San Lázaro. Con la asistencia de numeroso obispos y presidida de nuevo por el cardenal Stanislaw Rylko todos sabíamos que aquello era el colofón a nuestra peregrinación diocesana.
Una vez concluida la misa, todos nos montamos en el autobús para emprender rumbo a Salamanca. En tan bella ciudad paseamos, cantamos, reímos y lloramos al comprender que el camino de regreso era inminente. Una emoción difícil de contener se apoderó de nosotros. Habíamos hecho nuevas amistades, habíamos fortalecido las ya existentes, habíamos recordado a todos los que no habían podido acompañarnos, habíamos rezado por todo y por todos, habíamos andado, sudado, compartido penas y alegrías y nos habíamos sentido una gran familia. Pero para que algo nuevo comenzara todo debía concluir.
Y pasó un día y una noche. El día sexto.
DÍA SÉPTIMO: SUEÑO Y REALIDAD
Y el día séptimo trescientos cincuenta peregrinos abrieron los ojos. Todos habían regresado a sus puntos de origen. Y todos comprendieron que aquello no había sido un sueño, sino una realidad que había cambiado sus vidas para siempre.
(Esta colaboración, pasará a formar parte, tras publicación, de la sección “TU RINCÓN”)
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Filed under: Asociaciones, Cultura | Tagged: jóvens, ompostelanses, Peregrinación, torrevjenses, v |
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